La digitalización de la vida se profundiza cada vez más, todas nuestras actividades se ven condicionadas por los efectos de la expansión de las redes sociales, nuevos canales, medios, formatos y mecanismos que nos inundan, nos abordan y nos moldean.

La comunicación política se ha beneficiado de muchos de esos avances y hoy es posible acceder e influir sobre el mercado electoral bajo mecanismos y formatos con todos los recursos de la manipulación, persuasión, convencimiento y hacer uso de modelos con un enfoque multidisciplinario en tiempo real.

Los canales digitales influyen de manera determinante en los movimientos sociales, el activismo y la participación electoral. El marketing político digital se extiende más allá de la promoción de candidatos, partidos y plataformas electorales en Internet incluyendo teléfonos móviles, redes sociales, publicidad gráfica, marketing en motores de búsqueda, plataformas, comunidades y cualquier otra forma de medios digitales.

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Explorar la mente, conductas, hábitos, intereses, preocupaciones y preferencias de los ciudadanos es mucho más fácil; poderosos motores de búsqueda, algoritmos, bases de datos, complejos modelos y macro y micro herramientas de segmentación nos permiten definir la agenda temática y maximizar el conocimiento de un político, escalando su popularidad casi de manera imperceptible.

Hacer consultoría política hoy, implica entender que los medios digitales no son una extensión de la mercadotecnia ni un nuevo canal de comunicación. La estrategia electoral requiere entender toda la diversidad y complejidad de esta herramienta, abarcando tanto su desarrollo tecnológico, como los efectos que tienen en la evolución psicológica, social, política, conductual e ideológica de los ciudadanos.

Los electores digitales están redefiniendo el espectro de los medios de comunicación, son volátiles, dispersos, emocionales; rara vez analizan, no tienen memoria histórica; son impacientes, acomodaticios, eclécticos, lúdicos, simplistas, demandantes y volubles; su atención es efímera, no profundizan, no detallan ni desglosan y no hacen compromisos.

Los segmentos objetivo de una elección ya no se dividen ni agrupan por su ubicación geográfica, ingreso, empleo o educación; sino por tendencias, autopercepciones, modelos aspiracionales, comunidades, factores incluso metafóricos, ideales, subjetivos e incluso imaginarios. 

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Es decir, los ciudadanos se agrupan y alinean siguiendo patrones psicológicos internos casi olvidando su realidad cotidiana; reaccionan conforme a una identidad, una vida y una serie de comportamientos digitales creados artificialmente. Se autoclasifican como de izquierda, ecologistas, libertarios, emprendedores, con etiquetas incongruentes, contradictorias, infundadas, solo por llenar el espacio “di algo de ti mismo”. 

Si antes la ideología, la visión, un modelo de gobierno, proyectos, política pública y la racionalidad eran el núcleo central del debate político; hoy eso ya no existe; el centro es la confrontación, la pugna permanente de temas de corto plazo, los argumentos viscerales, la exhibición, intercambio de insultos, entretenimiento, ocurrencias y banalidades, explotar el morbo y lo viral es la clave.

Forjar una carrera en política debería requerir de tiempo, méritos, calificación, resultados, preparación profunda y calificada, el desarrollo de habilidades y capacidades; una red de contacto y trabajo de base en comunidades entre otras cosas, hoy cualquier personaje bizarro y primitivo puede aspirar a un puesto en ayuntamientos, congresos y puestos públicos.

Gracias al big data, neuromarketing, comunidades, influencers, blogueros, youtubers, sitios, canales y la explosión de información disponible en redes podemos forjar “activistas”, “revolucionarios” y hasta “historias ejemplares”; la suma de la superación humana resumida en una receta de cocina; sublimar la vida en un puesto de tacos y hacer de alguien que ayuda a una ancianita a cruzar la calle el “héroe” de moda para lanzarlo a la palestra electoral.

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Las plataformas y aplicaciones nos dan el espacio privilegiado para ofrecer experiencias interactivas e información total en tiempo real, blogs, post, video, resúmenes biográficos, fotos, “logros y propuestas” mediante aplicaciones de realidad aumentada, video juegos y que son extensiones de la vida política cotidiana, si los problemas sociales se resuelven o no, eso no importa.

El control de comunidades, bots, réplicas y marketing subliminal y furtivo, todo está al alcance, podemos usar los medios digitales como canales alternos de contacto y difusión para llegar y captar audiencias inyectando una dosis de dramatismo, patriotismo, comicidad, indignación, furia, tristeza, recriminación y sensacionalismo. 

Los electores migran con facilidad, buscan actualizaciones constantemente, hay que llegarles con formatos y estímulos multicanal, consumen novedad e impacto todos los días. A la hora de votar se concentran en las notas más vírales; su deporte favorito es linchar políticos; acosarlos, burlarse, denostarlos; el ridículo político es abundante e inagotable, corrupción, malos manejos, fraudes, estafas, chismes, vicios, ahí está lo rentable.

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Digitalmente, el sufragio es un juego de intereses, una transacción clientelar, una apuesta de corto plazo, un acto irreflexivo y la relación con la política carece de sentido. Hacer política es recurrir al engaño, la manipulación y el control digital, los electores consumen historias, relatos y valoran el mundo desde los iconos, los pulgares arriba y los seguidores.

La mejor forma de mantenerse ignorante es creer que ya lo sabes todo. La saturación política genera indiferencia, hartazgo, indolencia y desinformación. La democracia es masiva, mayoritaria, nunca cualitativa ni selectiva. Los canales digitales sirven para lograr todas esas incepciones.

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