Es difícil hablar del fracaso. Incluso entre colegas sigue siendo un tema que prefiere no abordarse, principalmente porque seguimos relacionándolo con sentimientos como la vergüenza o la culpa. Seguimos tratándolo como si fuera una excepción, como si las empresas y quienes forman parte de ellas no enfrentaran situaciones adversas a diario, como si equivocarse no fuera cosa de todos los días. Hasta hace unos años, en las universidades y escuelas de negocios era igual. Se formaban estudiantes con la mira en un solo escenario, el del éxito. Sin embargo, cada vez son más las voces que señalan al fracaso como una parada ineludible en el camino de la creación y la innovación, y hacen énfasis en las ventajas (de aprendizaje continuo, por ejemplo) que pueden brindar a las personas y a las organizaciones si saben cómo manejarlo.

Cuando una persona decide montar un negocio o lanzar un nuevo producto, generalmente lo acompañan dos emociones: por un lado, está el entusiasmo por hacer realidad esa idea que, según sus intuiciones y algunas opiniones de colegas, tiene un gran potencial de crecimiento; por otra parte está la incertidumbre ante un posible fracaso, eso que durante décadas nos han dicho es lo peor que le puede pasar a un proyecto. Es normal que haya dudas al momento de tomar decisiones que podrían impactar el futuro de nuestro negocio, pero cuando se trata de innovar, el miedo no debe ser una opción. Eso significaría cerrarle la puerta a la experimentación, al aprendizaje y al hallazgo de nuevas soluciones para los problemas de tus clientes.

Definitivamente no conozco a ningún empresario que aspire al fracaso cuando impulsa una nueva idea; sin embargo, puedo asegurar que todos ellos y sus equipos han tenido que lidiar al menos una vez en su carrera con ello. Si hubiesen cedido al miedo no habrían revolucionado su negocio o escuchado a sus clientes o descubierto su verdadero nicho de mercado. Quienes finalmente alcanzan el éxito son aquellos que saben reconocer las oportunidades en medio de los tropiezos y aprender de ellos.

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Si hay alguien que ha sabido hacer dinero con sus fracasos sin duda es Jeff Bezos, el fundador de Amazon y promotor de las ventajas de equivocarse al hacer negocios. Para el CEO de 54 años los errores son naturales cuando una empresa da pasos audaces. “Si vas a hacer apuestas audaces, van a ser experimentos, y si son experimentos, no sabes de antemano si van a funcionar. Los experimentos son, por su propia naturaleza, propensos al fracaso. Pero algunos éxitos grandes compensan docenas y docenas de cosas que no funcionaron”, ha dicho.

Junto con Bezos, son muchas las voces que hablan de aprender del fracaso; sin embargo, quienes hemos estado al frente de una empresa también sabemos que en la práctica no es nada sencillo abrazar la cultura del error. A algunos les preocupa enviar un mensaje equívoco a toda la organización, como que se premia el error o que hay no estándares de calidad y disciplina, mucho menos interés por mejorarlos. Pero una empresa que reconoce al error como parte del trabajo también puede gozar de excelentes niveles de rendimiento y gobernabilidad.

Un ejemplo de cómo una gran empresa puede adoptar y aprender de los errores es Toyota, que a través de su sistema Andon permite al personal detener la producción en caso de encontrar un defecto y de reanudarla si (tras recopilar información y analizarla) logra solucionar el inconveniente en máximo un minuto. Este tipo de prácticas laborales cotidianas donde se valida al error como parte de un proceso promueven la capacidad de análisis, reflexión, trabajo en equipo y conocimiento colaborativo en una organización.

Démosle nuevas connotaciones al error

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Desde pequeños aprendimos que admitir la responsabilidad por un error, tarde o temprano, derivaría en castigo. Por eso muchos ejecutivos están convencidos de que la resolución o análisis de un error en la empresa pasa necesariamente por encontrar responsables y por supuesto,  sancionarlos, ‘¿De qué otra manera, las personas podrían darse cuenta de las implicaciones de su error y ser cuidadosos para no volverlo a cometer’, se preguntan.  Sin embargo esto solo propicia que los empleados no denuncien irregularidades o prefieran hacerse de la vista gorda si encuentran algún error en los procesos, así no serán blancos de represalias; también podrían no sacar a la luz sus ideas o proyectos por miedo a que el fracaso afecte su reputación en la empresa o su carrera al interior de la misma. Entonces no se trata simplemente de buscar culpables y elaborar un informe para distribuirlo en todos los departamentos, sino de entender por qué pasó y qué otros factores están ligados al incidente.

Otro paso primordial para cambiar nuestra percepción del fracaso es entender que no se trata de una falla, sino de una característica inherente al proceso de aprendizaje o creación; es decir, cuando uno pone en marcha una idea innovadoras, las probabilidades de fracasar son altísimas, pero tomar el riesgo será la única manera de comprobar lo que hasta el momento solo son hipótesis. Es importante estar conscientes de que existe la posibilidad de fracaso, eso nos ayudará a amortiguar los tropiezos y a entenderlos como una estación de camino al éxito que debemos tomar con creatividad, inteligencia y tenacidad, no como una derrota final.

Aminora los costos del error

Los negocios son eso que pasa mientras te encierras en el ‘cuartel de planeación’, esperando tener un producto perfecto que vuelva loco al mercado y sea un hito en la historia de la mercadotecnia. Suena como una aventura muy interesante, pero la realidad es que es más complicado de lo que parece (imagínate que luego de invertir grandes cantidades de tiempo y diseño te das cuenta que la gente no necesita o quiere consumir tu producto). Además, en la actualidad las grandes ideas se construyen en el mundo real, de la mano de tus posibles clientes.

Durante décadas hemos tratado con sigilo y reserva a las nuevas ideas de negocio por miedo a darle ventaja a nuestros competidores. Y aunque está claro que tener un plan de negocio es parte fundamental para impulsar los objetivos de tu empresa, también es cierto que el mundo vertiginoso en el que se desarrollan los negocios actualmente demanda estrategias más ágiles para triunfar en el mercado. De esto va la metodología ‘Lean Start-up’, de pensar menos y actuar más, de salir al mundo real e interactuar con consumidores de carne y hueso, de fallar rápido y aprender continuamente.

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Lean Start-up, una metodología ágil para emprender

El método ‘Lean Start-up’ se enfoca en la experimentación en lugar de la planeación y en  la retroalimentación de los clientes en lugar de en la intuición del ejecutivo.  La idea es construir el producto, al tiempo que se conoce el mercado y se entienden sus necesidades. Una de sus principales ventajas es que permite aprender y cambiar de dirección si es necesario, sin haber desperdiciado grandes cantidades de tiempo o dinero en una idea que desde el principio se sabría no tendría potencial.

Hay dos conceptos que me parecen clave para entender la aplicación y desarrollo del ‘Lean Start-up’:

  • Producto mínimo viable (PMV). Como el nombre lo indica, se trata de un producto con características apenas suficientes para salir al mercado en busca de satisfacer a los clientes iniciales, quienes posteriormente te darán retroalimentación que servirá para enriquecer y mejorar la idea inicial. ¿Cuándo sabes si tienes un producto mínimo viable? cuando la gente comienza a comprarlo.

  • Diseño iterativo. Aquí los usuarios son quienes dictan el rumbo del producto, se trata de un proceso de mejora continua que consiste en realizar pequeños cambios de manera regular para ir probando las respuestas del público en lugar de hacer modificaciones drásticas.


¿Te atreves a dar un paso hacia la innovación o prefieres quedarte donde estás por miedo al fracaso mientras el mundo avanza sin ti? No tengas miedo a fallar, aprende a fallar correctamente, reduce tu curva de aprendizaje y prepárate para encontrar el éxito.

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