En la última década, el sector automovilístico se ha enfrentado a una montaña rusa de emociones. La industria ha experimentado épocas de bonanza, alcanzando máximos históricos de producción y ventas, atrayendo inversiones al país gracias al potencial de su mano de obra y a su posición geográfica estratégica. Sin embargo, este auge ha sido puesto en jaque por circunstancias que se acentuaron cuando llegó la pandemia.
Los dos años más recientes se cuentan, sin duda, entre los más difíciles y transformadores para este sector. La paralización de la producción, acompañada de una interrupción de las cadenas de suministro provocada por la escasez de chips, puso a prueba a todos los actores del ramo.
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A pesar de estos retos, el sector también ha dado grandes pasos hacia la electrificación y la automatización en los últimos años. Nuevas marcas han llegado a México y están dinamizando el mercado, lo que se ha traducido en grandes inversiones impulsadas por la relocalización de operaciones de empresas que buscan apoyo en nuestro país para fortalecer su cadena de suministro.
Las oportunidades para esta industria son grandes y prometedoras. Tecnologías como la red 5G auguran una mejoría en las capacidades de los vehículos para establecer comunicación entre ellos y la infraestructura a su alrededor. Y aunque hoy en día los vehículos eléctricos e híbridos representan sólo un pequeño porcentaje de las ventas totales de automóviles en México, se espera que las ventas de estos autos en el país alcancen las 200,000 unidades para 2030, dos tercios de las 300,000 ventas previstas en América Latina, según pronostica la consultora Frost & Sullivan.
En la actualidad, la mayoría de las empresas automotrices que buscan una mayor expansión necesitan mercados como el mexicano, donde pueden aprovechar sus fortalezas para escalar sus negocios, cosa que, a su vez, representa un reto a futuro en cuanto al desarrollo de talento especializado en las líneas de producción.
