Escepticismo, hartazgo, desencanto son algunas de las razones que han fortalecido al abstencionismo como un mecanismo de castigo y cuestionamiento hacia los actuales regímenes políticos, la oferta política y los gobiernos.

En las últimas décadas, el incremento del abstencionismo alrededor del mundo pone sobre la mesa un tema por demás relevante: los ciudadanos renuncian a su derecho a ejercer el voto como consecuencia del bajo cumplimiento de los gobiernos, la precaria generación de políticas públicas, la falta de transparencia y la endeble vinculación con la sociedad. Por lo tanto, el abstencionismo es una forma común de reflejar el descontento de la ciudadanía, sobre todo entre los grupos más jóvenes de la población.

En ese sentido, la falta de consolidación de la democracia y la creciente polarización social han consolidado afirmaciones entre la población como “no creo en la política”, “ningún candidato me representa”, “no hay suficiente información” o “para qué voto”. El abstencionismo es quizás uno de los flagelos más devastadores para las democracias, pues además de lastimar el tejido social, se pierde gobernabilidad y gobernanza.

En todos los contextos no votar trae como consecuencia el debilitamiento de la ciudadanía y limita el desarrollo de una cultura democrática, pero sobre todo contribuye a la polarización pues el resultado de las elecciones (cualquiera que sea) se construye con el voto de una minoría.

La legitimidad de los gobiernos se construye desde los procesos electorales y en las sociedades del siglo XXI la construcción de sociedades más justas y equitativas, también inicia con la elección de proyectos de Nación.

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Es difícil imaginar una ciudadanía activa sin el ejercicio de los derechos ciudadanos y es igualmente complejo pensar en el incumplimiento de las responsabilidades y obligaciones de las y los ciudadanos.

Si bien es cierto que las causas y consecuencias del abstencionismo son diferentes en cada país y contexto; a nivel global la crisis de legitimidad que experimentan los gobiernos han llevado a la radicalización de los regímenes que con un profundo sentido populista se centran más en el marketing político, vendiendo imagen y no propuestas ni proyectos.

La baja participación en los procesos electorales es reflejo de una desvinculación entre el individuo y las instituciones, pero también es reflejo de una creciente apatía y del debilitamiento de las estructuras comunitarias. 

En este sentido, el rival a vencer no es un partido o el otro, es el abstencionismo que ha protagonizado los procesos electorales de las últimas décadas. 

Dibujar nuevos horizontes económicos, sociales y políticos en los países del mundo es una ardua tarea. Participar activamente en las actividades ciudadanas abona a la defensa de las instituciones y fortalece la gobernanza.

México encabeza la lista de los países con voto obligatorio con mayor abstencionismo, teniendo cuatro de cada diez ciudadanos en las urnas; le siguen Grecia y Paraguay. Buscar la consolidación de una nueva democracia a través de la activa participación en las elecciones debe ser la apuesta ciudadana para rescatar los proyectos nacionales que garanticen el desarrollo pleno de las y los ciudadanos del siglo XXI. Cumplir con las responsabilidades ciudadanas es un acto de responsabilidad con visión de futuro.

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