Por: Luis Javier Álvarez Alfeirán, MA

Generar competitividad en la economía tiene como consecuencia beneficios para el consumidor, esto no es un secreto y para quien hoy me lee es bastante obvio. Que la competitividad tiene que seguir también ciertas reglas para que sea equitativa es también evidente. Que la competitividad tenga una intención reivindicatoria y de justicia social ya no es, por el contrario, tan común.

El mundo moderno ha cambiado rápidamente, más de lo que podemos pensar o entender como una frase trillada, en realidad la  nueva tecnología sobrepasa a la mayoría de las personas y de las empresas: se prevé por ejemplo que la Inteligencia Artificial, aquella que hoy abrumadoramente nos sorprende sustituya en la próxima década más de 800 millones de empleos lo cual implica un reto sin duda para las nuevas generaciones que deben adaptarse rápidamente a entender este fenómeno, las universidades deben también hacer lo suyo para comenzar a ofrecer programas que aseguren un futuro a sus estudiantes. La iniciativa privada y los gobiernos deben a su vez, cumplir su rol dentro de la sociedad si es que buscamos que tengamos un futuro sostenible.

En días pasados, nuestro planeta llegó a lo que se conoce como «el día de la sobrecapacidad de la tierra», es decir, el día en que se ha alcanzado el nivel de lo que podemos producir de acuerdo a lo que consumimos en un año, sin embargo, nuestro ritmo de consumo requerirá al menos 1.7 veces la capacidad actual de generar lo que demandamos. Hemos caído como humanidad en una vorágine consumista descontrolada dadas las facilidades de producción, consumo, compra, venta, transportación, etcétera. 

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La fórmula no es alentadora a menos que generemos esquemas distintos de competencia económica; si la tecnología produce más y mejor y los hábitos de consumo no cambian, el planeta terminará por colapsar. No es mi intención generar una escandalosa alarma, por el contrario, intento generar una reflexión que nos lleve a tomar en cuenta la riqueza invaluable y más importante del planeta: las personas. A lo largo de la historia, el pensamiento humano y en consecuencia su desarrollo y evolución, ha encontrado en las grandes crisis su motor de cambio, así sucedió con la caída del imperio romano, con el descubrimiento de América y el nuevo mundo que se abría para un occidente desarrollado, más recientemente las guerras mundiales son sólo algunos ejemplos.

En el mundo de la gastronomía, este binomio entre industria y persona es ineludible, no hay un chef sin un comensal. No se puede hablar de gastronomía sino como reflejo de una cultura y de una sociedad. Alimentarse es una cosa, lo hemos hecho desde siempre, está en nuestra naturaleza y en nuestro instinto de supervivencia, pero “cocinar hizo al hombre” diría Faustino Cordón.

Cocinar nos ha hecho entendernos como comunidad y –retomando las ideas iniciales de este artículo–, cuando competimos en equilibrio, con reglas claras y ciertas alcanzamos resultados asombrosos que benefician a esa comunidad, pero cuando lo hacemos además pensando en el bienestar de las personas, buscando equidad y justicia social, en donde todos participen de forma igualitaria y de acuerdo a sus capacidades entonces el genio de la humanidad dará luz a un desarrollo creativo y sostenible que más que nunca es necesario, el reto de los gobiernos es generar las condiciones para lograrlo sin atentar contra las libertades. En la gastronomía no se busca competir sino enaltecer nuestra capacidad creativa a través de los alimentos (con ellos la competencia surge sola), es tiempo de cocinar un nuevo mundo que genere estabilidad y desarrollo para todos y cada uno de los individuos que habitamos en este hermoso planeta.

Contacto:

Luis Javier Álvarez Alfeirán, MA, Director de Le Cordon Bleu-Anáhuac

[email protected]

Twitter: @DirectorLCBMx

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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