Cuando se aproxima el mes de marzo, el escenario se pinta de color púrpura para conmemorar a la mujer. El color morado es, en muchos sentidos, un tono que significa pésame. Es triste, el ocho de marzo no es un día de festejo, es un pretexto de reflexión. Muchas mujeres en el mundo han tenido que luchar el doble, trabajar más sin ser visualizadas ya no digamos recompensadas. Esta realidad es compleja porque ha apartado oportunidades al más amplio sector de la población mundial y nos ha lanzado a un espacio de vulnerabilidad sin razón. Esta discriminación es absurda en su origen y en sus modos, hombres que excluyen a mujeres, pero mujeres que segregan y disminuyen a mujeres también. Frente al acantilado del cristal, nos preguntamos si ese es el destino al que queremos llegar o al que queremos lanzar a nuestras madres, hijas, esposas, amigas, hermanas. Todos tenemos una mujer relevante en nuestras vidas por la que vale la pena reflexionar y actuar en consecuencia. 

Antes, pocos sabían lo que significaba la expresión “techo de cristal”. Tristemente, el concepto ha traspasado en muy pocos años el umbral de lo desconocido, ha dejado de ser un fenómeno de los estudios de género y se ha incorporado a nuestro vocabulario del día con día. Se refiere a esa barrera invisible, no estipulada en ningún lado, que es muy real, que limita el desempeño profesional y el ascenso de las mujeres en el terreno laboral. Entonces, ni el mérito ni las calificaciones ni las competencias valen para acceder a puestos de mayor jerarquía para las que se cuenta con las cualidades necesarias para desempeñarse. 

Desde lo más complejo hasta lo más elemental parece estar sancionado por manos proclives a un favoritismo grupal masculino. Siempre he dicho que, aunque me ha tocado desempeñarme en ambientes en los que predomina la testosterona, he tenido la suerte de ser tratada con respeto y jamás he sido limitada por mi condición de género. Eso no quiere decir que el techo de cristal no exista o que haya situaciones poco relevantes en las que una prefiere elevar la mirada al cielo y dejar pasar.

Lo que me resulta más triste es ver la injusticia de esta discriminación y lo absurdo de quienes la ejercen. Lo más lacerante es la hipocresía con la que se trata este tema. Si preguntas, lo más seguro es que todos los que contesten lo hagan a favor de la mujer y, de igual manera, lo más seguro es que en su actuar, las sigan discriminando. Lo más doloroso es cuando nos topamos a mujeres haciendo más hondo el acantilado que nos separa, fortaleciendo el techo que nos imponen, elevando las barreras que nos deja fuera del área de oportunidades. 

Entre lo complejo y lo elemental, las mujeres estamos viviendo una etapa en la que nos toca gestionar nuestro espacio en tiempos de crisis. ¿Por qué? Porque en casos excepcionales, hemos roto el techo de cristal, pero no para llevarnos a un estadio de mayor comodidad sino para precipitarnos en lo que se empieza a conocer como el “acantilado de cristal”. En este concepto, las mujeres son tomadas en cuenta, pero tienen que hacer esfuerzos por estar demostrando sus méritos intelectuales y tienen que recalcar que es debido a su conocimiento y no a otras habilidades que fue tomada en cuenta para cierta posición.

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No sólo eso, nos toca sacudir conciencias y defender bastiones por todos lados. Las mujeres tenemos que reivindicar nuestro deseo a ser femeninas, nuestro gusto por toparnos con hombres educados que nos tengan pequeñas atenciones como abrirnos la puerta o como recibir flores, sin que por eso caigamos en el rubro de inútiles. También tenemos que defender el derecho que tenemos para pisar fuerte en el mundo de las ideas. 

El mundo femenino es en gran medida un terreno de oclusión que recibe presiones por todos lados, que vive ocultando y aparentando y que se borra de un pincelazo cuando resulta conveniente. Este hecho tiene cifras, la violencia contra la mujer alcanza una media de sesenta y seis mil feminicidios por año según Journal of the American Medical Association, la violencia doméstica es la principal causa de lesiones de las mujeres entre catorce y cuarenta y cuatro años, las principales víctimas de robo y atracos son las mujeres. 

Es cierto, no podemos negar que hay avances que nos parecían inimaginables y que hoy son irreversibles. Sin embargo, el acantilado de cristal sigue siendo una amenaza. Las conquistas nos llevan a avanzar hacia abajo, a subir en retroceso y no es justo. Los chistes, las fantochadas, el imperio de lo incorrecto tiene que parar y en primera línea están todos estos activistas que militan a favor del machismo. Conste, los militantes son hombres y mujeres también.

Recientemente, me invitaron a participar como moderadora en una junta de colonos que estaba teniendo diferencias fuertes entre la mesa directiva y un grupo de residentes que no estaban conformes con las decisiones que se tomaban. Me dio coraje y luego risa, como uno de los colonos asumió que yo llegaba como esposa de alguno de los propietarios y que mi papel era ver, oír y callar. De entrada, asumió que yo no podía opinar de temas financieros y como en broma dijo que las mujeres somos malas para los números. Con gusto vi como fueron pocos los que le celebraron el chiste. Los asistentes más jóvenes le hicieron sentir que su comentario sobraba y estaba fuera de lugar.

Es que, al conmemorar a la mujer, todos estamos convocados: hombres y mujeres, jóvenes y viejos, hermanos, madres, tías, sobrinos: todos. Es una oportunidad de tomar un punto de encuentro para la Humanidad. Se trata de dar un punto humano y una perspectiva de justicia para que el día de la mujer sea un motivo de festejo ya. Para que la feminidad y la masculinidad se puedan celebrar más allá del género. Hay que parar los motivos de violencia. Es necesario empezar con las actitudes cotidianas, con el lenguaje que usamos, con las palabras que nos referimos. Es urgente darle profundidad a nuestras actitudes, porque las intenciones vuelan con el viento si no hay acciones. 

Hay que ayudar a las mujeres a romper el techo de cristal y protegerlas de caer en un acantilado de cristal. Más que nunca, tenemos que limpiar a la sociedad de prejuicios, planchar las arrugas de la injusticia, tejer redes de contacto que se sustenten en la equidad y en la armonía. Un niño tiene derecho a ser lo que quiera y una niña también. Las niñas tienen que lavar lo que ensucian y los niños también. Toda la sociedad está convocada a reflexionar y actuar en favor de las mujeres.

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