Con las salas de cine al máximo y con el furor generado por una disruptiva campaña de marketing, Barbie está en el centro del debate y millones de conversaciones alrededor del mundo. Más allá del valor cinematográfico, de la historia entrañable, de las causas justas o no, la película cumple su función. Le da visibilidad a un movimiento académico, social y cultural que cuestiona y busca cambiar las disparidades económicas, civiles e ideológicas entre hombres y mujeres. 

Si bien es cierto que no existe una definición absoluta de feminismo porque está en constante evolución, el movimiento tiene una dinámica importante que le permite abordar las experiencias y problemáticas comunes entre niñas y mujeres alrededor del mundo. Históricamente el feminismo se ha centrado en lograr que a las mujeres se les reconozcan los mismos derechos y libertades que a los hombres. 

Aunque la narrativa social en la mayoría de los casos nos lleva a pensar que el feminismo es un producto de los radicalismos del siglo XX, la realidad es que los primeros escritos feministas tienen siglos narrando las recurrentes escenas que, tristemente, se repiten en las sociedades contemporáneas. En 1405, la escritora francesa de la época de la Ilustración, Christine de Pizan, escribió El libro de la ciudad de las damas, que destacaba la misoginia, la falta de acceso a la educación y la opresión de las mujeres. En 1792, la protofeminista Mary Wollstonecraft publicó su primer tratado feminista, A Vindication of the Rights of Woman, en el que defendía la posición de la mujer en la sociedad actual. Profundizó en una serie de problemas sociales que afectan a las mujeres, como la educación, argumentando que se les debe permitir obtener las mismas experiencias que los hombres (además de ser madres y cuidadoras).

No obstante, estas importantes contribuciones al movimiento, la historia del feminismo suele dividirse en una serie de “olas” detonadas con los movimientos por los derechos políticos de las mujeres desde finales del siglo diecinueve.

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El feminismo de la primera ola se centró en lograr el otorgamiento a las mujeres del derecho al voto, a la educación, a la propiedad y a ser reconocidas legalmente como sujetos independientes de sus maridos. 

La segunda ola de feminismo, ubicada entre 1960 y 1980, impulsó la igualdad de oportunidades en el lugar de trabajo, el hogar y la esfera pública de un sistema históricamente patriarcal. Este período del movimiento de mujeres se centró en la opresión directa e indirecta de las mujeres.

El surgimiento de la tercera ola del feminismo llegó a mediados de la década de los noventa con mujeres que comenzaron a abrazar la individualidad y la autonomía que les otorgaban los movimientos anteriores por los derechos civiles y la liberación de la mujer, con una perspectiva de inclusión. En 1989, Kimberlé Crenshaw académica experta en raza y género, acuñó la frase “interseccionalidad” para explicar la intersección entre datos demográficos como clase, identidad de género, orientación sexual y raza como factores esenciales para comprender que la desigualdad y la discriminación entre diferentes identidades sociales pueden superponerse y exacerbarse entre sí, creando conjuntos únicos de experiencias y circunstancias para diferentes grupos. También en esta etapa surgió el transfeminismo, explorando el lugar de las mujeres trans en las discusiones sobre la igualdad de género. El feminismo posmoderno y el ecofeminismo también son resultado de la tercera ola y diversificaron aún más la discusión feminista.

La cuarta ola comenzó a fines de los años 2000 y ya para principios de la década de 2010 había logrado una fuerte presencia global con un llamado de exigencia a una inclusión aún mayor de los derechos de las mujeres y la igualdad de género. Esta ola se centra en la igualdad salarial, la violencia sexual, una mayor representación de los grupos marginados (como la comunidad de discapacitados) y la positividad corporal. La crítica feminista de esta época también explora cómo el capitalismo puede explotar el “empoderamiento femenino” de moda en la publicidad y los medios para obtener ganancias. 

Movimientos como #MeToo han desatado debates globalizados sobre sistemas relacionados con la opresión, el racismo, el acoso sexual y la misoginia arrojando luz sobre el sexismo tóxico y la intimidación en el lugar de trabajo. Temas incómodos pero pertinentes, relevantes y urgentes de atención.

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