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El viaje a Nueva York supuso para la adolescente Rossana Filomarino un cambio radical, un punto de inflexión en su vida. Eso sí: sorprende saber que todo se dio de manera circunstancial. —Sí, es verdad —me contó, en un momento dado, la maestra Filomarino—. Todo partió después de ver, por televisión, la transmisión de un montaje dancístico; lo vi, y luego supe que era de Martha Graham. ¡Quedé fascinada! En ese momento, me dije: yo quiero hacer eso. Busqué la manera, y lo logré. Me fui a Nueva York, en donde estaba su escuela, con una beca muy precaria, ya que en ese momento no eran tan frecuentes las becas, menos aún para danza. Pero soy muy tenaz. Y, sí: lo logré. Aquellos años en la Martha Graham School fueron fascinantes, me dijo, después, la maestra Filomarino. Creí ver en su expresión cierta añoranza, también orgullo y satisfacción. Y con justa razón: aquellos años fueron muy importantes para ella, tanto para su formación personal como para su formación académica. De hecho, en esa escuela estuvo alrededor de tres años. “Mi interés era aprender la técnica Graham, de la cual me hice especialista. Así que me sentía lista para el regreso a mi tierra.” Sin embargo, el azar, la casualidad, o la propia voluntad de Rossana Filomarino, le tenían preparado otro rumbo. Cuando estaba a punto de regresar a Italia, pues sentía que su formación estaba completa —pero, sobre todo, por la dificultad de conseguir los permisos para trabajar—, ella se encontró con Guillermina Bravo. Entonces Rossana Filomarino recordó ese pasaje de su vida con cierta nostalgia, pero, al mismo tiempo, emocionada: —Le platiqué a la maestra que quería visitar México, que me interesaba conocer más profundamente el mundo Maya, toda la cultura del país. Ella se quedó muy sorprendida; me preguntó cómo era posible que yo conociera todo eso si era muy joven. Le dije: soy estudiosa… Esto dijo Rossana Filomarino, y soltó una risa contagiosa. Aproveché el momento para preguntarle sobre su etapa en el Ballet Nacional de México, que precisamente dirigía la excepcional Guillermina Bravo. —Para mí fue importantísima. Fue medular. Le estaré siempre agradecida a ella. Porque, para mí, fue sensacional; era lo que yo quería hacer, el tipo de danza que quería hacer, o que en ese momento estaba desarrollando… Además, en un lugar muy importante como el Ballet Nacional de México. Literalmente se me abrieron las puertas de la mejor compañía del país, y las del Palacio de Bellas Artes. ¿Qué más quiere uno a los 20 años..? Fue un honor. Y fue crucial… Porque ya estando aquí, empecé a bailar y a hacer coreografía. De hecho yo debuté en México, en el Palacio de Bellas Artes, hace 50 años como coreógrafa y bailarina. Imagínate… —Seguramente fue muy emocionante —comenté, algo emocionado. —Lo fue —dijo la maestra Filomarino—. Una de las obras fue Invenciones líricas, con música de Benedetto Marcello. Una obra de corte clásico, basada justamente en el uso del cuerpo a la manera Graham; era un divertimento abstracto. La otra se llamaba Rezando el soñador; era un trío con música de Stockhausen, que duró en mi repertorio muchos años, porque ya era más personal, digamos; era ya más con mi tendencia. —Para ese momento, la etapa nacionalista había dado paso a una nueva danza… ¿No hubo, en su caso, confrontación alguna entre métodos, técnicas, escuelas? —En lo absoluto. Porque yo vine como maestra de la técnica Graham, para eso fui invitada. Pero, también, porque precisamente en esta etapa contemporánea ella estaba buscando gente nueva, estaba buscando consolidar nuevas técnicas. De hecho, se puede decir que soy responsable del fortalecimiento de la técnica Graham en México, a través del Ballet Nacional… Claro, y después en muchos otros lados ya por mi cuenta. —¿Cómo recuerda aquellos años junto a la maestra Bravo? —Además de las enseñanzas, lo que más recuerdo y extraño son las pláticas que teníamos; los planteamientos, las discusiones, nuestras conversaciones de índole artístico en general, y de índole dancístico en particular. Sí, la mayor parte de las veces nuestras conversaciones giraban sobre el quehacer dancístico. Aunque, de igual manera, sobre lo que estaba ocurriendo en el mundo, cuestiones políticas y sociales… Eso sí lo heredé de ella, o no lo sé de cierto, pero yo creo que un artista tiene que estar consciente de su contexto social, y tener una posición al respecto. —Para los que han seguido su trabajo, no hay duda: siempre ha sido consciente usted de eso. Me queda claro que la danza, entonces, debe ser también un reflejo de su tiempo… —Por supuesto, ya sea directa o indirectamente… Uno puede hablar de la muerte y estar reflejando al mismo tiempo una situación social… Por eso, yo creo que los temas no cambian; cambia, más bien, la manera de ver los grandes problemas de la humanidad, las grandes preguntas, las grandes incógnitas del ser humano. —Pero, entonces, ¿la coreografía debe ser medularmente autobiográfica? —¡Oh, no! Nunca es autobiográfica. No. Lo que nos pasa, nuestras inquietudes, nuestras reflexiones acerca de la vida, se transmiten de otra manera en las obras. Para mí hay una transformación de lo que vivimos en un hecho escénico, con un proceso, donde, claro, las vivencias, la cultura, lo que uno ve, lo que uno siente, se refleja en la manera de hacer las obras.§§§
Otra etapa sumamente importante de Rossana Filomarino fue luego de la ruptura con el Ballet Nacional de México. Ojo: no fue una ruptura violenta ni en malos términos; mucho menos completa. Más bien era como un respiro. Al menos así lo recordaba, en cierto momento, la propia Filomarino: —Me parece que fui la única, o casi la única persona, que entró y salió del Ballet Nacional, en diferentes etapas. La mayoría de los bailarines que ha salido, no ha regresado… Eso sí: me salí por cuestiones artísticas, ya que mi manera, mi estilo, empezaba a ser diferente. Luego dirigí la Compañía de Danza de la Universidad Veracruzana, y después regresé al Ballet Nacional, nuevamente como coreógrafa y bailarina. Tras un tiempo, me volví a salir. Sin embargo, siempre mantuve con la maestra Bravo, hasta su muerte, un gran lazo de amistad. —En su trayectoria, ¿cómo valora esta etapa de idas y retornos y como directora? —La verdad es que fue fascinante. Estuve varios años como directora. Me invitó el maestro Emilio Carballido. Él me convenció. Fue muy importante para mí esa etapa también, ya que fue la primera vez que dirigía una compañía, con todo y lo que implica. Es una etapa que añoro, porque tenía todo lo que me gustaría tener en este momento: un sueldo suficiente para vivir, tanto para los integrantes de la compañía como para mí; unas producciones modestas, pero suficientes para mi necesidad expresiva, y toda una organización atrás. Esto, actualmente, sería un sueño dorado. Es decir, estar completamente dedicados a un lugar (al 100%), en este caso, a una compañía, es un sueño dorado. Casi imposible. —Durante aquel momento, ¿cómo fue moldeando sus puntos de vista sobre el espectáculo de danza teatral? —Lo que pasa es que es un camino que no termina. O sea, aprendes una técnica, la transformas a tus necesidades, y después vas encontrando tu propio lenguaje. Luego, y como me ha sucedido a mí, de repente das un giro de 360 grados (pues encuentras otra cosa), cambias, así que sigues sumando, sigues experimentando (en el buen sentido, es decir, no al azar sino a partir de un conocimiento), y vas encontrando nuevas cosas. En lo que a mí respecta, me doy cuenta que he alcanzado un lenguaje que me pertenece sólo a mí, absolutamente personal. —Eso nos lleva a hablar ahora de DramaDanza. Sé que nació de una idea, de una inquietud juvenil, de sus propios alumnos. ¿Se imaginó en algún momento dado, hace 25 años, que estaría usted hablando de ella, como una de la compañía más importante de México en la historia reciente? —No, en realidad nunca me lo imaginé, y si te soy sincera, nunca me preocupe ni me interesó pensar en eso… Y creo que se nota, porque quizás estaría en mejores condiciones la compañía, ja-ja… La verdad es que nunca me he preocupado en la permanencia, en ese sentido. Me he preocupado en hacer, y no en lo que diga la gente o en lo que puedo conseguir con eso. No tengo esa visión. A lo mejor es un defecto mío, pero, ¿qué puedo hacer? Así soy. —DramaDanza, como usted misma lo ha dicho en diversas entrevistas, tuvo un primer e importante cobijo en Amalia Hernández. De eso, hoy han pasado ya 25 años. ¿Cómo percibe la compañía dentro de la escena dancística actual? —DramaDanza es un núcleo de personas. No son muchas. En este caso, son ocho bailarines. Dentro de éste, hay un núcleo que siempre está; por ejemplo, Amada Domínguez tiene 19 años de estar conmigo, e Itzel Zavaleta alrededor de diez. Se podría decir que, aunque tienen una voz propia, ellas son dueñas de mi lenguaje coreográfico ya… Entonces, DramaDanza es eso: es un núcleo de gente que tiene como pasión la danza, que cree en el tipo de danza que hacemos, y que se echa de cabeza para poderlo lograr. —70 años de vida, 50 de trayectoria en México. Inició sus estudios de danza hace más de 60 años; la pregunta es: ¿en qué ha cambiado la danza? —¡Uf! —exclama la maestra Filomarino—. Yo soy pionera en muchas cosas; entre otras, fui pionera en hacer la primera demostración de técnica Graham en Italia, junto a una compañera. Fue durante unas vacaciones del Ballet Nacional. No se conocía. Después, ella hizo en Italia lo mismo que yo hice en México: impulsar y difundir y consolidar la técnica Graham. ¿Imagínate cuánto tiempo de eso? Pues así ha cambiando la danza. Ciclos, personajes, ¡todo ha influido! La gran figura y trabajo de Pina Bausch lo revolucionó todo, por ejemplo. Y ahora con las nuevas técnicas, también todo se está modificando; ahí está la técnica release, que ha cambiado muchas cosas. Pero, como te decía, son los grandes creadores los que también revolucionan. Los estilos nacen de necesidad artística, de necesidad de expresión, y después se adoptan y transforman según la necesidad de expresión de cada artista. Así se va avanzando y enriqueciendo el arte. —Le pregunto esto, porque de pronto para el gran público le es difícil entender y comprender el lenguaje dancístico. Tener todas estas lecturas de la expresividad, la emoción, pero también la técnica, lo académico… —Sí, pero eso es cuestión de las obras. Además, un espectador no sabe si un paso está bien hecho o está mal hecho, y ni tiene por qué saberlo. Pero sí se sabe si eso que está viendo le da algo o no le da algo… Es decir, si está bien hecho, le da algo; de lo contrario, no le da nada. Yo creo que la danza tiene esta maravillosa cosa de que no se tiene que entender; o sea, cualquiera puede disfrutar de la danza. Da lo mismo si provienen de otras culturas o hablan otro idioma, no importa. Lo único que se necesita es abrir la sensibilidad, dejar penetrar la energía de los bailarines en tu ser, y ya… Si la obra tiene un sustento, si está bien hecha, si tiene algo que comunicar, y si los medios técnicos (y me refiero a todo) son los adecuados, pues la obra toca al espectador. Porque es eso lo que queremos finalmente, que se vaya con una emoción. Más aún: que no sea idéntico a como entró al teatro. Que algo haya cambiado un poquito en su interior.Nota bene: Nacida en junio de 1945, Rossana Filomarino —la coreógrafa mexicana de origen italiano— se presenta hoy (31 de julio) y mañana (1 de agosto) en el Palacio de Bellas Artes. Estrenará el montaje Ditirambos, y presentará dos reposiciones de 1997 y 2007, respectivamente: A mis soledades voy y Los jardines del alma, en el programa llamado “Danza al filo”. No falte. Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @Pepedavid13 Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.