Hace 25 años, la izquierda accedió al poder en la Ciudad de México. Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano fue el primer jefe de Gobierno que se eligió de modo democrático. 

Llegó al viejo Palacio del Ayuntamiento cobijado por el PRD, partido que aglutinó a las corrientes, expresiones, organizaciones y personalidades que lo respaldaron desde 1988 cuando contendió por la presidencia de la República, pero fue derrotado en las urnas por Carlos Salinas de Gortari.

El triunfo en la capital del país tuvo un significado bastante profundo y en los hechos fue perfilando la posibilidad de que la izquierda llegara al poder federal, aunque ello ocurrió hasta 2018. 

Con Cárdenas Solórzano inició una sucesión de mandatarios que, pese a diferencias, se pueden catalogar en el tablero izquierdo: Andrés Manuel López Obrador, Marcelo Ebrard, Miguel Ángel Mancera y Claudia Sheinbaum. 

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De los cinco titulares del gobierno, cuatro se separaron del cargo para buscar otras posiciones políticas. Solo Ebrard se mantuvo hasta el último día de su gestión legal. Cárdenas Solórzano y López Obrador buscaron la presidencia de la República y Mancera una posición en el Senado. 

Gobernar la Ciudad de México representa gestionar una de las posiciones políticas más poderosas y complejas. La visibilidad y el impacto de la capital del país hace que las aspiraciones sean altas, aunque nunca un jefe de Gobierno había podido alcanzar el objetivo de trasladarse a Palacio Nacional hasta López Obrador, aunque con la particularidad de que lo hizo más de una década después.

Desde 1997, la Ciudad de México no ha conocido un gobierno que no provenga de la izquierda, aunque sí se han dado rupturas significativas que son reflejo, en alguna medida, de la propia historia del PRD. Un dato. De la decena de presidentes que ha tenido esa organización política, solo un puñado permanecen en ella y entre ellos, Jesús Ortega, Carlos Navarrete, Manuel Granados y Jesús Zambrano. 

De los jefes de Gobierno, solo uno, el senador Mancera se encuentra en la órbita perredista, aunque no es militante. 

2018, con el triunfo de Sheinbaum hay una suerte de alternancia, aunque dentro del mismo espectro y producto del propio arrastre de López Obrador y del traslado de estructuras, lealtades e intereses que migraron del perredismo a Morena, como décadas anteriores lo hicieron franjas considerables de PRI. 

El gran desafío está en el 2024, donde una suerte de convergencia entre el PAN, PRI y PRD puede significar un cambio del poder político en la Ciudad de México. 

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Si eso ocurre, será la primera vez que triunfe la derecha liberal, aunque acompañada de corrientes socialdemócratas poderosas e influyentes. 

Morena enfrentará algo similar a lo que le ocurrió al PRI en 1997, cuando los años en el poder ya eran un lastre más que pesado. Hay matices y diferencias, por supuesto, de ahí que la selección de candidatos y ahora sí, de proyectos, pueden hacer la diferencia. 

Es curioso, hace dos décadas y un lustro nadie podría esbozar la duración de la izquierda en el gobierno. Ni siquiera ellos, de ahí que ahora todo esté tan desdibujado, con diferencias profundas, pero sin poder negar el origen y, por supuesto, el legado, ese sí indiscutible, de Cárdenas Solórzano en la democratización no solo de lo que era el Distrito Federal, sino del país mismo. 

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