Al concentrar una parte del debate sobre la Reforma Electoral, en los vericuetos de la propia historia, ocurren hallazgos interesantes. 

Por ejemplo, a José Woldenberg lo designaron presidente del IFE, por un acuerdo de las tres fuerzas políticas más relevantes en 1996, el PRI, PAN y PRD, que eran presididas por Santiago Oñate, Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador.

La decisión fue tan atinada que, cuatro años después, el propio Woldenberg estaría anunciando la derrota, en las urnas, del PRI y la primera alternancia en la presidencia de la República. 

Además, de aquella circunstancia política, se obtuvieron los elementos para profundizar en aspectos del propio sistema electoral y con un carácter mucho más democrático. El propio presidente Ernesto Zedillo reconoció que se requerían cambios, sobre todo en aspectos de autonomía y equidad.  

El financiamiento público de los partidos, hoy tan denostado, ha resultado central para propiciar las diversas alternancias, con el componente virtuoso de alejar o de moderar la inyección de recursos que pueden provenir de poderes facticos, algunos de ellos francamente ilegales. 

El PRD, por aquellos días, era uno de los pivotes que animaba la elaboración de un entramado legal que hiciera posible la construcción de mejores escenarios de competencia para la oposición. 

Es más, López Obrador negociaba y mucho, no porque eso estuviera mal, sino porque así es la política. 

Y les asistía la razón, porque sin la evolución democrática, nunca habrían llegado al poder, porque el PRI era imbatible, precisamente porque no había autoridades independientes, por eso es tan paradójica la reforma que ahora se impulsa, ya que en los hechos es volver al viejo esquema.

La transición mexicana a la democracia se distingue por el acuerdo, por los niveles de consenso que generó a lo largo del tiempo. Por eso, en el escrutinio del pasado, lo que se encontrará es un relato de cómo los políticos y la sociedad fueron capaces de desplazar al autoritarismo priista. 

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Por supuesto, esto lo saben todos, pero se atraganta en la hiel que se despide en la plaza pública. El INE, les guste o no, es el resultado de una tarea colectiva en la que también se empeñaron los que ahora quieren destruirlo por conveniencia y porque creen que así se perpetuaran en el poder. 

Lorenzo Córdova, en 2014, también obtuvo un amplio respaldo en la Cámara de Diputados y por ello es consejero presidente del INE. No hay nada nuevo en ello, porque justamente este tipo de nombramientos surgen de acuerdos para que generen confianza y certidumbre. 

Por ejemplo, el modelo de comunicación política, el que impide que particulares puedan contratar espacios de publicidad política en medios electrónicos de comunicación, es una respuesta a las exigencias de López Obrador después de la elección de 2006. 

Cuando se dice que no se hizo nada después de la contienda presidencial más cerrada de la historia y en donde Felipe Calderón ganó por un margen estrecho al propio López Obrador, se olvidan todos los cambios que se tuvieron que generar para establecer mejores condiciones de competencia para la siguiente cita con las urnas, la de 2012. 

Inclusive, se avanzó en una legislación más precisa sobre la propia jornada electoral, para evitar dudas en contiendas decididas por poco margen, en cuanto a apertura de paquetes electorales y medios de impugnación. 

Más allá, por supuesto, de que el partido de López Obrador nunca solicitó, en términos jurídicos, la apertura total de los paquetes electorales en 2006, por la sencilla razón de que en la mayoría de las casillas sus representantes no manifestaron objeción alguna, y ahí donde se abrieron, sí hubo un cambio en la contabilidad que, aunque marginal, terminó favoreciendo el candidato del PAN, Felipe Calderón.

Más allá de las pulsaciones destructivas de Morena, será difícil que muchos de sus actores relevantes se sacudan lo que les tocó aprobar e impulsar en su momento, porque las reformas sucesivas, luego de cada elección presidencial, fueron impulsadas por ellos o por corrientes con las que convergían. 

Es un hecho que la mayoría de las transformaciones provinieron, hasta ahora, de los las corrientes derrotadas electoralmente.

Por ello, podría resultar insólito, para un observador casual, lo que está ocurriendo, aunque a la vista de lo que ya sabemos, podemos establecer que una gran franja de los opositores del pasado solo eran demócratas de conveniencia, ni más ni menos.

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