Hemos aprendido que, para tener éxito, hay destacarnos para ser preferidos. El éxito se construye a partir de entender cuál es nuestra ventaja competitiva y convencer de que somos la mejor elección posible. Eso es verdad sólida. Sin embargo, cuando la edificamos sobre un terreno endeble, al menor estornudo todo se derrumba. Por lo tanto, los puntales de una ventaja competitiva sólida son la autenticidad y la sinceridad.

Ser auténtico implica autorreflexión, significa enfocarse en lo que se siente bien y resulta natural, lo demás es artificial, artificioso y no genera ni confianza ni bienestar. Además, se nota y genera suspicacias. La capacidad de autoanálisis nos da la posibilidad de entendernos, primero a nosotros mismos y enseguida, la naturaleza de las personas, los proyectos y las instituciones. La autenticidad es un atributo de amplio espectro que se relaciona con nuestra identidad. El gran Lewis Carroll, en Alicia en el país de las maravillas, nos convoca a esta reflexión. Vemos a la niña que corre detrás del Conejo Blanco y después de seguirlo por un agujero en el suelo y cambiar de tamaño varias veces, Alicia se pregunta “¿Quién demonios soy?” Esta escena resuena en nuestro ser dado que en un mundo que cambia constantemente, puede ser difícil encontrar nuestra auténtica naturaleza. Ser auténtico no es una tarea ni fácil ni inmediata.

La autenticidad es una búsqueda honesta de las personas, de los servicios y de los productos por lo que son. Un emprendedor para dar a conocer su proyecto debe apelar a los atributos que tiene su producto o servicio si quiere destacarse en el mercado, lograr ventas, generar utilidades y permanencia. El problema que enfrenta ahora la autenticidad es que se ha convertido en un término algo vago cuya definición se ha debatido y manoseado tanto que se ha convertido en su antónimo: un cliché, un lugar común. En realidad, la autenticidad es el atributo y la capacidad que tenemos para aprovechar el verdadero yo, la esencia legítima.

En el libro “Sinceridad y autenticidad”, el crítico literario y profesor Lionel Trilling describe cómo la sociedad en el pasado se mantuvo unida por el compromiso de las personas de cumplir con sus posiciones en la vida. Se ajustaban a sus roles en forma dócil. Las escalas jerárquicas se respetaban sin cuestionamientos y los integrantes de la sociedad ocupaban su sitio sin chistar ya fueran carpinteros o duques. No se requería ser auténtico o destacable porque antes no había muchas opciones: los oficios eran otorgados por el rey o el señor feudal y si se requerían sus productos o servicios, la gente consumía lo que había y ya. Ahora no es así. Tenemos opciones. Por ello, Trilling argumenta que las personas en las sociedades modernas estamos mucho menos dispuestas a renunciar a su individualidad y, en cambio, valoramos la autenticidad.

Tal como Trilling, algunos filósofos modernos entendieron la autenticidad como una especie de individualidad: como un sello de identidad. Tal es que, Søren Kierkegaard sostuvo que ser auténtico significaba romper con las limitaciones culturales y sociales y vivir una vida autodeterminada. A su vez, el filósofo alemán Martin Heidegger equiparó la autenticidad con aceptar quién eres hoy y estar a la altura de todo el potencial que tienes en el futuro. Por su parte, el existencialista francés Jean-Paul Sartre tuvo una idea similar: las personas tienen la libertad de interpretarse a sí mismas y sus experiencias, como quieran. Así que ser fiel a uno mismo significa vivir como la persona que crees que eres.

Si hace siglos la autenticidad no era un atributo destacable y en el siglo XX, se trataba de estar a la altura de nuestra potencialidad. En la actualidad, con tanta facilidad para imitar, para copiar y pegar, para falsificar y plagiar, la autenticidad se vuelve una rareza y algo más complejo de definir. Hoy, contamos con algunos criterios que según el profesor de la Universidad de Florida, Mathew Baldwin, nos pueden servir como lista de cotejo y que ayudan en lo individual y en lo profesional, para las personas o sus proyectos, productos o servicios.

Lo auténtico debe ser consciente de su naturaleza y estar dispuesto a aprender lo que la hace ser quien realmente es. 

Lo auténtico tiene una visión realista de su verdadera naturaleza, intentará ser imparcial al respecto, eligiendo no engañarse a sí misma y distorsionar la realidad de quiénes son. 

Lo auténtico se comportará de una manera que sea fiel a esas características, y evitará ser “falso” o pretender ser algo distinto, simplemente para complacer a los demás.

Lo auténtico tiene como requisito indispensable la sinceridad.

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La autenticidad y la sinceridad requieren de análisis y valor, es una actividad para los grandes espíritus. El pensamiento analítico no es automático, requiere de tiempo.  Este es un problema en una sociedad acelerada. Lo es porque una definición de autenticidad requiere que las personas piensen en quiénes son y luego actúen sobre ese conocimiento de una manera imparcial; requiere que se defina lo que es y no es un proyecto o un producto, antes de darlo a conocer al mercado. En la sociedad del siglo XXI parece que no encontramos el pensamiento analítico muy agradable, e incluso cuando lo hacemos, nuestras habilidades de reflexión e introspección son bastante pobres.

Una forma de darle una connotación positiva es entender la autenticidad como un sentimiento, como una señal de nuestros sentidos sobre lo que se está haciendo en el momento se alinea con su verdadera naturaleza. Es importante destacar que este punto de vista ahorra cierta incomodidad:  no se requiere de tantísima complicación. Una persona auténtica —una propuesta, producto o servicio auténticos— se construyen sobre las bases de la sinceridad.  Mientras algo se sienta auténtico, lo es, lo sabemos porque lo sentimos.  La sensación de autenticidad es un buen punto de inicio si se empareja con la sinceridad: se trata, en realidad, de una experiencia de fluidez.

Así, la autenticidad se simplifica, es un concepto muy fácil de comprender y que no debe complejizarse. ¿Alguna vez has estado practicando un deporte, leyendo un libro o teniendo una conversación, y has tenido la sensación de que era lo correcto? Se trata de esa gente con la que puedes platicar, aunque la acabas de conocer, ese proyecto que sale bien a la primera, esa venta que se cierra con facilidad, eso que va de acuerdo a la expresión “como cuchillo en mantequilla”. La autenticidad y la sinceridad devienen en fluidez:  la experiencia subjetiva de facilidad asociada con una experiencia. La fluidez generalmente ocurre fuera de nuestra conciencia inmediata, en lo que el psicólogo William James llamó conciencia marginal. 

En un círculo virtuoso, esta sensación de fluidez podría contribuir a los sentimientos de autenticidad. Independientemente de la actividad, ya fuera trabajo o personal, ocio u otra cosa, las personas se sentían más auténticas cuanto más fluida era la actividad. La relevancia de cultivar autenticidad y sinceridad es que todo fluye en forma más armónica, toma un tono correcto, un ritmo adecuado y la dirección en la que nosotros nos queremos alinear. Vale la pena. 

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