El 19 de septiembre de 1985 me encontraba en la ONU a través de una convocatoria para periodistas de países ‘no alineados’ -todavía existía el concepto de país ajeno a la guerra fría- para asistir a la Asamblea General del 24 de septiembre. Había llegado a NY el 9 de septiembre. Para el 19 ya nos conocíamos algunos de los periodistas invitados por lo que alrededor del mediodía una periodista venezolana se acercó a preguntarme si todo se encontraba bien con mi familia después del terremoto de la mañana. En una era sin telefonía celular, sin Internet, en donde la información era divulgada mundialmente por agencias informativas que tenían corresponsales en los distintos países de su cobertura que recopilaban información y la enviaban vía telex a los distintos medios impresos, radio, tv, y en este caso, la central de prensa de la ONU, Yajaira, como se llama esta amiga venezolana, se había enterado del evento ya que una de sus funciones para el medio con el que colaboraba en Venezuela era precisamente realizar un chequeo de la información mundial vía telex temprano por la mañana. Yo no sabía de qué hablaba pero le contesté que seguramente sí, todos estaban bien en mi casa, ya que el término ‘earthquake’ en inglés no tenía matices como si lo tenía en castellano la diferenciación ‘temblor’ a ‘terremoto’. O cuando menos en México sí que tenía una diferencia pues estábamos acostumbrados a sentir temblores de manera regular sin por ello caer en la alarma. Su cara de preocupación y seriedad, sin embargo, me preocupó porque si había un tono de catástrofe que yo desconocía, en su dialogo. Alrededor de la 1 de la tarde, hora local de NY subí al cuarto de telex del edificio de la Secretaria General de la ONU, un cuarto en donde estaban todos los telex de todas las agencias informativas del mundo, y comencé a revisar los pliegos de papel que se desenrollaban de cada máquina -similar a una máquina de escribir de gran tamaño-. Ahí comencé a darme cuenta que efectivamente había una situación mucho más seria de lo que yo ni había imaginado. Se hablaba de edificios colapsados, zonas de desastre por toda la Ciudad de México, gente atrapada entre los escombros, y una lista de personas fallecidas. Al leer la lista identifiqué un nombre, el de Sergio Rod, conductor y productor de radio que había sido mi primer jefe en el Núcleo Radio Mil y que llevaba poco más de tres años realizando un programa llamado ‘Batas, Pijamas y Pantuflas’ en una estación de Organización Radio Formula cuyo edificio se había caído en el terremoto de la mañana quedando atrapado él y parte de su equipo de producción en los escombros del estudio de transmisión que se encontraba en la planta más alta del edificio. Al leer el nombre de Sergio, y sentir la cercanía de la muerte, el tamaño del problema comenzó a crecer exponencialmente por minuto. No había comunicación telefónica con México y América Latina pues, lo sabríamos más adelante en el día, la torre de telecomunicaciones que enlazaba a México con los Estados Unidos y que era el paso de la comunicación telefónica a América Latina desde Norteamérica, se había caída dejando totalmente incomunicada, vía telefónica, a la Ciudad. Las imágenes de televisión que transmitían la CBS, la NBC o la ABC siempre se generaban desde el mismo lugar: la calle de Juárez en el centro, la zona de Insurgentes y viaducto, o imágenes aisladas por la zona de Churubusco y Tlalpan. Al día siguiente, viernes, tramité mi viaje a México. La imagen que teníamos en NY todos, era de incertidumbre, a tal grado que mis compañeros me preguntaban qué cómo le iba a hacer para desplazarme del aeropuerto al sur de la Ciudad que era en donde vivía mi familia, se encontraba el NRM. El nivel de desinformación era a ese nivel de alarmante. Llegué a la Ciudad el sábado a mediodía. El aeropuerto funcionaba con normalidad y al salir con rumbo hacia la colonia Del Valle toda la ruta proyectaba una vida normal. Gente jugando futbol en el camellón de Churubusco, el tráfico usual de sábado a mediodía. Sin embargo, una vez confirmada la salud de mi familia fui al NRM a visitar la instalación de trabajo y fue cuando me golpeó el problema real del terremoto. Me incorporé a las labores de acopio de medicinas que se estaban llevando a cabo en la planta baja del edificio de Insurgentes y Olivo, a la recopilación y distribución de información de los nombres de las personas fallecidas que estaban siendo reunidas en el campo de béisbol de Cuauhtémoc y Viaducto, y salí con alguna brigada informativa a la zona de destrucción que comenzaba sobre Insurgentes pasando Viaducto. Medellín e Insurgentes, amplias zonas de la colonia Roma, el Centro Médico, el multifamiliar frente al Centro Médico, el cine Internacional, más edificios colapsados. El gran edificio de Insurgentes y Reforma que era hotel, mas edificios en la glorieta de Colon, las instalaciones de Televisa en avenida Chapultepec y llegando al centro el desastre total de la calle Juárez. Envueltos en una atmósfera de olores inclasificables y una luz siniestra provocada por el polvo indefinible que desprendía la labor titánica de remoción de escombros que miles de personas estaban ayudando a realizar, era a la vez fascinante y conmovedor sentir la energía solidaria y franca de la gente, así como desgarrador sentir la fragilidad de tantas vidas que en ese momento estaban muriendo asfixiadas o aplastadas por la destrucción del terremoto. La cifra real de la gente que murió entonces nunca se supo. Encubierta por un gobierno absolutamente pasmado que actuó con total irresponsabilidad y miedo ante la reacción abrumadora de la gente que se organizó y tomo literalmente las calles para salvar al prójimo, en algún lugar entre dos mil y 20 mil personas, tal vez mas, se encuentra el daño irreparable de ese terremoto que, por otro lado, ofreció un espiritual espectáculo inolvidable de reconocimiento de nosotros mismos en comunidad. La sensación de vernos a los ojos, de reconocernos como corresponsables de nuestras vidas en comunidad generó una emocionante sensación de solidaridad y compañía en la ciudad de México creando un momento histórico que ahí quedaba para la construcción de leyendas y momentos únicos e irrepetibles de la historia de nuestro pais. Hasta hoy. 32 años después, atrapados por la incredulidad de lo inverosímil del asunto, vuelve un terremoto de intensidad considerable, pero de cercanía mortal con la Ciudad de México, a golpearnos, a sorprendernos en un día de homenajes y de simulacros, atacándonos desde un flanco descubierto con el epicentro en una zona que no genera alerta sísmica. Pero, aunque se repiten las imágenes de desconsuelo y tragedia en diversos puntos de la Ciudad de México y los estados de Puebla y Morelos, podemos sentir, aunque sea un poco, de consuelo, de que la dimensión tan terrible del terremoto de 1985 no se repitió. Y aunque los gobiernos federal y de la Ciudad de México actuaron con decisión y claridad, la gente volvió a salir a la calle espontánea, generosa y desinteresadamente, robándoles, más allá de la búsqueda de oportunidad de reivindicación política de gobernantes corruptos e incompetentes, cualquier intención de aprovechamiento propagandístico, recuperando nuestra sensación de comunidad, de hermandad civil. De reconocernos en los ojos y en las acciones de los otros. Los medios convencionales, alarmistas y sensacionalistas -‘dime que vez, que oyes, que estabas haciendo cuando comenzó el temblor, como lo sentiste, que dice la gente en la calle’ se oye a conductores de rapiña equivocando la vocación informativa con el morbo de la era de la información- que incrementan la psicosis de una situación que de suyo es terrible, generando al mundo exterior una sensación de confusión y desinformación sobre la dimensión real del problema con ello obstaculizando una creación objetiva de juicios que a su vez generen reacciones puntuales de apoyo y colaboración con quienes en efecto necesitan ayuda en este momento, son rebasados por el intercambio veloz y eficiente de las redes controladas por la sociedad civil tomando efectivamente el control de la información importante, de la información que está salvando vidas y creando las oportunidades eficientes de ayuda dirigida claramente a su objetivo: nosotros mismos, la sociedad que nos reconocemos. Aún más grave que cuando el temblor del 7 de septiembre, el del martes 19 de septiembre, es la segunda oportunidad que Donald Tremp tiene de volver a ofender al pueblo de México al ignorar públicamente nuestra situación -ya dejen ustedes ofrecer ayuda-, al mismo tiempo que, sin embargo, nuestro gobierno inicia hostilidades contra un país al expulsar al embajador de Corea del Norte, apoyando directamente el discurso de la Asamblea General de la ONU del mismo pasado 19 de septiembre, en el que Trump amenazo con destruir ese país, en una evidente declaración de guerra -‘We will totally destroy North Korea’ dijo Trump frente al mundo- en la que ya compramos boleto los mexicanos. Hasta cuando, esta sociedad civil tan poderosa y magnifica que sabe salir adelante cohesionada en los momentos necesarios será merecidamente reconocida, respetada y retribuida en la dimensión superlativa que merece? Un momento de silencio y reflexión por las personas que están sufriendo este terrible momento. Un momento de silencio y admiración por todos los espontáneos y heroicos mexicanos. Un momento de silencio, planeación y compromiso por nuestro futuro. El de México.   Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @lgsrock101 Facebook: Rock101 Página web: Rock101online.mx Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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