Tras 12 años a mi lado, Bonny, mi gata, murió de una complicación hepática. La atención médica que recibió me hizo repensar mis ideas sobre el cuidado de la salud, la tecnología, y cómo pagamos por éstas.   Por Matthew Herper   Mi gata murió justo antes del Día de Acción de Gracias. Doce años antes, mi novia me había dicho que quería un gatito y buscamos uno en un refugio de animales, hasta que vi a esta hermosa, blanca y asustadiza criatura acurrucada en la parte trasera de una jaula de metal hasta que le di la mano para que se acurrucara en ella. La llamamos Bonny, en honor a una canción popular escocesa que le cantábamos para convencerla de salir de debajo del sofá o de atrás del refri. Nunca me he sentido tan cerca de un animal. Bonny se sentaba cerca de mí mientras escribía, cerraba los ojos y ronroneaba al sonido de mi voz, siguiéndome por toda la casa. Mi novia, ahora mi esposa, bromeaba diciendo que me había quedado con ella para estar con el gato. Cuando tuvimos hijos, Bonny les enseñó cosas. Cuando mi hijo era un niño pequeño adoraba al gato, y lo mismo pasó cuando nació mi hija. Bonny nos ayudó a aprender a ser una familia. Creo que ése es uno de los objetivos de las mascotas. No son una persona, incluso a pesar de que nuestro corazón nos diga lo contrario a veces. Pero la forma en que nos relacionamos con los animales es una expresión de nuestra humanidad. Una de las razones por las que tenemos mascotas es porque nos permiten aprender sobre las partes difíciles de la vida (el nacimiento, el amor, las discusiones, la enfermedad y la muerte) de una manera muy real, emocional, pero mucho más segura que cuando hay una vida humana involucrada. Y esto es lo que pasó cuando llevé a Bonny a un centro de atención de urgencias veterinarias, cantando para calmarla, y nunca volví a verla. Ella me hizo repensar mis ideas sobre el cuidado de la salud, la tecnología, y cómo pagamos por éstas, y sobre todo acerca del papel de los médicos y su relación con los pacientes humanos. Como todos los gatos, Bonny se enfermó de repente. En su última visita al veterinario había pesado cinco kilos, pero pareciera que en una semana hubiera perdido dos. Cuando la llevé a un examen, el veterinario le tomó una muestra de sangre, le dio líquidos intravenosos, lo que condujo a una breve recuperación, y nos envió a casa con comida altamente calórica que Bon comió sólo por un día o dos. Era fin de semana, y mientras estaba en la clase de natación de mi hija, me llamaron de urgencia: los niveles de bilirrubina (una enzima hepática) de Bonny eran 10 veces más altos de lo normal. Necesitaba un ultrasonido, rápido. Llegué a casa y recogí a Bonny de la cama de mi hijo, donde la habían llevado a dormir. Interrumpí a mis hijos y esposa para que se despidieran de ella. Era la primera vez que no se resistió a ser puesto en la bolsa. Mientras caminaba a un hospital veterinario que funcionaba las 24 horas, traté de cantarle, cambiando la canción para tratar de hacer que dejara de llorar. Nos instalamos en “Man on the moon”, de REM que yo le cantaba en voz alta. En el veterinario, Bonny estaba literalmente muerta de miedo, aferrada a la mesa de acero. El veterinario y yo hablamos de su enfermedad, y decidió que probablemente se había resfriado (había estado estornudando), dejó de comer, y eso dañó su hígado (un problema común con los gatos). Un auxiliar de veterinaria me trajo un presupuesto detallado de lo que costaría su tratamiento: por lo menos un par de días en el hospital mientras trataban de hacer que comiera o la alimentaban con una sonda. Eso costaría al menos 2,500 dólares, tal vez el doble. ¿Cómo hacen que un gato coma cuando está tan aterrorizado que apenas y puede moverse? ¿Hospitalizarlo no empeoraría las cosas? ¿Un gato con una sonda aún es capaz de comportarse como, bueno, un gato? El veterinario me aseguró que sí. Me preocupaba el hecho de no saber si lo que más preocupaba era Bonny o la cuenta. Llamé a mi esposa. “Por supuesto que vamos a hacer esto por ella”, dijo. Se llevaron a Bonny a realizarle el ultrasonido. Pagué 2,500 dólares por adelantado. Sin embargo, la ecografía mostró un hígado cubierto de manchas oscuras, un signo de cáncer que un hígado graso y brillante causado por la autoinanición. El veterinario quería tomar dos biopsias de hígado; yo le pedí que hiciera sólo una. Me despedí de Bonny y le prometí que todos la visitaríamos al día siguiente. Me fui a casa, preparé la cena. Mi esposa y los niños estaban fuera. Justo después de que todos regresaron, sonó el teléfono. Era el veterinario. Su voz era tranquila, con tintes de un tono que sólo puede ser aquel que se usa cuando quiere mantenerse la calma porque algo anda mal. La condición de Bonny había empeorado tan pronto como la aguja de la biopsia entró. Su presión arterial se había reducido, su ritmo cardiaco disminuyó. Estaban tratando de reanimarla. “¿Si llega a ese extremo debemos recurrir a la RCP?” Imaginé a mi pequeña gata con las costillas rotas. No, por supuesto que no. Ella murió mientras yo estaba al teléfono. Mi esposa, mi hijo de cuatro años de edad, mi hija y yo, todos comenzamos a llorar. Mi hijo de siete años de edad se fue a su habitación para estar a solas. Al día siguiente fui al hospital y recogí un reembolso de 1,500 dólares por servicios no prestados. Estaba enojado; 3,000 dólares no parecían demasiado por mantener a Bonny con vida, pero sí parecían demasiado por la peor muerte posible. Su cerebro felino debió haberse sentido totalmente abandonado por las personas en las que ella confiaba. En su libro, Zoobiquity, la cardióloga de la UCLA Barbara Natterson-Horowitz escribe sobre cómo los animales pueden tener ataques al corazón de puro miedo. Me pregunté si eso es lo que le ocurrió a Bon. Bonny Snow.Todo el proceso de hospitalización de un ser viviente parecía una estafa gigante. Me acordé de mi abuelo, el hombre más orgulloso que yo había conocido, un sujeto que usaba un traje de tweed de tres piezas, luchando en su bata de hospital de mala muerte, demente y aterrorizado, después de su operación de bypass cardiaco de 20 años antes. Él contrajo neumonía en el hospital y murió. Es fácil recordar los fracasos en momentos como éste, y más difícil recordar a mi suegro, pasando por una operación similar una década más tarde y sobreviviendo a ella. Mi primera reacción fue que la atención médica era simplemente demasiado cara. Yo estaba a punto de someterme a una resonancia magnética de la rodilla, la cual me había dolido desde que recibí un procedimiento de artroscopia cuando era adolescente. Mi médico en el Hospital de Cirugía Especial había ordenado una exploración en el centro de formación de imágenes de dicho hospital. Iba a costar 2,000, de acuerdo con una calculadora proporcionada por mi aseguradora, United Healthcare, cuatro veces más de lo que esa misma empresa estimaba que costaría una resonancia en esa área. Llamé al médico y le pedí cambiar la orden de laboratorio a un lugar donde el costo sería sólo del doble pero aún así proporcionara imágenes confiables. Al final, el análisis no encontró nada y me prescribió terapia física, que nunca recibí. Me sentía bien de ahorrarle a United Healthcare casi tanto como la muerte de Bonny me había costado; era para mí una especie de victoria simbólica. Como empleado de Forbes, he sido parte de un gran experimento: tengo un plan de salud con un deducible para mi familia de cuatro (3,600 dólares, que es realmente bajo para los estándares del ObamaCare), pero Forbes pone 2,500 en una cuenta de ahorros de salud para mí, en cuatro cuotas. Yo agrego más dinero, libre de impuestos, a esa cuenta. Después del deducible, los gastos dentro de la red están cubiertos al 80% hasta que hayamos gastado otros 2,000 dólares, momento en el que todos los gastos dentro de la red quedan cubiertos. Planes como éste resultan en menores costos. Un estudio de RAND Corp. y otro de la Universidad de Minnesota, muestran esa reducción en el gasto en salud. “La pregunta sin respuesta y la más importante es cuán eficaces son para reducir el uso de atención inadecuada o si reducen el uso de la atención adecuada”, dice John Thomas, profesor de la Escuela de Derecho de Quinnipiac. En realidad no hay ninguna duda en mi mente de que darle a la gente una participación real en su gasto sanitario es importante cuando se trata de reducir los costos de la atención de salud. Lo que me afecta después de todos estos meses, sin embargo, es lo mucho que mi experiencia coincide con la visión de la gente sobre la sanidad humana, donde los precios son transparentes antes de realizar los procedimientos. El negocio de Castlight Health está basado en la transparencia de precios, tanto para pacientes como para los que gestionan los planes de salud de forma que puedan acabar con el despilfarro. Steve Forbes con frecuencia se queja de que no comprarías un coche sin que te dijeran el precio; sin embargo, todo el tiempo hacen exactamente eso con los procedimientos de salud. “Los pacientes pueden recibir una cotización por teléfono, obtener una estimación real y continuar con esa idea”, predice Ramji Srinivasan, director ejecutivo de la startup de pruebas genéticas Counsyl, que ha incorporado dicha funcionalidad en sus pruebas. Sin duda, que me dijeran lo que costaría tratar a Bonny fue mucho mejor que lo que pasó cuando mi hijo fue internado en el hospital por lo que sospechábamos era apendicitis y recibimos una factura de 16,000 dólares. (Afortunadamente, no era apendicitis y el seguro cubrió la mayor parte de esos gastos), pero estoy sorprendido por lo complicado que hizo mis discusiones con su veterinario. ¿Estaba tratando de ahorrar dinero o de evitarle un tratamiento innecesario? Aún no estaba seguro. Por otro lado, ¿cuánto es lo máximo que puede cobrar desde el punto de vista ético? “Es maravilloso que la gente esté dispuesta a gastar 10,000 o 20,000 dólares por el tratamiento de su mascota enferma, pero éticamente nos pone en duda”, dijo Douglas Aspros, ex presidente de la American Veterinary Medical Association a Slate. “Si un cliente quiere que yo realicé una cirugía de 20,000 en un gato, el sentido práctico tiene que ir más allá: ‘OK, hay alguien dispuesto a pagar por ello, pero, como sociedad, ¿debemos estar promoviendo eso?’” Con una mascota, y mucho más con una persona, la respuesta de un paciente o su familia será la misma que mi esposa dio acerca de nuestro gato. “Por supuesto que vamos a hacer esto por ella.” Eso deja no a los consumidores, sino a las aseguradoras, como el grupo más capaz de negociar precios más bajos, o de ayudar a convencer a médicos y pacientes, antes de tiempo, que un examen o procedimiento es caro antes de realizarlo. Sólo es necesario echar un vistazo al precio de 1,000 dólares por cada píldora de C Sovaldi, un fármaco contra la hepatitis fabricado por Gilead Sciences. Lo que hizo que las discusiones sobre el cuidado de Bonny fueran tanto soportables como detalladas fue el hecho de que el veterinario y yo trabajáramos juntos en una lista de lo que iba a hacer, y él tenía que estar abierto a cambiar su plan. Unos meses más tarde, en un hospital humano, tuve la experiencia opuesta. Acababan de extraerle las amígdalas a mi hijo. Mientras lo acompañaba durante la recuperación, en evidente dolor, empecé a sentir mucho calor. Me desabotoné la camisa, y me senté. Fue entonces que me desmayé. He visto cirugías, sangre, y trato de culpar por el desmayo a un virus que teníamos en la familia en el momento. Bueno, lo que sea, si te desmayas en la sala de recuperación, terminas en la sala de emergencias. Así que ahí estaba yo en una cama con un médico arrogante que insistió en que necesitaba una solución salina IV, una radiografía de tórax para verificar si había algún aneurisma y una tomografía axial computarizada. Permití que me pusieran el suero y finalmente consentí la radiografía de tórax, pero recordé una historia sobre la necesidad de una exploración de CAT después de un desmayo o, más bien, la falta de necesidad de uno. No me había golpeado la cabeza. Fue un caso bastante clásico de síncope vasovagal, lo que significa, básicamente, que me vencieron las emociones y me desmayé. Traté de llamar a mi médico de cabecera, pero mi celular se quedó sin batería. El médico de urgencias no podía decirme cuánto costaría el CAT. El veterinario de Bonny hizo un mejor trabajo comunicando lo que iba a hacer, por qué y por cuánto. Yo estuve allí durante unas horas, mientras mi mujer llevaba a mi hijo a casa de sus abuelos y volvió por mí. Cuando regresó, el médico me había convencido de escanear mi cabeza. Mi esposa me llevó a casa, Bonny, por supuesto, se había ido, y yo la extrañaba. Me hubiera gustado no haberme sentido tanto como ella, donde, después de 14 años de escribir sobre medicina, en un encuentro relativamente menor con el sistema médico, me sentí sólo un poco más en control que un pequeño gato, asustado y acurrucado contra mi pecho.

 

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