Desde el final de la era de los gobiernos de coalición en Reino Unido, en mayo de 2015, Gran Bretaña ha tenido cuatro primeros ministros (David Cameron, Theresa May, Boris Johnson y Liz Truss). Y desde entonces, el clima de inestabilidad política y económica han reforzado la perdida de la confianza por parte de la población a los gobiernos y las decisiones tomadas en diferentes planos. 

Liz Truss ha pasado a la historia por muchas razones, la mayoría asociadas a la precaria situación política y al constante cuestionamiento acerca de la capacidad para liderar un proyecto estabilizador ante un agitado contexto regional e internacional. Y, hay que reconocerlo, casi nada es enteramente su culpa.

En los escasos 44 días que duró su mandato, era imposible revertir la tendencia de pérdida de confianza que desde 2010 se ha presentado de la población británica hacia las instituciones, ya que hoy menos del 40% dice confiar en el gobierno y sus decisiones. Tampoco era realista pensar que en este corto tramo de gobierno, Truss pudiera alcanzar el sueño de la soberanía comercial y energética que impulsó a su partido (el Conservador) a mantener la victoria najo la promesa de un Brexit de éxito contundente y beneficio para el desarrollo interno de Gran Bretaña.

Un proyecto de estabilización económica tan ambicioso como el que se requiere para hacer frente a los embates de la recesión global, requieren ajustes a las políticas fiscales que generalmente no son populares y probablemente no lograrían subsanar los daños que desde hace tiempo se han causado a las finanzas públicas (hay que recordar que a Gran Bretaña se le ha visto con bajo crecimiento y desaceleración desde 2009).

Pero como la estabilidad política acompaña a la estabilidad económica, el rumbo de las próximas semanas no sólo estará definido por el resultado de la elección interna del Partido Conservador, también será fundamental seguir de cerca el comportamiento del mercado energético y los próximos movimientos en el frente de la guerra ruso-ucraniana como factores geopolíticos determinantes para el restablecimiento de status quo.

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 La renuncia de Liz Truss abre así la puerta al regreso de Boris Johnson quien con aún cuenta con mandato democrático (por haber sido electo en votación ciudadana) y a quien un amplio número de votantes respalda por haber llevado a su partido a un repunte en el número de escaños en la cámara, consiguiendo así la mayoría calificada. 

La voz popular está divida y hoy se cuestiona la forma en la que se puede transferir el poder mediante la elección del liderazgo del partido y su designación por consiguiente como Primer(a) Ministro(a). Ante el dilema político y la urgencia de recuperación económica, el Partido Laborista pide la celebración de elecciones generales que llevaría nuevamente a los ciudadanos a un proceso electoral para renovar o refrendar la confianza en alguna de las opciones políticas del país.

Ciertamente no es fácil gobernar en tiempos de crisis, mucho menos en tiempos de desconfianza en las instituciones, pero el escenario que nos toca presenciar (aún a la distancia) nos comparte grandes lecciones acerca de la protección a la democracia, la voluntad ciudadana, la gobernanza y la gobernabilidad. 

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