En este tiempo en el que entramos en una especie de calma chicha, en que muchos han salido de vacaciones y sentimos ciertas cosquillas por la pena de ser condenados por el pecado de lesa respetabilidad que nos causan las ganas de descansar y las preocupaciones que nos trae el día a día, me da por ponerme a pensar: por observar y tratar de ver con atención. 

No han sido pocas las veces en las que veo movimientos mundiales que no entiendo. Observo la radicalización de los pueblos, lo intolerantes que nos hemos vuelto, veo como muchas de las fronteras que nos empeñamos en derribar se comienzan a alzar nuevamente. El mundo no está tan cerca como antes y las fronteras no son lo que una vez fueron. Las relaciones de las naciones con el mundo parecen estar en un punto de inflexión. La dinámica cambiante del liderazgo político global es crucial y se ha convertido en una competencia cruenta. Esas no son buenas noticias. 

Debiéramos empezar por poner las cosas en su lugar. “Es descorazonador haberse esforzado por escalar escarpadas cumbres, y al llegar arriba, encontrar que la humanidad permanece indiferente a la proeza”, dice Robert Louis Stevenson en su texto En defensa de los ociosos. Pareciera que la indiferencia nos va ganando, que vivimos en un estado de duermevela permanente, que estamos como catatónicos y desde esa posición, elevamos el dedo juzgón para emitir opiniones de aquello que no conocemos. Sería pertinente detenernos a observar.

Por un lado, hemos de reconocer que los consumidores de todo el mundo se han beneficiado del comercio en la era de la globalización. Incluso los países más cerrados han gozado de las mieles de comprar y vender con mejores condiciones. Por ejemplo, McKinesey estima que las importaciones chinas han recortado los precios de los bienes de consumo de los Estados Unidos en un 27 por ciento. China, que históricamente ha sido un país de puertas cerradas, es hoy un mercado importante para las empresas multinacionales que buscan un nuevo crecimiento —los ingresos de las empresas extranjeras que invirtieron en territorio chino aumentaron 12 veces entre 2000 y 2017, según la Oficina Nacional de estadísticas de China—. Sin embargo, la naturaleza del ascenso de China está bajo escrutinio. Se ha expresado la crítica sobre, por ejemplo, las políticas de China para apoyar la transferencia de tecnología de empresas extranjeras a locales.

Los números nos ponen en perspectiva y las circunstancias deben ser atendidas. Hay preocupaciones, el mundo hoy se pregunta sobre las desventajas de estar tan poco separados. Se teme que la disolución de las fronteras se traduzca en movimientos que desplazan los trabajos de manufactura en economías avanzadas como los Estados Unidos o Europa, aunque las tecnologías de automatización también han desempeñado un papel en términos de crisis de empleo y subempleo. Según estudios de la Organización Mundial de Comercio, se calcula que al menos dos millones empleos de manufactura fueron eliminados entre 1999 y 2011, lo que coincide con el período en el que las importaciones procedentes de China estaban creciendo. Sin embargo, es muy importante puntualizar que la correlación no debe confundirse con las causas. No podemos concluir que una cosa sea efecto de la otra.

Evidentemente, cuando China se unió a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001, la dinámica de los Estados Unidos con Asia cambió. Los Estados Unidos históricamente han tenido grandes déficits comerciales con Asia. Mediante la importación de insumos de otras economías asiáticas y la exportación de productos terminados a Estados Unidos, China se convirtió en el centro de comercio consolidado para la relación comercial. Esta relación parece estar afectando la composición mundial. Los términos de transferencia de tecnología, inversión, logística, investigación y desarrollo, exportaciones e importaciones van soplando como un viento transformador en el que los factores se modifican y, si no estamos atentos, podemos dejar de entender.  El desentrañar aún más las conexiones mundiales plantea riesgos significativos, si no comprendemos, nos podemos quedar fuera, nos podemos quedar aislados. 

La radicalización que está padeciendo el mundo se produce cuando queremos quedarnos con todos los beneficios sin estar dispuestos a pagar los costos que vienen implícitos. Esa postura, por más infantil que sabemos que es, es real. Vemos a dirigentes que agitan el avispero del egoísmo y que tienen un gran éxito a la hora de polarizar. Hemos visto lo fácil que es encender en la gente esa intolerancia y esa miopía. También podemos observar que esta postura extrema ha traído pocos beneficios. Las verdades a medias apelan a un enemigo extraño que viene a quitarnos lo que es nuestro, se engendran guerras ficticias y se forjan monstruos en donde hay debilidad. Así no gana nadie. Si coronamos a la indiferencia como la reina del mundo, vamos a pagar un precio elevado.

Los movimientos migratorios no van a parar y radicalizar a la Humanidad no será solución. Hablar de condiciones comerciales desfavorables, mientras tratamos de contrarrestar con aranceles, no será la forma de dar una batalla digna. Tal vez, debiéramos empezar a pensar en cómo hacer para que dadas las circunstancias, generemos un plan en el que todos resultemos ganadores. De otra manera, el ser humano será el gran perdedor. Como dice Stevenson: “una persona inteligente que tenga ojos para ver y oídos para escuchar, sin perder nunca la sonrisa, adquirirá una formación más autentica que muchos otros en una vida de heróicas vigilias. 

Siempre habrá una forma para imaginar soluciones en las que todos salgamos beneficiados. Elevar muros, cancelar puentes, encerrar inocentes no parece ser una ruta adecuada. Sucede lo mismo que cuando queremos bloquear el flujo del agua, el liquido encontrará caminos alternos y se filtrará por lugares que no serán los más convenientes. Es mejor analizar, idear, planear, diseñar y ejecutar cómo hacer para que los resultados sean buenos para más personas. Claro, hay que aceptar que eso nos va a costar; pensemos lo que tenemos que hacer para que nos cueste menos y estemos dispuestos a pagar lo que nos toca. 

Para ello, hace falta valor, creatividad y procesos que faciliten la innovación. Me temo que estamos algo extraviados en el camino y andamos haciendo justo lo contrario. Por eso creo que es tiempo de empezar a redefinir un mundo en el que todos podamos ganar. Más allá de propuestas fantasiosas, de buenos deseos o de odios intolerantes y razones absurdas, es tiempo de reflexionar seriamente como podemos tender puentes que nos lleven a tener un mundo más igual y en el que las diferencias no postren a un ser humano e situaciones de indignidad.

 

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