El mundo de nuestros días no se entiende sin la presencia y el empuje de proyectos empresariales que tienen como origen un núcleo familiar. La dinámica económica de las naciones descansa en estas organizaciones: desde la simple supervivencia, sus aportaciones al Producto Interno Bruto, la movilidad social, la generación de empleos, el pago de impuestos y tantos otros beneficios que se logran gracias a los recursos que ponen individuos vinculados por lazos de parentesco para dedicarlos a negocios y actividades empresariales. Empresa y familia son células indispensables en nuestra sociedad, son una combinación que ha estado unida al progreso desde hace muchos años.

La cultura empresarial en las familias se hace presente desde grandes conglomerados, corporaciones internacionales hasta la pequeña tienda de la esquina, la peluquería del barrio, el salón de belleza, la carnicería y los negocios que proliferan en redes sociales. Su protagonismo económico es innegable. No obstante, a pesar del poder y pujanza que tiene, es uno de los sectores más desprotegidos. En los principios de los años noventa del siglo pasado, en el que, se cristalizó un modelo económico más global, el péndulo cambió el rumbo y muchos de estos pequeños negocios padecieron, se desmantelaron, no pudieron competir con las nuevas condiciones y empobreció gran parte de la actividad económica en el mundo.

En los primeros años del nuevo milenio, hemos caído en la cuenta de la relevancia que este tipo de negocios tienen para el progreso a nivel micro y macroeconómico. Los negocios familiares han aprovechado muchas de las oportunidades tecnológicas, han tomado estas ventajas y han proliferado. Son modelos de negocios que atienden directamente al consumidor, que atienden otros negocios y/o que han entrado en el ámbito del comercio internacional. Ahora es más fácil iniciar un negocio que hace treinta años. Las formas de organización, las facilidades tecnológicas, la comunicación a través de redes sociales, han permitido tejer una serie de ventajas que varias familias han aprovechado para iniciar proyectos independientes en la formalidad y en la informalidad. 

Una verdad contundente es que muchos de estos proyectos empresariales no han nacido de iniciativas formales en las que se plantea un modelo de negocios y un plan de acción: han surgido como una necesidad de subsistencia, como una alternativa que se toma en medio de una situación desesperada o de hambre. Es decir, esta impronta de negocios de origen familiar y el crecimiento de la economía informal nos hablan a gritos de un fracaso más que de un éxito económico. No obstante, la buena noticia es que muchos de estos negocios son altamente eficientes y su competitividad responde a las características de los mercados específicos que atienden. La mala es que muchos sucumben en el intento. ¿Qué sería de estas familias si hubieran tenido la capacitación y los elementos para tomar decisiones?

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Por otro lado, a la incertidumbre y el riesgo que implica iniciar cualquier aventura empresarial se le tiene que sumar el factor de las relaciones familiares, en las que los parientes, muchas veces, más que ayudar entorpecen y en vez de coordinarse en armonía, se hacen la guerra dentro y acaban destruyendo el negocio por envidias entre hermanos, descontentos entre los familiares, favoritismos que en nada se aproximan al mérito y estos problemas ahogan a este tipo de negocios.

La diferencia entre las empresas familiares y las familias empresariales es la forma en la que abordan las iniciativas de negocio y fortalecen sus modelos. La forma de prefigurar un plan, de integrarlo y ejecutarlo es la frontera que empieza a marcar la diferencia entre un tipo de empresas y las otras, entre una familia y la otra: se trata de la visión del negocio y de la forma de operarlo.

La empresa familiar es una forma de organización básica cuyo éxito o fracaso en el mercado no depende del sistema económico, sino de las relaciones específicas entre la sociedad y las leyes de oferta y demanda. Las relaciones familiares son el entramado básico y la célula que origina la sociedad. Las recurrentes crisis económicas que hemos padecido en los últimos cuarenta años han hecho que las familias recurran a estos modelos para sobrevivir. Se trata de una interrelación entre parientes con el mercado que debiera sustentarse en la cooperación, la solidaridad y el prestigio. No siempre es así. 

Las familias empresariales son aquellas que teniendo una empresa familiar, están dispuestas a dar el brinco. Respetan y asumen como valores los principios del parentesco y entienden la dinámica del negocio, buscan su crecimiento y supervivencia. Es muy frecuente que una familia haya iniciado un negocio teniendo una posición social y que, frente al éxito del proyecto, tengan movilidad en los niveles de la sociedad y que la empresa se desarrolle a ser un gran corporativo y que los integrantes de la familia que lo dirijan sean, más que patrones, verdaderos líderes empresariales.

Lo importante es el análisis y la visión a largo plazo. La empresa familiar pudo haber iniciado con metas modestas y objetivos sencillos. Muchos proyectos se estancan y no verán jamás el triunfo, otros se estancarán —por falta de perspectiva— y algunos crecerán y llegarán a un punto de inflexión en el que su desarrollo será vertiginoso. En ese momento, la forma organizativa debe de evolucionar. Así como los hijos crecen y las reglas en casa se han de acoplar, las del negocio deberán evolucionar y se habrán de ajustar.

Las familias empresariales son las que van ganando perspectiva y son capaces de mirar fuera de la caja, es decir, más allá de sus fronteras; tienen una visión de largo plazo en la que integran valores familiares y principios empresariales. Se trata de la profesionalización para que la interacción del negocio y las relaciones de parentesco sean organizadas y productivas. El tema no es nuevo, hay propuestas como las de la profesora Araceli Almaraz cuya inteligente propuesta sustenta que las empresas familiares y las familias empresariales no son formas organizacionales que busquen una transición, sino proyectos constantes en sociedades que están inmersas en las fuerzas de mercado y han sostenido a los países desde tiempos antiguos.

Es decir, se trata de células que tienen la mayor relevancia que debemos cuidar a nivel administrativo, de negocios, social y económico. Que los privilegios parentales, la prevalencia del machismo, los consentimientos no estén por encima del flujo modernizador que haga que la empresa siga teniendo éxito. Y, sí. Para ello hace falta valor y procesos formales; autoridad y liderazgo; certidumbre y disciplina. El mundo de nuestros días no se entiende sin la presencia y el empuje de proyectos empresariales que tienen como origen un núcleo familiar, por esto mismo, Estado y Academia han de servir de pilares fundamentales para apuntalar el crecimiento de empresas familiares y el desarrollo de familias empresariales.

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