Lo que en otros momentos fue conocido como el “día del presidente”, a la mitad del camino el informe de gobierno en este 2021 fue un claro mensaje al pueblo, pero no a la Nación, el presidente López Obrador aprovechó para promover un libro, evadir realidades y demostrar que hoy hay un vacío de poder que enmarcado por un austericidio sostiene con alfileres las crudas realidades de un país que no ha sabido gobernar. 

La evaluación de los tres primeros años de gobierno sale totalmente en cifras rojas, con una amplia carencia de políticas públicas, un creciente desempleo, un poder adquisitivo mermado y una falta de congruencia que ha debilitado a las instituciones mexicanas.

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El mensaje de este 1 de septiembre fue un acto político, parte de la campaña político-electoral permanente montada por Andrés Manuel López Obrador, para afirmar contundentemente que lo que encabeza es un régimen, no un gobierno. Deja claro que le sigue pareciendo gracioso tener “otros datos”, mentir deliberadamente y manipular información y realidades como si gobernara para quien nada sabe de lo que pasa en el país. A todas luces la realidad que él vive es muy diferente a la que se vive desde que llegó al poder. En un inicio, bajo el amparo del discurso reiterado en contra de la corrupción, al presidente de México se le iban los días hablando de los errores del pasado, y poco a poco fue arremetiendo contra las instituciones para crear esa otra realidad en la que aún ve la posibilidad de alcanzar su anhelada perpetuidad.

El “primero los pobres” ya desgastado por el incremento en las cifras de desigualdad, la utilización de cifras falsas o engañosas y los reiterados ataques a la prensa, parecen ser los mismos recursos retóricos a los que apuesta para recuperar la credibilidad y la gobernanza.

Sin embargo, el creciente descontento y la desaprobación de su gestión no sólo se basa en “lo que dicen sus opositores”, sino en la terrible realidad que viven miles de familias mexicanas no sólo a causa de la pandemia, sino a la falta de oportunidades, la creciente inseguridad, las interminables e incontables muertes y los constantes momentos de incertidumbre. 

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La crisis migratoria, la inconsistencia en la política exterior y el sinnúmero de cambios en planes, programas y proyectos, ponen ya a la gestión de López Obrador como una de las administraciones con menos resultados y más gastos.

El 1 de septiembre fue por décadas el “día del presidente” y hoy, a mitad del camino, fue el día en que quedó demostrado que medio se gobierna, medio se atiende, medio se cumple y medio se desarrolla. 

Ha llegado el último tramo del gobierno, la segunda mitad que difícilmente aportará lo necesario para cumplir con lo prometido y que en definitiva pondrá a prueba la verdadera ciudadanía, esa que no olvida pero que es objetiva, proactiva y que de forma consciente buscará nuevas alternativas de gobierno para recomponer el atraso de 30 años generado solo en los primeros tres años de la mal llamada 4T y en los que ha quedado claro que los más de dieciocho años de campaña de López Obrador solo satisfacían su ego, su delirio de poder y su necesidad de controlar, pero no de gobernar.

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