Para cerrar con broche de oro la última “gala de lectura” del Festival Letras en Tepic 2018, la escritora Guadalupe Loaeza compartió anécdotas de su amistad con la también escritora Elena Garro, esposa de Octavio Paz de 1937 a 1959. Pero antes, tuvo que responder algunas preguntas, tal como hicieran sus compañeros de panel, como el color que la define y con quién le gustaría soñar. “Naranja o ámbar. Me encantan esos tonos. Y les iba a decir que me gustaría soñar con el próximo presidente de México, pero me arrepentí al acordarme de los candidatos. Sería con Amado Nervo”, comentó. Respecto a quién le gustaría que le llevara serenata, la parte del cuerpo que más le gusta y su palabra o frase favorita, sus respuestas fueron Agustín Lara, los labios y “con permiso”, en todos los sentidos. En cuanto a una cicatriz en la piel o en el corazón, señaló que literalmente tiene una en la piel, junto al corazón … en su seno izquierdo, mientras que la palabra que la define como autora es “caos”. Finalmente, dijo estar re-leyendo “La bella del señor”, de Albert Cohen, porque es una novela que le encanta, además de “El hombre que amaba a los perros”, de Leonardo Padura. Cuando llegó el momento de leer un fragmento de alguna de sus obras literarias, Guadalupe Loaeza optó por recordar algunos momentos que compartió con Elena Garro, con quien su madre tuvo una amistad en París y a quien descubrió leyendo el libro “Los recuerdos del porvenir”, entre otras obras.
Guadalupe Loaeza, literatura, cultura, Festival Letras en Tepic

Foto: Said Pulido

“Me encantó su trabajo, me encantó su magia. Su estilo era muy distinto. Mi madre solía hablarme mucho de ella cuando las dos vivían en París, aunque también me decía que era una mujer muy difícil, al igual que su hija, Elena Paz, y que las dos peleaban mucho, algo que yo misma descubriría años después”, comentó. Y así fue. Una vez que Elena Garro regresó a vivir a México – en Cuernavaca, para ser exactos – Guadalupe Loaeza averiguó su dirección y decidió ir a visitarla. “Cuando la puerta del departamento se abrió, le dije ‘mucho gusto, Elena’, a lo que me respondió que ella no era Elena Garro, sino Elenita, ‘la hija pendeja de dos monstruos’. Me quedé muy desorientada y poco a poco, durante mis próximas visitas, todo lo que me había comentado mi madre empezaba a tener sentido”, agregó Loaeza. Te puede interesar: Festival Letras en Tepic 2018, homenaje a la literatura en Nayarit El departamento que habitaban, continuó el relato, era pequeño, y parecía más reducido por el hecho de que ambas vivían amontonadas en la sala, por algún motivo, aunque había más cuartos. Era un sitio lleno de libreros, muebles, una cama … y poco espacio para moverse. “Cuando conocí a Elena Garro, me sorprendió verla tan delgada, tan desmejorada y en una silla de ruedas. Bebía mucho, tomaba mucha Coca-Cola y fumaba mucho. Se veía cansada, con el pelo completamente blanco, y con ropa vieja. Todo era triste en ese lugar. Elena Paz, Elenita, tendría unos 60 años, y siempre andaba con un baby-doll”, recordó Loaeza. En ese primer encuentro Elenita le encargó a Guadalupe cuidar a su mamá unas horas, mientras ella iba a comprar oxígeno para su mamá, quien padecía de enfisema. La vio partir poniéndose solamente una gabardina encima del baby-doll. Posteriormente, Elena y Guadalupe charlaron de muchas cosas, de muchos temas … de Octavio Paz. “Me habló del proceso que la llevó a escribir ‘Los recuerdos del porvenir’, me habló de su relación con Octavio Paz, me mostró fotos y cartas. Desde que nos conocimos sentimos afecto mutuo y yo quería ayudarla, darle gustos y protegerla. Empecé a visitarla todos los sábados, durante meses, a veces de 5 a 7 pm, a veces de 5 a 8 pm, a veces hasta más tarde. Y cada vez que llegaba, Elenita me la encargaba, luego de ponerse una gabardina encima de su baby-doll. Eso sí, yo nunca vi que trajera el oxígeno, cosa que al día de hoy es un misterio para mí”, comentó. Las visitas y los regalos continuaron. Dulces, churros, una grabadora, discos compactos … más detalles, más regalos. Era un hogar en el que se convivía con muchos gatos, más de los que se veían a simple vista. “Picos” era el consentido de Elena Garro. “A mí los gatos no me gustan mucho, y estoy segura que tampoco les caigo bien. En cada visita veía a Elena más enferma, más decaída, más jorobada. Un día tuve que ir al baño y vaya sorpresa que me llevé al abrir la puerta equivocada. De repente salieron muchos gatos, no tienen idea de cuántos gatos. Luego se me ocurrió abrir otra puerta y sucedió lo mismo, también de ese cuarto salían muchos gatos. Entonces Elena comenzó a gritar que los gatos franceses no pueden ver a los gatos mexicanos – ‘se odian’ – y por eso vivían separados. Hagan de cuenta que en ese momento se vivió la Batalla de Puebla”, relató. Como pudo, Guadalupe los fue regresando a sus respectivos cuartos, y en ese momento entendió por qué Elena y Elenita no dormían en las recamaras. Semanas después, en otra visita, continuó el relato, Elena comenzó a sentirse muy mal al grado que Guadalupe pensó que se iba a morir. “Yo me espanté, estaba preocupada, teniendo frente a mí a un personaje que era como patrimonio nacional y que en verdad podía morir frente a mí. Previniendo algo así, desde hace tiempo cargaba conmigo salbutamol, por si era necesario usarlo con Elena en algún momento. Ahora estaba frente a mí asfixiándose, con una respiración que iba de mal en peor y yo tratando de leer las instrucciones de uso para ese medicamento. Gatos iban y venían por la casa, mientras yo leía el inciso A, el B, el C, el D del instructivo. Entre miedo y nervios, finalmente pude administrar el medicamento justo cuando sentía que se me iba, pero volvió en sí luego de unos segundos”, agregó Guadalupe Loaeza. Las visitas siguieron, al igual que las peleas y reproches entre madre e hija, situaciones que Guadalupe trataba de mediar, “como cuando se dio la situación entre los gatos franceses y los gatos mexicanos”. “Era triste y doloroso ver a estas dos mujeres talentosas, pues Elenita también escribía poesía, verlas solas y abandonadas, y por eso mismo no hubo sábado que no fuera a verlas y a convivir con ellas”, expresó la autora. Te puede interesar: Tepic, punto de encuentro de la literatura nacional En otra ocasión, Elena estaba triste porque Picos, su gato favorito, aparentemente se había ido de la casa, así que Guadalupe se ofreció a ayudar a buscarlo. Primero detrás del refrigerador, donde había nidos de cucarachas de todos tamaños, “que me veían como diciendo que regresara el refri a su lugar o íbamos a tener problemas”. Después busqué en una cajonera, entre cremas, perfumes y muchos baby-dolls de todos los colores que uno puede imaginarse, hasta que en un cajón apareció Picos. “Era un gato gigante que se parecía al gato de ‘Alicia en el país de las maravillas’, pero Elenita se puso muy feliz y me abrazó. Fueron meses y meses de visitas, anécdotas y amistad. Para mí fue muy especial conocer a una autora tan extraordinaria y convivir con ella las veces que lo hice. En su mundo, en su universo. Fue surrealista a la vez, por el estado de abandono en el que se encontraba, pero yo no podía dejar de ir a verla”, agregó Guadalupe Loaeza. Para concluir las anécdotas, más por los tiempos del evento que por decisión de la autora, comentó que fue difícil enterarse que Elena estaba ya muy grave y saber que el fin había llegado, sin dar más detalles al respecto. “Me abrió sus puertas, su intimidad; me contó cosas increíbles, pude ver fotos que jamás imaginé, leer cartas de Octavio Paz, escuchar relatos de mejores días y más. Para mi Elena Garro se convirtió en hermana, maestra y confidente. Fue una mujer que compartió conmigo alegrías, penas y tristezas antes de despedirse de la vida. Le guardo un afecto especial y les recomiendo de corazón que lean ‘Los recuerdos del porvenir’, una novela extraordinaria”, puntualizó. Síguenos en: Twitter Facebook Instagram Suscríbete a nuestro newsletter semanal aquí

 

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