En 2006 Clive Humby, uno de los primeros científicos de datos de la historia dijo, “los datos son el nuevo petróleo” que luego Michael Palmer amplió diciendo, “los datos son valiosos, pero si no están refinados, en realidad no se pueden usar. El Petróleo debe transformarse en gas, plástico, productos químicos, etc. para crear una entidad valiosa que impulse una actividad rentable; por lo tanto, los datos deben desglosarse y analizarse para que tengan valor”.

En esta época digital, sin siquiera quererlo todos generamos datos. Si tenemos un teléfono inteligente, usamos una computadora o una tableta y estamos conectados a internet, generamos una cantidad de datos importante. Pero no solo eso, porque si nos vamos solo a nuestros datos personales de comportamiento digital, tal vez no seamos lo suficientemente importantes como para que esa información le sea  indispensable al gobierno, partidos políticos, empresas de consumo o al crimen organizado y/o desorganizado.

Pero qué pasa con nuestra información financiera, de salud o nuestro genoma, ahí si la cosa comienza a complicarse, es un hecho que esa información sí tiene más valor comercial. Imaginen que una o varias empresas tuvieran acceso a ese tipo de información, que pudieran saber cuánto ganamos, cuánto tenemos ahorrado, si tenemos problemas de salud, si somos propensos a tal o cuál enfermedad  ¿Estaríamos dispuestos a compartir esa información?

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Para decidir eso, tenemos que pensar que existen o deberían existir dos bandos muy bien definidos: los que me ayuden a resguardar, proteger y defender mis datos personales, que incluyen al gobierno, comisiones, instituciones, asociaciones, organizaciones y empresas, y por el otro lado, a las empresas u organizaciones que se deben a sus accionistas y que su misión es vender sus productos y/o servicios al mayor precio que yo los pueda pagar y con la mayor frecuencia que los pueda comprar.

No puede o debe haber empresas que fueran juez y parte. Esto es que tuvieran nuestros datos y al mismo tiempo nos ofrecieran productos en forma directa, o peor, empresas para las que yo fuera el producto y ellas ofrecieran mis datos para exhibirme como objetivo de las campañas de sus clientes. El problema es que en la actualidad estamos llenos de esas empresas que, haciendo la analogía con el principio de este artículo, no solo son dueños de los yacimientos de petróleo y su extracción (nuestros datos), sino que también diseñan y manufacturan los productos que luego nos venden.

Este modelo debe cambiar, más cuando hoy en día, solo menos del 5% de las recomendaciones que nos hacen los algoritmos comerciales, son de nuestro interés, incluyendo algoritmos que nos muestran publicidad, que nos sugieren otros productos con base en lo que estamos comprando, los que nos sugieren a quién seguir, qué leer, qué comer, etc. Este modelo perverso cada vez reúne más voces en su contra y se está resquebrajando desde adentro. En sentido práctico sólo debería haber una institución que podría poder ser juez y parte: Hacienda, al final lo único seguro que tenemos es la muerte y los impuestos.

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Parece que la industria que se está moviendo más rápido en este sentido es el sector financiero. El concepto “Open Banking” o datos bancarios abiertos, se comienza a vislumbrar como una tendencia en este sentido, como es el caso de Brasil, donde recientemente se aprobó su entrada. Es una práctica que permite a los proveedores de servicios financieros acceso abierto a información del comportamiento financiero de los individuos y del desempeño de sus finanzas con los instrumentos que tiene contratado. ​​De esa forma, los cuentahabientes podrán contar con productos personalizados a mejores tasas. Hoy existen algunas herramientas, como el Buró de Crédito, pero es unilateral, le sirve más a las instituciones financieras que al individuo. Esta perspectiva es bidireccional.

La tesis es que en esta visión abierta de la información, en la que tanto el usuario de los servicios, como los proveedores de los mismos, pueden optimizar sus recursos en forma definitiva, gracias que la apertura genera confianza y la confianza llevaría a ambas partes a conectar en forma inmejorable la oferta y la demanda de productos financieros, solo reflexionemos, ¿cuántas veces hemos perdido oportunidades porque no tenemos los recursos financieros en el momento en el que los requerimos? Como diría el tío Ben de Peter Parker, “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.

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*Javier Murillo es Ingeniero electrónico e informático mexicano, especialista en analítica de datos y maestro en ciberseguridad.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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