- Los chismes sirven para abonar el terreno de la ansiedad y el miedo colectivo. Es el vehículo favorito del bullying corporativo y es una forma de comunicación que, al carecer de reglas, se desenvuelve en formas poco sanas y alejadas de las prácticas éticas. El chismoso emite mensajes poco claros y mientras más ambiguos son, mejor. El resultado es ruido en el lugar de trabajo que puede devenir en falta de productividad y enrarecimiento del clima laboral.
- Los chismes son opiniones que no necesitan de sustento. Ésa es parte de su naturaleza. Cualquiera puede decir lo que sea sin necesidad de justificar o comprobar nada. Puede ser una mentira sin que nadie se ocupe de demostrar su falsedad. Son un cáncer que mata las células sanas de buen comportamiento y de etiqueta en la comunicación. Al decir las cosas por lo bajo, no hay necesidad de dar bases de comprobación, y eso resta calidad y seriedad.
- Los chismes suelen ser un intercambio de información injusta. Cuando encontramos a un grupo de personas hablando entre susurros, generalmente lo están haciendo de un tercero que no está presente. Es cierto, resulta muy sabroso comentar los defectos y reírse de algo que sucedió a alguien que no está ahí. Lo malo es que, tarde o temprano, la víctima se convertirá en victimario.
- Los chismes contribuyen a la generación de conflictos. Eso, por sí mismo, merma el rendimiento y genera subgrupos contrarios que retrasan la labor y acaban con el trabajo en equipo y destruyen el compromiso.
- Los chismes parecen ser un elemento democratizador que aplana la curva jerárquica de las instituciones. No lo son. Toda organización debe tener estructuras que respeten los diferentes niveles de autoridad y subordinación. El chismoso vende espejismos que buscan y logran confundir sin respetar categorías.
5 razones por las que chismear mancha tu imagen profesional
Chismear no es un acto tan inocente como parece ni es una práctica profesional. No lo es porque favorece la cultura del no le digas a Fulanito, pero… y va en contra de la transparencia.
El tema es viejo y sabroso. Cualquiera que se haya aventurado en el terreno laboral sabe que existe, y aunque nos dé vergüenza reconocerlo, también hemos participado en ello. A veces llega en forma tangencial, en ocasiones somos víctimas y en otras tantas la participación es como un estornudo: llega sin anunciarse. Los chismes en el pasillo son tan antiguos como la existencia de las empresas.
Pero la cuestión no se centra en el misterio de su existencia, sino en la forma en la que se da y las consecuencias que eso trae a las corporaciones. Lo cierto es que, aunque sabemos que es una práctica que mancha la imagen profesional de quien la ejerce, que mina la productividad y quita el tiempo a los empleados, la gente de todos los niveles sigue dedicándose a chismear con inusitada alegría.
Hay estudios que hablan de las bondades del chisme en las empresas. Travis J. Grosser y Virgina López Kindwell, doctorantes por la Universidad de Harvard en administración, sostienen que las redes que se tienden entre los chismosos pueden convertirse en una herramienta de comunicación que facilita las tareas y propicia un ambiente de confianza y camaradería. Yo difiero.
Desde mi punto de vista, los chismes sirven para dar cauce a conductas contrarias a las mejores prácticas: