La vida de los seres humanos, incluída la que se desarrolla en el terreno profesional, es como un camino. Unas veces nos toca una ruta planita, fácil y agradable; otras nos toca ir cuesta arriba y vamos sudando la gota gorda; hay ocasiones en que hay que esquivar obstáculos—darles la vuelta, brincarlos, pasar por abajo— y otras en las que el camino se bifrurca. En esas situaciones, tenemos que escoger. No podemos transitar por los dos caminos ya que la elección de uno desaparece al otro. El costo de oportunidad nos lleva a tomar decisiones porque no se puede andar en la procesión y tocando la campana. Es ese costo que lo mismo puede ser imaginario o ficticio, ese camino que no se recorrió por preferir la otra elección más urgente o prioritaria. Las mentiras que nos contaron y no debimos creer se refieren a pretender que todas las situaciones en la vidas son así: para conseguir ciertas metas, tenemos que renunciar a otras. No siempre es así, no siempre debe ser así.

La disyuntiva es real, nos retumba en la cabeza al pensar en la vida laboral. El dilema es determinante para la vida de las mujeres que desean ser madres  —ahora para algunos padres también— y quieren seguir su trayectoria profesional. Tras unas cortas semanas de permiso por maternidad, mantener el vínculo, la lactancia, y el nido con el bebé resulta un desafío, y para ser sinceras, hay veces que creemos que es imposible de alcanzar. Ese es sólo el principio, un hijo representa un compromiso de vida. Las prioridades cambian, la realidad se mueve de lugar. No obstante, así es el mundo profesional: el reto es adaptarnos al cambio. No se trata de elegir un camino y abandonar el otro: se trata de organizar bien y planear estrategicamente para lograrlo.

El equilibrio entre la vida profesional y la maternidad se puede alcanzar si estamos dispuestas a hacer cambios, ampliar la visión y abonando a que las condiciones sean propicias. Tenemos que empezar por deconstruir mucho de lo negativo que se ha edificado en torno a esta situación y empezar a verla como un privilegio que queremos ejercer. Habríamos de empezar por echar abajo esa idea de que los hijos son una carga y un factor de destrucción que dinamita el crecimiento profesional porque no es así. Hay que mirar profundo y dejar de lado la inmediatiz. Se trata de indagar en las facilidades y en las limitaciones que cualquier situación tiene. Hayq que aprovechar las ventajas y sortear las fronteras que las mujeres padecemos cuando decidimos ser madres para compatibilizar la maternidad y el desarrollo profesional.

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Es un hecho, pensar en la convivencia armónica entre trabajo y maternidad a veces resulta tan estresante que incluso puede parecer imposible. Sucede así porque eso es lo que nos han hecho creer, como si se tratara de elegir ir con melón o con sandía. No se trata de complicarlo, sino de darle su justa dimensión, porque sobresimplificar es irreal. Ahora bien, esta complejidad requiere de coordinación y organización, así les aseguro sin lugar a dudas, que lejos de complicar la vida personal o entorpecer el desempeño profesional, esta dualidad enriquece la vida de una persona.

Ser mamá implica desarrollar una gran cantidad de competencias. Hay que integrarlas para que formen parte de nuestro perfil, se vuelvan una base firme y sólida que nos sirva de plataforma para alcanzar un nuevo nivel. Desde que llegan, nuestros hijos nos transforman. Se nos modifica la vida entera: nuestras rutinas, nuestros hábitos. Adaptarse, moldea nuestra personalidad. En la vida profesional estamos haciendo ajustes todo el tiempo. 

Ser madre se equipara con una actividad gerencial: se trata de optimización de los tiempos, creatividad, gestión, negociación, resolución de conflictos. Es como si de pronto, dos gerencias se fusionaran y tuvieramos que absorver ambas responsabilidades, cosa que es muy frecuente en el terreno empresarial. Requerimos herramientas para la enorme tarea de ser madre y que nos ayuden a desempeñarnos en ambos terrenos. Comprenderlo es fundamental para que no sea un peso ni un obstáculo en nuestra carrera. 

Por supuesto, el buen juez por su casa empieza: primero necesitamos entenderlo nosotras para seguir demostrándolo, para no abandonar. Ese potencial, que se demuestra en nuestra cotidianeidad, tiene que ser explotado en el día a día. Para ello, es necesario que se respeten tiempos y espacios. Necesitamos cambiar la actitud: que no se juzgue o de antemano se considere que un hijo es un impedimento para el buen desempeño laboral, brindando la oportunidad de desarrollarse.

Tristemente, ha habido una larga historia de mentiras que cuentan que una madre no es una profesional comprometida o que trastocará sus prioridades a favor del bebé y en contra de la empresa. Este tipo de generalizaciones hacen mucho daño. Hay mujeres que no se les da el compromiso y otras a las que sí, con independencia de la maternidad. Es más, la responsabilidad de un hijo viene aparejada con el deber frente al trabajo. Quienes dicen que un niño es un distractor no se dan cuenta de la cantidad de asuntos que pueden distraer a un colaborador y quienes afirman esto, se olvidan que un miembro de nuestro equippo tiene vida más allá de la profesión. Las personas tenemos padres, hermanos, conyuges, amigos porque la existencia plena no se circunscribe a un ámbito.

Por fortuna, hoy podemos aprovechar los progresos tecnológicos, organizar recursos para que jueguen a nuestro favor, coordinar gente que esté enfocada en lograr objetivos claros, guiar a nuestros colaboradores, jugar en equipo. Es poner a trabajar el respeto y la flexibilidad. Esto traerá beneficios a las organizaciones. Una persona que entiende bien los procesos y que tiene buenos resultados no debe de ser puesta entre la espada y la pared, entre la maternidad y la vida laboral, entre la posibilidad de dar vida y el desempeño laboral. Esa sería una situación de perder-perder. Pierde la empresa al dejar ir a un elemento valioso y pierde ella al marcharse. 

Lamentablemente, aún hay una mayoría de mujeres que abandonan su carrera profesional al ser madres. La brecha salarial por género es una realidad y en ocasiones se agrava con la maternidad. La cultura de muchas empresas todavía no acompaña ni respeta los tiempos necesarios para que la experiencia transformadora de la maternidad se refleje en el desempeño de la mujer. Acompañarnos en esta gran responsabilidad, beneficia a las empresas y a la sociedad.

Es momento de que la sociedad esté preparada para que las mujeres puedan criar hijos y trabajar. El nivel de exigencia que se imponen las mujeres trabajadoras hace que la sensación se desborde y de impedir que el progreso sea constante. Cualquier mujer, como cualquier persona, que ascienda de categoría profesional sabe que habrá estrés y retos que enfrentar. Siendo madres, hay mujeres que han dejado pasar varios trenes y de otros se han bajado. Así pasa, se intenta alargar los días, ver como le robamos minutos al sueño. No queremos renunciar a tener familia, pero tampoco queremos  dejar de progresar. No debieramos, pero se nos hace elegir. 

Es momento de cambiar.  Hay empresas que van a la vanguardia y ya han empezado a prestar atención a las preguntas a las que deben enfrentarse las mujeres jóvenes a la hora de optar a un puesto de trabajo: ¿tienes hijos? y ¿te planteas tenerlos?, a las que no se sometería a un candidato masculino para la misma posición. Las empresas necesitan cambiar formarse en conciliación. Hay que capacitar en la empatía. Es cierto que hay algunas que han dado pequeños pasos. Las empresas necesitan establecer políticas claras y dejar de hacer  sobre la marcha. Sí creo que hay organizaciones que tratan de facilitar la conciliación de manera general, pero luego depende mucho del jefe que te toque. No es eso.

La maternidad es para aquellas mujeres que lo elijan, un periodo natural que se debe integrar de forma armónica. Es un rasgo de identidad que debe ser respetado y defendido con la misma fuerza con la que se salvaguardan nuestras preferencias y con la que cuidamos nuestros valores. Se debe defender de la misma forma en la que lo hacemos con un estudiante que está trabajando. Sí, algunas veces llegará tarde porque tuvo examen como habrá ocasiones en que una madre se tome una mañana para ir a un festival anual en la escuela de su hijo o cuando vaya a dejarlo por primera vez a la escuela o cuando lo acompañe a recibir su título universitario.

Nos mienten cuando nos dicen que la maternidad y la vida profesional son compatibles. Fallamos cuando discriminamos a una madre por tener hijos. Perdemos al negarle una oportunidad a una persona capaz que tiene una familia. Hay que descorrer ese velo, romper esas barreras y dejar de creernos todas esas falsedades que restan en vez de sumar. La vida de los seres humanos, incluída la que se desarrolla en el terreno profesional, es como un camino. Hay situaciones que nos presentan ciertas disyuntivas: la maternidad y la vida profesional no son el caso. Es ese costo imaginario, ese camino que no se recorrió por creer que era una u otra elección debiera borrarse del imaginario colectivo. Las mentiras que nos contaron y no debimos creer se refieren a pretender que todas las situaciones en la vidas son así: para conseguir ciertas metas, tenemos que renunciar a otras. No siempre es así, no siempre debe ser así. Tenemos que empezar por deconstruir mucho de lo negativo que se ha edificado en torno a esta situación y empezar a verla como un privilegio que queremos ejercer.

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