A lo largo de sus poco más de 60 episodios, Game of Thrones encontró la manera de capturar la imaginación de la audiencia como pocos programas de televisión, es, posiblemente, el último fenómeno de su tipo gracias a la fragmentación de gustos y la multitud de medios proporcionados por el internet. Si Joffrey (uno de los grandes villanos de las primeras temporadas) muere envenenado en su boda, tengan por seguro que al siguiente día escucharon en algún momento de su jornada sobre el tema. La serie vivía de esos momentos de sorprender a la audiencia y jugar con sus expectativas, mientras el género (fantasía) era deconstruido por George R.R. Martin en la literatura y los productores en la pantalla. La dinámica cambió desde hace un par de temporadas. El balance entre la construcción de un universo lógico (dentro de sus reglas narrativas, claro) y la obtención de momentos espectaculares/sorpresivos para el espectador se modificó, la segunda tomó clara ventaja hasta vencer a la primera. Los productores David Benioff y D.B. Weiss priorizaron sorprender a los espectadores antes de cualquier otra cosa, la distancia tomada con respecto a la prosa de Martin nunca había sido tan grande. Se notan las grietas en la pared. La séptima temporada es la mejor demostración de las prioridades impuestas por el equipo de producción y los síntomas arrastrados de años pasados. Al paso que vamos, el único que se va a sentar en ese Trono de Hierro es Lord Deus Ex Machina. Jon Snow (Kit Harrington) nunca ha brillado por su atinada estrategia en las diversas facetas de su vida, por algo la mejor descripción de su persona era que “no sabía nada”, pero su convulso plan para convencer a Cersei Lannister (Lena Headey) del verdadero peligro en el Norte carecía de la lógica más elemental y las nulas consecuencias de su decisión son la verdadera sorpresa. Daenerys Targaryen (Emilia Clarke) de la Tormenta, La que no Arde, Rompedora de Cadenas, Madre de Dragones, Fuente Eterna de Cambios de Humor y dueña de la mirada más tierna/lasciva de Westeros no parece especialmente enojada con el Rey del Norte por haber provocado la pérdida de uno de sus dragones, uno de sus “hijos”. El argumento más simplón sería afirmar que al ser una serie fantástica, con zombies de hielo, hadas dadoras de vidas y gigantes, la lógica narrativa no importa, nada de eso existe así que preocuparse es un acto ocioso, la televisión es para disfrutarse y escapar un rato. Ése, tal vez, sea el motivo por el que Game of Thrones no ha perdido espacio en los ratings o en la conversación popular. La intención de Benioff y Weiss de cerrar cada capítulo con una toma memorable remite a eso, generar la emoción suficiente, junto con su polémica, como para hacer a un lado el resto del esqueleto. Preocuparse después de lo visto porque la adrenalina no lo permite. Cada vuelo de cuervo apresurado o traslado express en el mapa, es una afrenta a la calidad que HBO promete como marca y al material original. Si esto es lo mejor que puede entregar la televisión para suplantar al cine, entonces están a años luz de lograr superar al lenguaje cinematográfico. Game of Thrones se convirtió en un programa más. La ruptura fue asimilada por la tradición de la pantalla chica, siempre necesitada de cliffhangers para mantener a la audiencia cautiva otro fin de semana. Jon murió y revivió, es obvio que no volverá a sentir el dulce olor de la muerte próximamente, a estas alturas del partido no habrá nuevos protagonistas, ¿para qué seguir jugando con el futuro de Snow sólo para salvarlo mediante decisiones artificiales? La conclusión de un universo como el de Game Of Thrones, lleno de detalles y texturas que juegan con las bases propias de su género (el “héroe” de la primera temporada muere en lugar de sobrevivir, por ejemplo), nunca iba a ser sencilla por la manera en que están construidos los personajes, nunca completamente buenos o malos. A un solo capítulo de cerrar la temporada 7 y menos de una decena para el final de la historia, hay tiempo y espacio suficientes para llevar el barco a buen puerto. Eso o esperar a que George R.R. Martin termine de escribir, las fallas de la televisión le han permitido recuperar la obra que nunca debió abandonar su mirada.   Contacto: Twitter: @pazespa

 

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