El próximo 6 de junio, México acudirá a las urnas en medio de la crisis derivada de la pandemia, el proceso será muy complejo ya que se renovará completamente la Cámara de Diputados (500 diputaciones federales); 15 gubernaturas; los congresos locales (1,907 cargos); y alcaldías en 30 entidades (1,923).

Lo que será la elección más grande en la historia del país, al menos por el número de posiciones en disputa (4,345) más sus suplencias y otros cargos como regidurías, sindicaturas, juntas municipales, concejales, se vivirá también -nuevamente- con una oferta política magra, llena de ocurrencias, personajes bizarros y las peores prácticas de “movilización” electorera.

Ante su incapacidad de generar liderazgos de avanzada, auténticos, legítimos, críticos o al menos representativos, los partidos políticos recurren a la fantasía populista incluyendo como sus candidatXs a personajes generados por la farándula, el deporte y ahora, tratando de capitalizar electoralmente a influencers y youtubers. 

Sin duda, todXs tiene derecho a participar, incluso el beneficio de la duda para desplegar sus talentos y capacidades legislativas, de representación y de política pública; sin embargo, políticamente, sería ingenuo, incorrecto y estulto pensar de esa manera.

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Tales candidaturas se derivan precisamente a la debacle de la llamada “clase política” que no es más que un grupo de burocracias acomodaticias y enquistadas al servicio de los intereses de siempre, lejanas, ineptas y con la misión de legitimar y prolongar el retraso, la pobreza, la desigualdad, la corrupción y todo lo que sirva para explotar y manipular a las masas.

El ciclo perverso de las candidaturas populistas es útil a los partidos políticos -especialmente a los de reciente creación- ya que les acarrea votos fáciles, basados en el impulso, las aspiraciones y el sentirse cercanX a los famosos.

Los electores prefieren personalidades inofensivXs, asépticXs, cercanXs, que consideran de su lado; se les hace más fácil elegir a quienes son percibidXs como “buena gente”; “surgida de abajo” e igual que todXs”; la referencia es un chiste, una canción, un cliché, un gol, una bromita o el post memorable.

Si no saben hablar, no articulan, son neófitos, dispersos, ocurrentes o no entienden ni de leyes ni del gobierno, no pasa nada; es más, los que saben han salido peores. El sufragio te “aproxima” a tus figuras, puedes contar a tus nietos que además de los discos, las fotos, las máscaras y los memes de tus ídolos también votaste por ellXs.  

De la misma forma, “sienten” que quien goza de fama y fortuna no robará de las finanzas públicas, no se expondrá a escándalos y de hecho si fallara, no cumpliera y saliera igual o peor de corruptXs -como todXs- al menos se le podría perdonar puesto que “es culpa del sistema”. Después de todo nadie reclama por la “cosificación de la popularidad”.

Para los partidos con más trayectoria, las candidatXs bizarrXs simplifican y mimetizan el proceso de control de posiciones y recursos. Si ganan, los mantienen acotadXs y dependientes con sus “consejos” y “experiencia”; les imponen nombramientos, dirigen las finanzas y los programas, designan contratistas y bajo su sombra pueden esconder a lXs innombrables, lXs indeseables y/o arropar a familiares, amigos, “detalles”, cómplices y operadores.

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Todos pueden negociar alianzas, llevarse una tajada, inclinar la balanza en los congresos locales y federal, presentar y aprobar iniciativas impopulares o ridículas, llevar un poco de distracción y diversión al somnífero congreso y dejar pasar nuevos impuestos sin que la sociedad se entere. A lo mejor hasta un romance, un nuevo tema, una aventura o un video surjan de la incursión de la fama en la política. 

En nuestro país está claro que el voto mayoritario es emocional, impulsivo, dependiente, reactivo, analfabeto, inmaduro, desinformado, comerciable y sumiso. La crisis del Covid-19 ha profundizado esos vicios y debilidades.

CandidatXs, operadorXs, siervXs y promotorXs -muchos al amparo de la nómina de los programas oficiales- recorrerán el territorio con la misión de concientizar y movilizar a sus simpatizantes, después de 180 mil decesos y 2 millones de contagios (oficiales), seguramente se les exigirán muchas explicaciones.

Los espera una ciudadanía molesta e impaciente por los impactos del Covid-19 que vive a flor de piel, los males psicológicos, sociales, económicos y ahora, los políticos. La sensación de desconsuelo, abandono, impotencia, incertidumbre, enojo y rechazo esta detrás de cada puerta, en miles de hogares todavía penden los signos del luto, las secuelas de la enfermedad y, al menos de aquí al día de la votación, el riesgo de contagio.

No tienen nada que ofrecer, la crisis exhibe la podredumbre, pobreza, deterioro y escasez del liderazgo político en el país. Pedir el voto se aproximará al cinismo, el descaro, la insensibilidad y la demagogia, como siempre.

Esta -sin embargo- es la oportunidad para que la sociedad de un paso adelante, para que surjan los cuadros renovados, auténticos, socialmente validados, luchadorXs reales, aquellXs que se han ganado el respaldo de la gente con trabajo honesto, integridad, altruismo, determinación y disciplina.

Ojalá que el voto se convierta en algo útil, caro, reflexivo, merecido y con visión a futuro. 

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