Cada vez que me dan una receta para cocinar éxito, a mí me da por sospechar. En un mundo en el que el cambio y la incertidumbre caminan de la mano, es muy difícil imaginar a alguien que pueda atreverse a sostener con la frente en alto que tiene la fórmula mágica para salir triunfante de esta situación. En un abrir y cerrar de ojos, la cotidianidad nos cambió el ritmo, las rutinas, los procesos y apenas nos estamos haciendo cargo de lo que implica tanto pasar de un extremo al otro, la realidad nos exige que imaginemos cómo será nuestra nueva normalidad.

Son muchas las instituciones que están inquietas y ocupadas en definir los nuevos roles que se deben de representar para navegar a un puerto seguro después de la crisis y en descifrar cuáles serán los elementos que debemos contemplar para sobrevivir y ver el día en que el mundo emerja de esta situación. Por increíble que parezca, el primer elemento que tenemos que contar en nuestra cartera de bienes es la empatía. Sin empatía, nada funcionará. No se trata de una cuestión romántica o meramente altruista, también tiene que ver con la cercanía que debemos tener con nuestros clientes. Los individuos, después de la pandemia, modificarán sus gustos, preferencias y formas de consumo.

Mostrar empatía significa llegar a acuerdos y decisiones solidarias con todas las partes relacionadas de nuestro negocio, empezando por nuestros colaboradores, proveedores, acreedores, clientes, arrendatarios. No se trata de ser autoritarios y de aventarle a alguien más el peso que yo no puedo cargar, se trata de generar un ecosistema de ayuda que nos proporcione la forma de salir adelante lo más rápido posible.

Calcular con precisión nuestro flujo de efectivo, se convierte en un hecho crucial. Tanto negocios como personas físicas deben hacer números y llegar a una cifra determinante: cuántas reservas tengo. En este momento, verificar el nivel de nuestros fondos es igual de importante como comprobar cuantos litros nos quedan en el tanque de gasolina para entender qué tan lejos puedo llegar. Ahora, lo importante es saber con cuánto contamos para saber hasta dónde podemos llegar y no si tenemos un vehículo deportivo o uno de batalla. Eso, en los primeros días será lo de menos. Habrá que afinar el lápiz y llegar a una respuesta que sin fantasías, nos permita saber qué terreno estamos pisando.

Quiero decir que lo importante en estos meses será darle aire a nuestros negocios y a nuestros bolsillos para aguantar mientras vamos avanzando por este camino tortuoso. Esta valoración se debe hacer con la cabeza fría y con evidencias de nuestro lado. Hay proyectos que parecían muy prometedores, ilusiones que nos llenaban de ilusión que tendrán que esperar para un mejor momento. No se trata de que se hayan roto en mil pedazos, pero para no quedar despedazados, tenemos que saber cuáles son las prioridades.

En esta condición, muchos negocios tendrán que reinventarse y sufrir un ajuste para darle una buena cara a la nueva realidad. Esto significa que tenemos que elevar la visión y atrevernos a mirar afuera de la caja. Podemos apoyarnos en la minería de datos, en la inteligencia artificial y explorar el comercio digital. La buena noticia es que según The Competitive Intelligence Unit (CIU), firma especializada en mercados de comunicaciones y tecnología, en México el comercio electrónico ascendió a más de ochenta millones los usuarios de internet, es decir, un alza de cinco por ciento antes 2017, y una proyección de más de noventa y dos millones de usuarios para 2021, lo que representará un setenta y dos por ciento de penetración de la población.

Esta crisis nos ha enseñado que se pueden romper los paradigmas, la reinvención de servicios financieros, temas inmobiliarios, sectores sofisticados como el aeroespacial o de primer contacto como restaurantes y comercios ya se dieron cuenta de que pueden apoyarse en la tecnología para generar nuevas redes y canales que generan ingresos. Toda empresa puede habilitarse y rehabilitarse a partir de la tecnología. Además, cuando nos apoyamos de los sistemas de información, podemos clarificar los pasos de nuestros procesos, encontrar formas de evitar desperdicios, rentabilizar las operaciones, flexibilizar las formas y conservar el margen de utilidad sin sacrificar demasiado.

Son momentos en los que saber pedir ayuda, se convierte en un gran elemento a nuestro favor. Pero, la ayuda es un cuchillo de doble filo: también tenemos que saber ayudar. Tenemos que estar preparados para ambos escenarios. Si se solicita ayuda, tenemos que ser muy específicos y expresar con claridad qué es lo que necesitamos. Si se va a responder a una solicitud de ayuda, hay que calcular muy bien hasta dónde podemos llegar y dar una respuesta sincera y responsable. En estos momentos, la regla de los aviones aplica: primero te pones tú la máscara de oxígeno y luego ayudas a tu compañero de asiento. Ver primero por lo nuestro, no es un rasgo de egoísmo sino de responsabilidad. 

Una gran noticia es que para campear esta crisis, los equipos de trabajo se van a tener que diversificar. La antigua tendencia de tener personal de un cierto rango de edad y con ciertas características de género se rompió en mil pedazos. Se va a favorecer la equidad de oportunidades. Hoy, mientras más puntos de vista se tengan, será mejor; mientras más experiencia se pueda aportar para lidiar con las crisis, será preferible; mientras mayor entusiasmo y compromiso se tenga, habrá mejores recursos para luchar contra la crisis. 

Según la firma McKinsey, tenemos que aprender las lecciones que nos dan las empresas que han sobrevivido crisis anteriores. Las supervivientes fueron las que:

Optimizaron y fueron resilientes. 

Dinamizaron su operación y planearon en forma estratégica.

Le dieron un propósito a su organización y no se alejaron de él. 

El último ingrediente de la receta es mantener en mente un plan de recuperación. Pensar en el futuro, no como el escenario catastrófico que se nos viene encima, sino con un ojo analítico que nos lleve a determinar cuáles son las nuevas reglas del juego, será concluyente para alcanzar esta nueva normalidad.

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Blog: Las ventanas de Cecilia Durán Mena

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