En The Goodness Paradox, Richard Wrangham, profesor de antropología biológica en Harvard, propone varios conceptos interesantes. El ser humano es una especie domesticada. ¿Por quién? Por sí mismo, por un proceso evolutivo a favor de la cooperación y la sociabilidad. A diferencia de otros homo que nos antecedieron, los sapiens tenemos algunos rasgos de una especie domesticada como el ganado, los caballos, los perros o los gatos. 

Las especies domesticadas se reproducen más rápidamente, tienen el hocico chato, huesos menos gruesos, caras más angostas, manchas blancas en su pelaje, orejas caídas, dientes más pequeños y, sobre todo, menos testosterona. Fuera de las orejas caídas, casi todo coincide, pero concentrémonos en lo importante para el tema: la reducción de testosterona. 

Con menos testosterona, las especies domesticadas reducen su violencia reactiva, esa violencia que es caliente e impulsiva. Se vuelven, entonces, menos agresivas contra miembros de su propia especie y, por tanto, ahora pueden convivir en grandes grupos. 

El ser humano se domesticó a sí mismo en un proceso evolutivo generado por la creciente necesidad de cooperación entre grupos cada vez más numerosos. Con la ayuda de un lenguaje cada vez más sofisticado, los machos beta se unían, cooperaban y confabulaban para matar al macho alfa, el bully, el agresivo, el abusivo. El exceso de testosterona sin control, cultural y biológicamente dejaba de ser útil porque impedía la sana convivencia. Y en el curso de unos 300 mil años, el homo sapiens, sin saberlo, cultural y biológicamente, se domesticó a sí mismo. 

Con la domesticación surgen las reglas y el respeto religioso al grupo: el deseo de ser aceptado y el temor a ser excluido (el deseo de “likes” resulta que no es nuevo). Este es el principio de una comunidad numerosa y eventualmente de una ciudad o un Estado-nación. 

En conclusión: La violencia reactiva ha ido en descenso y, por ello, podemos convivir socialmente y cooperar de manera efectiva entre muchos. En este sentido, somos un animal muy dócil. ¿En serio?  

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Bueno, hay otro tipo de violencia, la proactiva. Esta violencia es la que se planea, se calcula y se ejecuta con frialdad. No es una reacción, no es hormonal, es premeditada. Los animales que cazan como las leonas o los lobos, o los chimpancés cuando cazan a otros monos o lanzan un ataque contra un grupo rival utilizan este tipo de violencia.  No se ataca por impulso, se calcula superioridad y sorpresa para dejar al rival sin oportunidad de defensa, igual que en la guerra. Y vaya cerebro para eso. No hay animal más violento, proactivamente, que el ser humano. 

Al domesticarnos, entonces, redujimos considerablemente la violencia reactiva, en paralelo, desarrollamos la proactiva como mecanismo de defensa del grupo. De esa manera, nos convertimos en expertos cazadores de otros animales y de otros hombres. Somos pues, los más sociables y amables, y también los más guerreros y crueles del planeta. 

De esta manera, Wringham pretende resolver la paradoja entre Hobbes y Rousseau. Para Hobbes, el hombre es violento por naturaleza, para Rousseau, es pacífico y noble. Los dos tienen razón, depende de qué tipo de violencia estemos hablando. 

¿Concuerda esto con los datos de homicidio? En México, el homicidio reactivo por celos, borracheras, pleitos de “honor” o exceso de testosterona es sólo un pequeño porcentaje del total de homicidios. No llega ni al 20%, el 80% restante se trata de homicidios proactivos y tienen que ver con algo muy específico: el mercado negro de drogas. Con plata y plomo las mafias defienden su territorio y exterminan a grupos rivales. 

No quiere decir que las mafias no tengan entre los suyos a algunos sujetos reactivamente violentos, son solo un instrumento para un poder y una estrategia mucho más grande: el negocio. 

Los mexicanos somos tan amables y domesticados como cualquier otro pueblo del mundo, pero a la vez, tan proactivamente violentos como el mejor. Y con un incentivo económico tan poderoso no hay duda que habrá homicidios y crueldad generalizada a tal grado que, poco a poco, el crimen organizado se va apoderando del Estado. Por ello, en México se cometen 5 veces más homicidios que en el resto del mundo. 

De nada sirve, por tanto, apelar a la buena voluntad, a la reducción de la violencia reactiva, a los abrazos, si por el otro, incentivamos el caos con la prohibición de sustancias, la generación de mercados negros y la eventual corrupción de autoridades. El crimen organizado no es de Marte, es una organización humana, por tanto, es sumamente cooperador, sociable y hasta amable con los suyos, y extremadamente violento contra los demás. 

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Contacto:

Santiago Roel R. es Director y fundador del Semáforo Delictivo, herramienta de rendición de cuentas, evaluación y análisis del comportamiento de la delincuencia y violencia en México.*

www.semaforo.mx

Twitter: @semaforodelito

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