La pérdida del consenso de la base orgánica del partido, obreros e indígenas, los estratagemas para cambiar la Constitución y la violencia contra los manifestantes demuestran que Morales ya es otra ‘vaca negra’ en el medio de la noche.   Aristóteles decía que las revoluciones explotan por cuestiones secundarias, mientras intentan derribar asuntos esenciales de una realidad poco sustentable. Aunque la prensa internacional no le dedicó espacio, Bolivia está viviendo momentos muy tenso: mineros, maestros, médicos y empleados públicos liados al mayor grupo sindical, la Central Obrera Boliviana (COB), llevan 15 días en huelga, sumándose a la larga ola de protesta contra el presidente Morales. Las calles de La Paz están en estado de sitio, con manifestaciones, bloqueos, enfrentamientos y explosiones de dinamitas en señal de protesta. Hoy la razón del descontento es el existente sistema de pensiones, que no garantizaría a los trabajadores una jubilación digna para cubrir sus necesidades básicas. La COB pide que el gobierno de Morales introduzca una jubilación con el 100% del salario, mientras el gobierno designa los manifestantes como golpistas. Por cierto, las voces que resuenan en las calles bolivianas son la expresión de una profunda desilusión social y desgaste político: la confianza en Morales ha disminuido, las organizaciones corporativas, los sindicatos y hasta grupos sociales que antes se reconocían en el gobierno, han tenido conflictos con un poder político que ya no los representa. ¿Qué ha pasado a Evo Morales, que con su inseparable suéter se había convertido en la cara del pueblo, emblema de humildad, humana ordinariez y desinterés por el protocolo político? Cuando Morales se convirtió en el primer indígena en gobernar en América del sur, su victoria no fue sólo un hito importante en el rescate de las poblaciones indígenas en Bolivia, sino fue el baluarte del poder democrático, la demonstración que los mecanismos de poder pertenecían a toda la comunidad. El gobierno de Morales revirtió definitivamente los siglos de marginación del pueblo indígena y de la parte más vulnerable de la población, históricamente olvidados por todos los gobiernos, independientemente de la naturaleza del régimen, fuera democrático, colonialista o militar. Parte del movimiento latinoamericano de izquierda y anti-capitalista, el gobierno de Morales se presentó como motor por el cambio que quería invertir las tendencias en América Latina, poniendo término a las polarizaciones clasistas, a los conflictos sociales, a la dominación foránea y favoreciendo las necesidades básicas de corto plazo de la mayoría, contra los intereses de los inversionistas extranjeros. Las manifestaciones hodiernas se suman a multíplices conflictos que han sacudido la estabilidad del gobierno en su segundo mandato, revelando la cara obscura de Morales. El año pasado el gobierno decidió construir una autopista a través del parque nacional TIPNIS, un territorio indígena protegido. No contento de pisotear dicha tierra sagrada, Evo Morales, ese primer presidente indígena en la historia de América del Sur, reprimió violentamente las protestas que estallaron, dejando centenas de heridos entre esas mismas personas que fueron imprescindibles para lograr ese honor. Sin embargo, a pesar de la fuerte propaganda y demagogia gubernamental, el partido de Morales, el MAS, ha demostrado que ya no es la expresión de los ánimos bolivarianos. Al perder su capacidad de profundizar el proceso de cambio, se ha convertido en una mera extensión física del cerebro político y decisional que reside exclusivamente en las altas cargas del ejecutivo. De hecho, la pérdida del consenso de la base orgánica del partido, obreros e indígenas, los estratagemas para cambiar la Constitución y la violencia contra los manifestantes demuestran que Morales ya es otra vaca negra en el medio de la noche. Habrá una vez más que preguntarse cuándo por fin se manifestará sin alguna duda esa dicotomía “socialismo o barbarie”, proclamada por la Luxemburg. Hoy, los trabajadores bolivianos que luchan contra el gobierno están tratando defender su derecho a poder seguir viviendo dignamente aún cuando el mercado laboral no los necesite más. El puño de hierro mostrado por el gobierno, un gobierno de izquierda, un gobierno socialista es oxímoron de su ideología. Al incrementar sus mecanismos autoritarios, los gobiernos, sean de derecha o izquierda, acaban por perder las raíces que los crearon, esa mezcla entre razón, ilusión y dedicación apasionada que mueve las masas que los apoyan. Los líderes se ilusionan creyendo que incrementando la censura y la represión, concentrando aún más el poder en sus manos, subordinando las instituciones independientes, controlando las dirigencias de los sindicatos, pueden ejercer mejor su poder y lograr sus objetivos. Sin embargo, esos gobiernos acaban construyendo castillos de cartas: la historia ha ampliamente demostrado que las revoluciones no nacen de la libertad, sino de la autoridad extrema. La represión radicaliza las divergencias y no calla las voces de protestas, sino hace que el aullido de esperanza difunda silenciosa y más profundamente las ganas de un cambio. Durante su segundo mandato, la administración al poder se ha caracterizado por una colisión continua con su pueblo, su electorado y hasta con su Constitución, la que ellos mismos promulgaron. Por eso, las reivindicaciones de los trabajadores, de los indígenas, de las fuerzas de oposición nacen, más allá de sus razones pragmáticas, en la lucha contra el evidente oportunismo que subyace a las acciones del gobierno. La reciente aprobación de la Ley de Aplicación Normativa que permite a Evo Morales postularse a un tercer mandato presidencial, ha transformado en fetiche la Constitución: el proceso de cambio estructural que defendían Morales y el MAS ha aniquilado la movilización y participación sociales, a favor de una pantomima democrática que reduce la política al mero proceso electoral para conservar el poder. Las contradicciones de Morales deberían resolverse con varias acciones en distintos frentes. Sin embargo, el gobierno de Morales no podrá basar su apoyo popular sólo en su cruzada contra Estados Unidos. De hecho, su reciente y muy cuestionable decisión de expulsar a la USAID y los 28millones de dólares al año que otorga en asistencia sanitaria para los bolivarianos más necesitados, pone aún más obligatorio un gobierno presente allí donde su pueblo más lo necesite.   ¿En que dirección debería ir el cambio de Bolivia? Por un lado, es en absoluto necesario reforzar los mecanismos legislativos, salvaguardar la Constitución e insertar el proceso político en el marco normativo. Si Evo Morales será confirmado presidente con estas condiciones, su mandato empezaría deslegitimizado desde el principio y descreditando el texto que es a la base de su poder mismo, la Constitución. Por otro lado, el cambio político tiene su fundamento en la capacidad del bloque popular y de todas las facciones que hacen parte, de incidir en los asuntos políticos, en la necesaria revolución democrática y cultural que se realiza mediante el ejercicio del poder por parte de una sociedad movilizada. La Bolivia de Evo Morales ha sin duda empezado un proceso de revolución, sobre todo simbólico, que ha permitido que el país escapara de las dinámicas que por generaciones lo habían condenado al capitalismo salvaje, al colonialismo, a la riqueza para la oligarquía y la miseria para la mayoría. Morales fue capaz de incluir en el discurso político una parte de la comunidad que hasta ese entonces no tenía voz. Sin embargo, hoy el proceso revolucionario de Morales y del MAS se ha parado y aún más se están erosionando las bases del proceso político que se construyeron. Participación social y revolución político-cultural son las herencias que la nueva clase política debe usar para poder consolidar ese proceso que ha llevado a la construcción de una identidad bolivariana, mirando más hacia dentro sus confines que afuera.     Contacto: Twitter: @AureeGee

 

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