“Lo más importante que he aprendido es que el optimismo no funciona”

Woody Allen

Parece un sinsentido, pero creo que una dosis de pesimismo en estos momentos no está mal. Estamos llegando a los últimos días de uno de los años más duros de la Historia y baticinar cielos grises y mirar todo color de hormiga  no parece una buena idea en primera instancia, pero creanme que lo es. Por lo menos es mejor que esta pintado el panorama color de rosa y haciéndonos ilusiones de que todo va a estar bien y mejor sólo con desearlo. Es preferible poner los pies en la tierra y sustentarnos bien el el suelo firme que estar construyendo castillos en el aire, porque como están las cosas, se nos van a caer.

En el mes de marzo, mientras estábamos en una reunión de planeación los participantes se dividieron en dos bandos: los que creímos que todo regresaría a la normalidad después de Semana Santa o cuando más tarde en mayo y los que pronosticaron que antes de octubre las cosas no se iban a mejorar. Recuerdo que todos nos escandalizamos con los pesimistas y los tachamos de absurdos. Bueno, ni ellos estuvieron en lo correcto. Los hechos rebasaron cualquier expectativa.

En una entrevista reciente que Woody Allen concedió para hablar de su autobiografía, le preguntaron que si seguía siendo pesimista y contesto que sí, que por lo menos seguía igual de pesimista; incluso más. Si esa hubiera sido la conclusión de la respuesta, nos habría dejado mucho que desear, sin embargo, añadió: “creo que el mundo… Yo siempre he sido pesimista en cuanto a la condición humana, pero creo que actualmente el mundo  está mucho peor, y soy muy pesimista sobre el futuro del mundo, y, en general,  soy pesimista sobre la vida. Pero no creo que el mundo esté en buena forma ni que marche en el buen camino,  sino que se mueve hacia su propia destrucción. En lo nuclear, en lo climático, en los movimientos de extrema derecha. Simplemente no se ha movido en la buena dirección; en una dirección sana”.

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La postura de Woody Allen es radical,  mordaz pero real. Permite asentar los pies en la tierra, apreciar las cosas con perspectiva, ver los escenarios tal como están para darles la vuelta: para tomar una dirección sana. Lo malo es que hemos adoptado posturas que en vez de ser optimistas, son de una ingenuidad que rayan en lo peligroso. Hemos padecido a una cantidad de gente que le anda buscando el lado positivo a todo, generando fantasías en torno a las circunstancias, en vez de observar, analizar, entender y resolver.

Una de las cualidades más apreciadas en este año ha sido la resiliencia. Esta capacidad de campear la tormenta, de adaptarnos a las circunstancias y de entregar resultados positivos a pesar de haber experimentado cambios adversos. Un resiliente no es un optimista. Me temo que un resiliente es más bien un pesimista precavido.

Por ejemplo, si un optimista sale de su casa y mira el cielo gris, lleno de nubes, escucha truenos y siente mucho aire dirá: hoy no va a llover. Saldrá de su casa sin paraguas y regresará hecho una sopa. Por su parte, el pesimista, saldrá de casa, verá que el día está soleado y se llevará el paraguas, sólo por si acaso.

Evidentemente, que el optimista corre el riesgo de ir por la vida cargando un paraguas que, tal vez, jamás necesitará. No obstante, en el caso de necesidad, estará preparado. Será la persona que no dejará el destino a la suerte y se ocupará. No es que sea una persona afortunada, es que verdaderamente, tuvo el cuidado y la precacuión de prepararse la buena fortuna.

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Hubo un tiempo en el que escuchábamos con frecuencia a esos optimistas que repetían que si alguien podía imaginar algo, lo podía lograr. “Ya me ví”, repetían con una felicidad que hasta les causaba ahogos. Era tal su entusiasmo que creían tanto en sus proyectos, en sus emprendimientos y en sus ideas que ni siquiera se esperaban a verificar si funcionarían o no, se brincaban ese escalón y se iban directo a gastar un dinero que aún no se había generado.

El problema de ese optimismo es la ingenuidad que tiene adherida. No se trata de no creer, se trata de sustentar. El tipo de pesimismo al que me refiero no nos deja caer en la inacción. Por lo contrario, busca las respuestas para encontrar el modo de cómo sí hacer las cosas. El entusiasta que se lanza como el ciego que le pega a la piñata, puede darle y romperla al primer palo. Pero, ¿qué pasa si no? Como no está preparado, se rompe en mil pedazos y entonces sí se queda arrinconado sin saber qué sigue.

Por eso, me temo que Woody Allen tiene razón. Un pesimista no es un catastrofista. Es una persona que tiene la claridad para dejar de ser ingenuo y trabajar para que las cosas salgan como se quiere. Así, el que compra un seguro, no lo hace por que le falte optimismo, sino porque no quiere quedarse mal parado en caso de que algo salga mal. Por esa razón ser pesimista no está mal. 

Para enfrentar un problema, tenemos que saber definirlo. Eso es lo primero que haría un pesimista. Observar, justipreciar todas las posibilidades de fracaso y una vez valoradas, dará el primer paso. Sí, saldrá de su casa con un paraguas, aunque no lo necesite, es más deseará no necesitarlo. Pero lo va a llevar y así, no lo tomarán por sorpresa. Insisto, ser pesimista no está mal.

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