Era la primera semana de marzo y yo deslizaba el dedo por la timeline en LinkedIn. Ya se notaba que varias organizaciones dirigían su estrategia de contenidos en esta red hacía el 8 de marzo.

Me topé con una publicación que celebraba el anuncio de que la Selección Femenina de Fútbol de los Estados Unidos pasaría a recibir el mismo salario que la masculina. Eso a pesar de que su éxito ha sido desproporcionadamente más notable que el de los jugadores masculinos.

Descubrí que la decisión había sido tomada a partir de una queja formal por discriminación salarial en la Comisión de Oportunidades e Igualdad en el Empleo de EE.UU por parte de algunas jugadoras en el 2016. Sí, habían pasado más de seis años.

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Lo que más me impresionó en esa historia fue el tono de celebración de la noticia. A mí, me sonaba casi que indigerible que el anuncio fuera considerado una victoria. No fue una conquista, fue una corrección de errores acumulados de hace décadas. De hecho, la Justicia también consideró que hubo un equívoco grave y exigió que la Federación Estadounidense de Fútbol pagara, como compensación, 24 millones de dólares a la selección femenina. Me puse a reflexionar sobre qué otros sistemas necesitan ser corregidos.

Uno de ellos, claro, es la brecha salarial. Las mujeres ganan alrededor de un 17% menos que los hombres por hora trabajada en América Latina y el Caribe, según las estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Y esta desigualdad se produce a pesar de que ellas tengan la misma edad, el mismo nivel de educación, presencia de hijos en casa y tipo de trabajo. Solo en México, en el sector del comercio, la brecha llega a ser de un 33%. Eso afecta a la autonomía de las mujeres, al poder de compra de una familia (ya que es muy común una familia formada por una madre sola y sus hijos). Hasta en los niveles jerárquicos más altos hay brechas salariales alarmantes. En el 2021, hubo la diferencia de remuneración más crítica entre ejecutivas y ejecutivos de las empresas del S&P 500 desde el año 2012.

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Otra corrección por hacerse es la baja participación de las mujeres en la política. Por poner un ejemplo: en América Latina y el Caribe solo cuatro mujeres son jefes de gobierno hoy en día. Es decir, menos de 10% de los 43 países y territorios de la región son gobernados por mujeres. Son ellas: Xiomara Castro (Honduras), Evelyn Wever-Croes (Aruba), Sandra Mason (Barbados) y Paula-Mae Weekes (Trinidad y Tobago). El protagonismo femenino en la política es fundamental porque las mujeres tienen puntos de vista diferentes y pueden distribuir recursos de forma más efectiva y más dirigida a las políticas hacia la equidad de género.

Hay otra corrección sobre la cual venía diciendo, pero lo dejo más claro aún: el desequilibrio de condiciones en el deporte. “Aunque la industria futbolística genera más de 500.000 millones de dólares cada año, un 49 por ciento de las jugadoras de fútbol profesional no reciben un salario y un 87 por ciento finalizará su carrera deportiva antes de los 25 años, por la baja o nula remuneración, según datos publicados por FIFPro (Federación Internacional de Futbolistas Profesionales) en 2018.”, como ha publicado el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Faltan incentivos, faltan patrocinios, falta visibilidad del talento femenino y visibilidad de los equipos y de las competencias. Los medios de comunicación tienen mucha responsabilidad sobre esa falta de visibilidad. Y además, muchos medios representan con connotaciones sexuales a las mujeres deportistas o las critican por sus aspectos físicos.

Y también está la desigualdad entre los períodos de baja maternidad y de paternidad. Sabemos que si el trabajo reproductivo y el del cuidado se le acumulan de forma desequilibrada, como suele ser, a la mujer, habrá consecuencias negativas. Entre ellas, la interrupción de una carrera profesional, la interrupción de los estudios, la interrupción de una carrera científica o académica e incluso el agotamiento mental. Por eso, la necesidad de una baja paternidad con la misma duración que la de maternidad. Para que los cuidadores puedan compartir su función de forma igualitaria y justa. Y, además, para que la contratación de las mujeres por una organización no sea perjudicada por la posibilidad de ella tener hijos, como aún pasa.

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Por fin destaco la estructura que nos mata de forma literal: el feminicidio. Posiblemente, sea la consecuencia extrema de las demás problemáticas mencionadas. Al menos 4.091 mujeres fueron víctimas de feminicidio en América Latina y el Caribe en el 2020, de acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Eso sin contar los casos que no han sido reportados como tal. Es decir, más de 4 mil mujeres han sido asesinadas por el hecho de ser mujeres. Porque sus parejas y exparejas y otras personas, en general conocidos, no aceptaron que estas mujeres fuesen personas que tenían autonomía y su propio poder de decisión.

Hasta mediados del siglo XIX, la histeria femenina fue considerada una enfermedad en la medicina occidental. Y hasta el día de hoy, cuando una mujer se pone estresada o habla de forma estridente le dicen histérica, le dicen que se relaje. Yo me pregunto si hay alguna forma de no tener reacciones como gritar o ponerse nerviosa – como lo representado en la foto que tomé durante una protesta de mujeres en Río de Janeiro – al darse cuenta de que las organizaciones celebran el Día de la Mujer cada año; o incorporan a su estrategia de contenidos la preocupación por que la equidad de género; al mismo tiempo en que reproducen patrones que van en contra a todo eso. Me parece que lo que llaman histeria es una forma casi natural de reaccionar al darte cuenta de que tienes que esforzarte más por recibir menos méritos; y que eso esto está incorporado de forma profunda a las estructuras sociales; y que cuanto más injusticias acumulas, más desproporcionado es el esfuerzo a las conquistas.

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Senior Account Executive para la región Américas. Co-fundadora del Comité de Diversidad e Inclusión de LLYC Brasil. Investiga narrativas de las relaciones de trabajo.*

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