Trabajar en un ambiente tan cómodo como un nido protector, ser nómadas corporativos, tener un ambiente de trabajo relajado parece la panacea que nos heredó la pandemia con el trabajo a distancia. No obstante, muchos corporativos están presionando para regresar al  trabajo presencial y los espacios de trabajo colaborativo que tuvieron tanto éxito hace algunos años, están decayendo. De acuerdo con el estudio hecho por las doctoras Ricarda Servaty, Gabrielle Perger y Stefanie Mache tanta comodidad está resultando nociva a nivel corporativo, social y de salud física. 

Estamos entendiendo las formas en cómo la sociedad cambió radicalmente. Aprendimos a habitar nuestros hogares y, muchas de las horas que transcurríamos transportándonos de un lugar a otro, las usábamos para otras actividades productivas. Experimentamos las bondades de trabajar desde casa. Nos metimos en nuestro capullo y aprendimos a disfrutar de su comodidad. Claro, olvidamos que un capullo es un espacio de preparación para conseguir una metamorfosis, no para quedarse ahí.

La tendencia en la nueva normalidad fue acurrucarnos en nuestro capullo y defender la trinchera del hogar a como diera lugar. El cocooning que deriva del inglés cocoon —capullo, como el de las mariposas o los gusanos de seda— es una tendencia social y laboral que se ha popularizado y no se trata de una moda pasajera. Se visto animada en gran medida por el uso cada vez más común de la tecnología.  

El cocooning consiste en que las personas prefieran quedarse en casa a trabajar, divertirse, alimentarse y vivir con el riesgo de socializar cada vez menos.  La gente se va anidando a su hogar y dejan de salir de sus casas porque les resulta mejor y más barato quedarse en casa que salir a su lugar de trabajo. Es lógico, así no se gasta en transporte, ropa alimentación y demás erogaciones que circundan la actividad laboral. 

Por otra parte, muchas personas aprovecharon para moverse a lugares en los que les resultara más conveniente vivir. Las mudanzas de las grandes metrópolis a ciudades medianas o a pueblos pequeños fueron frecuentes. Ser nómada corporativo fue una buena opción. Irse a trabajar cerca de la montaña, el mar o incluso, abandonar los países de origen para migrar a otras naciones que les ofrecieran más por menos fue excelente idea. 

Muchas empresas ya no están tan contentas con tener a sus equipos de trabajo dispersos —por la ciudad y por el mundo— conectados vía remota. Sostienen que se pierde perspectiva. Las demandas laborales contrastan con algunas desventajas de trabajar en casa con condiciones ergonómicas desfavorables, interrupciones del trabajo en la vida doméstica y viceversa, falta de comunicación y falta de privacidad. La flexibilidad horaria, el entorno social y la disminución de la productividad se interpretaron como un efecto nocivo del cocooning.

Por eso, muchas organizaciones, están llamado a sus colaboradores de regreso a sus instalaciones corporativas para retomar un ritmo diferente al que se instaló con la falta de presencialidad. Algunas ventajas para los integrantes de los equipos de trabajo ya no están siendo tan apreciadas por las corporaciones. La costumbre que existe de no encender las cámaras nos lleva a trabajar en forma relajada —algunos, en forma tan confortable que lo hacen en pijama, sin bañar, sin arreglarse— o francamente, distraída.

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Lo malo es que la actual coyuntura económica ha provocado que el efecto Cocooning tome proporciones que no son benéficas y que el trabajo remoto ya no sea tan apreciado mundo empresarial. La crisis está desenmascarando a muchos ejecutivos, empresarios y directivos que en el pasado parecían talentosos y no eran tales; impulsados por los vientos favorables de la época de bonanza, había muchas fallas que se podían disimular. Pero, en las actuales situaciones adversas, en las que la escasez nos lleva a hacer un uso eficiente de los recursos, ha quedado al descubierto su verdadera capacidad para operar y encontrar soluciones a los problemas que surgen a diario en sus empresas. 

El problema que salta a la vista es como muchos de ellos han perdido conexión con sus equipos de trabajo, con la situación real de su organización, paralizan la toma de decisiones y adoptan una posición extremadamente conservadora que incrementa la incertidumbre y pone en peligro el futuro de su organización.

Trabajar a distancia no es igual que meterse a un capullo. Hay que distinguir. El síndrome Cocooning se caracteriza porque quienes lo padecen manifiestan síntomas que bloquean sus facultades de gestión, total o parcialmente.

No ponen atención Oyen, pero no escuchan. Ni se dejan asesorar ni quieren escuchar de los problemas a los que se enfrentan, a pesar de que su equipo o sus asesores les sugieran propuestas interesantes y soluciones valientes. A la distancia y con la cámara apagada, es fácil evadirse.

Todo lo quieren solucionar con reuniones y juntas. Intensifican el número de sesiones y alargan su duración, convirtiéndolas en un freno. para quienes ponen todo su esfuerzo en resolver. El descenso de la productividad es inversamente proporcional al crecimiento de las ineficiencias.

No ven, porque “los árboles no les dejan ver el bosque”. Las decisiones son reactivas y se desarrollan en el corto plazo. Se ralentiza la estrategia y se paralizan muchos proyectos con la excusa de que hay que centrarse en lo básico, aunque ello implique renunciar a obtener o mantener ventajas competitivas.

No sienten ni están en contacto con la realidad. Interpretan con dificultad los estímulos procedentes del exterior y no son capaces de convertirlos en información útil para el cerebro ni para la empresa ya que su visión se limita al no estar en contacto con el mundo exterior.

Tenemos que estar atentos ya que las consecuencias del Cocooning directivo son nefastas para la empresa y para sus colaboradores. Se retrasan las decisiones por miedo a fracasar, se paralizan las inversiones, se reacciona culpando a otros de su situación, se tiende a interpretar la información del mercado de forma interesada para justificar el inmovilismo y el conservadurismo. 

Recordemos que cuando la empresa obnubila su visión está destruyendo negocio. Si no se poseen las aptitudes ni las actitudes necesarias, hay que dejar paso a quienes están dispuestos a sacrificarse para superar las dificultades con coraje, entusiasmo y sentido común. En realidad, nuestra zona de confort —capullo— puede ser peligrosa y lo sabemos. Hay que luchar desde ya, porque mañana puede ser demasiado tarde.

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