Hay un hecho incontrovertible, la esperanza de vida de los seres humanos ha aumentado sensiblemente en los últimos años. No obstante, hay un mito destructivo que afecta la vida profesional, provoca barreras, se sostiene en prejuicios y es muy perjudicial. Se trata del mito que asegura —sin sustento— que a los cuarenta años ya es demasiado tarde para buscar y encontrar trabajo, ya no se diga para emprender, iniciar un proyecto o dar frutos profesionales. Este mito es falso y peligroso. Nos hace creer que la creatividad y la innovación se llevan mal con la experiencia y se marchita con los años y eso es mentira. Digo que es peligroso ya que dejaría en el desempleo a la mitad de los europeos, de los japoneses, de los rusos ya que el promedio de edad en esos países es mayor a cuatro décadas. Los chinos tienen una edad promedio de casi treinta y nueve años, así que se trata de hacer cuentas para entender la peligrosidad de este prejuicio.

Los adultos con más de sesenta años son el segmento de más rápido crecimiento de la fuerza laboral estadounidense y en la mayoría de los países desarrollados. No obstante, cuando pensamos en trabajadores sexagenarios, podemos caer en la mala tentación de vislumbrar a personas que se acercan a la jubilación y están fuera de lugar en la oficina moderna, con poco interés en aprender nuevas herramientas y tecnologías. Estaríamos muy equivocados. Los trabajadores mayores no son patos cojos o reliquias. El segmento más antiguo de la fuerza laboral no es en realidad un segmento; el grupo demográfico incluye muchos tipos de colaboradores, con diversos antecedentes, experiencias y deseos, que puede esperar ver en la oficina, en la tienda e incluso en los campos de fabricación durante mucho tiempo.

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Ver a las personas mayores de sesenta años como viejos marchitos es una idea discriminatoria, prejuiciosa de personas que no son capaces de interpretar los datos estadísticos de población.  Es quedarse con la mentalidad que estaba en boga en 1950, cuando la mayoría de la gente era menor a sesenta. Según datos de la ONU, para el 2050 la proporción de la población tendrá una conversión y habrá más mayores que menores. Sólo en los Estados Unidos, 10,000 personas cumplen 65 años todos los días, y el número de estadounidenses de 65 años o más, que era de aproximadamente 13 millones en 1950, es de aproximadamente 58 millones en la actualidad; para 2060, casi 95 millones de estadounidenses tendrán 65 años o más. La esperanza de vida ha aumentado considerablemente desde principios del siglo XX. La trágica pérdida de vidas desde principios de 2020 debido a la pandemia de Covid-19 mueve un poco los datos, pero hoy en día, una persona de 65 años con buena salud puede esperar vivir hasta casi 90. Los expertos en longevidad creen que los niños nacidos este siglo deben prepararse para vivir hasta los 100 años. Así que es importante empezar a quitarnos los lentes prejuiciosos, en todo sentido ya que edifica barreras y entorpece la vida personal y profesional del ser humano.

Lo más importante es entender que los períodos de saluden los que un individuo puede vivir sin requerir atención, también se están alargando. Y debido a que las personas se mantienen más saludables los seres humanos estamos trabajando durante muchos más años que antes. De hecho, dentro de solo dos años, la mayoría de la población mundial estará rondando los sesenta años. Así que, con la inminencia de los datos, es necesario empezar a darnos cuenta de una realidad contundente y gloriosa antes de que la convirtamos en una catástrofe. Las demandas financieras de alguien que vive hasta los 90 años son mucho mayores que las experimentadas por alguien que solo vive hasta los 70. Si las personas que rondan los sesenta años o más son el segmento de crecimiento más acelerado, también es el más incomprendido. Los mitos y estereotipos persistentes, junto con el edadismo directo, impregnan la forma en que hablamos de los trabajadores mayores. Necesitamos cambiar el discurso. La longevidad de los trabajadores no es un problema sino una oportunidad. Sin embargo, para beneficiarse de la experiencia y la energía de estas personas, las organizaciones deben estar listas, lo que significa construir infraestructura y sistemas para apoyarlos e involucrarlos.

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Estudios hechos por la Universidad de Harvard confirman que la discriminación por edad está muy extendida en el lugar de trabajo y en el mercado laboral. Los datos corroboran que más de nueve de cada 10 trabajadores mayores consideran que la discriminación contra las personas de su grupo de edad es algo o muy común. Tres de cada cinco trabajadores mayores informan que han visto o experimentado discriminación por edad en el lugar de trabajo. Un tercio de los preocupados por perder su trabajo en el próximo año enumeran la discriminación por edad como una razón mayor o menor que esperan que esto ocurra. Entre los solicitantes de empleo, más del cuarenta por ciento de los solicitantes de empleo mayores dicen que se les ha pedido información relacionada con la edad durante el proceso de solicitud o entrevista. Sólo el tres por ciento de los trabajadores informan que han presentado una queja formal de discriminación por edad a un supervisor, un representante de recursos humanos, otra organización o una agencia gubernamental y no hay recibido respuestas favorables. Casi seis de cada 10 trabajadores mayores apoyan firmemente el fortalecimiento de las leyes para prevenir la discriminación por edad.

El edadismo es un tipo de discriminación absurda —como todo tipo de prejuicio lo es— pero lo es más, porque tarde o temprano quien lo practica lo puede llegar a padecer. Los que discriminan por edad dejan ver lo obtuso de su visión en el más amplio de los sentidos: no saben interpretar las estadísticas, no entienden como interpretar los números, desperdician un activo valioso que es la experiencia y lucen en forma descarada su cortedad de miras porque no son capaces de ver el largo plazo, o de verse a sí mismos en unos años.

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Hay que tomar acción y el primer paso en este plan estratégico es que se cambien las actitudes, las políticas y las prácticas a todos los niveles para aprovechar el enorme potencial de personas en plenitud a los sesenta años en el siglo XXI.  Las recomendaciones concretas deben dar prioridad a las personas de edad y al desarrollo, promoviendo la salud y el bienestar, garantizando entornos propicios. Es necesario tomar acción ya que el mundo perdería mucha riqueza si le cerramos las puertas a todos los sexagenarios fuertes y sanos que tienen tanto que producir y aportar. Es una cuestión de inteligencia, así de sencillo. Es tema de observación e interpretación. Es abrir la conversación y poner el tema en la mesa para dejar los prejuicios al lado, en vez de estar alimentando mitos.

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