El mercado del arte es raro; es como el hermano libre y desobediente de todos los mercados. Hace lo que quiere, sigue sus propias reglas y cuando todos los demás entran en crisis, el arte se mantiene o incluso incrementa su valor rompiendo records históricos. Y es que claro, las obras de arte son un tipo de bien con un gran atractivo, pues tener un Picasso debajo del brazo nos da la tranquilidad de saber que no importa la crisis por la que esté pasando el país, uno puede llevarlo a otro que esté en mejores condiciones y venderlo allá. Algo que no se podría hacer con una casa o un desarrollo inmobiliario. Además, una obra categorizada como “grandes maestros” siempre va a encontrar clientes, pues más allá de lo que se ve en el cuadro -o la maestría con la que esté hecho-, es un objeto histórico con un valor tangible e intangible; histórico y patrimonial. 

¿Pero qué pasa con el arte contemporáneo? Es decir, con el arte que se produce desde finales de los sesenta hasta el día de hoy. Es algo que siempre sorprende, pues uno pensaría que en época de crisis, la última de las necesidades sería comprar arte, y por lo tanto sería el primer mercado en crashear. Sin embargo, pasa todo lo contrario. Existe un documental muy recomendable que justo nos adentra a esa pregunta. Se trata de: “La gran burbuja del arte contemporáneo”(2009), de Ben Lewis para la BBC Four. En medio de la crisis financiera global de 2008, Lewis nos muestra cómo el artista Damien Hirst – saltándose todos los protocolos-  rompe el récord para un artista vivo, cerrando el día con ​​111 millones de libras vendidas directamente desde la casa de subastas Sotheby’s. Y no cualquier día, sino justamente el 15 de septiembre de 2008; el mismo día en el que se declaró en bancarrota la firma Lehman Brothers y que marcó uno de los momentos más oscuros de la historia financiera.

Mercado del arte en pandemia 

Muchos se preguntan: ¿cómo fue posible que en el 2020 el mercado del arte no sólo no cayera, sino que estuviera a la alza? Desde mi perspectiva, la pandemia avisaba una gran crisis que no podíamos dimensionar; humanitaria principalmente, aunque también económica. Muchos pudieron sacar provecho, otros no tanto; pero lo que sí me atrevo a decir de manera generalizada, es que a todos nos obligó a replantear prioridades. Estar encerrados nos hizo analizar nuestras relaciones bajo presión, ver qué tan fuertes eran los lazos que nos unían con la familia; intentar el homeoffice, valorar el tiempo que pasábamos en pijama cocinando algo nuevo, inventar un nuevo negocio; descansar de la presión social un rato, etc. Tuvimos tiempo para -literalmente y en sentido figurado- mirar con atención las paredes de la casa. Por lo tanto el arte pasó de ser un objeto del deseo a casi una necesidad. 

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Sin embargo, en cuestiones del arte es importante marcar una diferencia. Existe arte decorativo y arte profesional. El primero (que se puede encontrar en tiendas departamentales y de diseño, bazares, zonas turísticas, etc) guarda su valor en aspectos estéticos y tendencias. Su valor cae con el tiempo, como un mueble u objeto que se puede revender pero a un precio inferior. Y está el segundo, que guarda un valor histórico, y con el tiempo aumenta su precio considerablemente. El arte profesional (es decir que se inserta en los circuitos de legitimación del medio, como museos, bienales, ferias, universidades, instituciones, colecciones, etc) conlleva una exploración a nivel conceptual; encierra temáticas y discusiones que se perciben en el ambiente durante la época que fueron creadas, y se convierten así en una especie de cápsulas de tiempo. 

Explicado de una manera práctica, el valor tangible de las obras de arte, es decir: su precio, se respalda con el currículum del artista. En él se puede ver cuántos especialistas lo reseñaron, premiaron, reconocieron, expusieron, catalogaron y/o coleccionaron; y no porque vendiera mucho o porque estuviera de moda, sino porque consideraron que aquello que el o la artista en cuestión propone a través su obra es representativo de su época. 

Entonces, viéndolo desde el ángulo trascendental, cada pieza de arte que ocupa un espacio, deja de ser algo meramente bonito y se convierte en un punto de conversación; en un objeto que representa, cuestiona, hace pensar, y a su vez, marca un momento en la propia vida del coleccionista. Y en términos de inversión, tiene la ventaja de incrementar su valor exponencialmente. 

Herramientas digitales y la venta en JPG

Es innegable que hasta hace muy poco (…algunos consideran que todavía) el arte tenía ese halo intimidante; y como todo tipo de inversión, el arte requiere de mucha información para entender esos matices que, efectivamente, pueden llegar a ser complejos. Pero en 2020 muchas personas tuvieron tiempo de informarse y de acercarse al arte, que como tantas otras industrias, encontró canales y herramientas digitales para llegar al público recurrente, y a su vez abrió la puerta a uno totalmente nuevo, ¡pues no había de otra! 

La pandemia sin duda, se convirtió en un cultivo de nuevos inversionistas ávidos por coleccionar arte, mismos que después de la reactivación, siguieron adquiriendo obras y con más ganas.  Algo que no pasó por ejemplo con industrias tecnológicas que durante la pandemia se fueron al cielo y hoy en día, con la reactivación, van de bajada despidiendo porcentajes importantes de su fuerza laboral. 

El último reporte “The Art Market 2022”, publicado por Art Basel y UBS, analiza cómo, si bien durante el 2020 las ventas online y las subastas incrementaron un 78%, en la primera mitad del 2022 se estabilizó a un 48%. Situación que no está para nada mal, pues sigue siendo el doble de lo que se reportó en el mismo periodo en 2019, antes de la pandemia. 

Y es que en medio de todo, la cuarentena no nos agarró tan desprevenidos (en el campo del arte) pues hasta hace poco menos de veinte años, todavía se debatía si la idea de comprar arte a través de una fotografía en pantalla era siquiera posible, pues se tenía esta idea romántica que para valorar el arte era indispensable que verlo, sentirlo, respirarlo; y claro, siempre es mejor esa experiencia pero el tiempo nos mostró que la gente estaba dispuesta a pagar antes de ver una pieza en vivo. 

Carlos Riviera – uno de los analistas de Mercado del arte más jóven que ha existido, muy controvertido además por ser el primero en utilizar algoritmos y data para generar proyecciones financieras de artistas emergentes a través de su página ArtRank (que aunque ya no funciona como tal, marcó un hito en el mercado del arte) en una entrevista, hablaba que en 2008 tras la crisis inmobiliaria, propuso un trato la los dueños de un espacio en una de las mejores zonas de West Hollywood, en Los Ángeles. El lugar se encontraba vacío, y pensó en poner ahí una galería. Todo estuvo muy bien, pero rápidamente se dió cuenta que las ventas se estaban generando realmente a través de fotos en archivos JPG y desistió. Esta tendencia sólo se incrementaría con los años. De manera generalizada las galerías afirman que la gran mayoría de sus ventas se generan a través de fotos, e inclusive mock-ups y renders (simulaciones digitales de cómo se verían las piezas en determinados espacios). No sólo piezas fotográficas o digitales, sino pinturas, instalaciones, esculturas e incluso performances y video. 

NFTs y blockchain

Es más, tanto ha cambiado la cosa que incluso hay quienes están dispuestos a no tener en físico la pieza, nunca, jamás! Encuentran fascinante el hecho de conservar sus piezas sólamente en un archivo digital. Por supuesto me refiero al criptoarte. 

Según el informe de Research and Markets publicado el pasado 9 de diciembre, se estima que la industria de NFTs en México crecerá un 46,3% anual hasta alcanzar los 1123,7 millones de dólares en 2022. Y aunque se hayan alcanzado precios astronómicos, coincido con los especialistas que sostienen que todavía se encuentra en una etapa incipiente. Si bien ahora vemos imágenes, animaciones, memes y cosas raras convertidas en tokens no fungibles, las implicaciones de este formato para producir arte nos da pistas de algo mucho más grande. 

Blockchain, la tecnología en la que están respaldados los NFTs, también consolida la creación de Smart Contracts, es decir, contratos descentralizados y almacenados en una base de datos distribuida. Algo sumamente novedoso e impresionante. Esto para el arte significa un salto evolutivo enorme. En el pasado, el artista firmaba las piezas, hoy en día se utiliza el certificado de autenticidad y/o de proveniencia, y aunque es una área de especialización importante, está siempre vulnerable a la falsificación y con esta nueva tecnología es imposible.

Por lo pronto, aprovecho para invitar a los lectores a adentrarse un poco en este campo y seguir de cerca lo que sucede. Más allá de los números y estadísticas, visitar las exposiciones, las ferias, las bienales, los estudios de los artistas; pues con seguridad afirmo que el mercado del arte no sólo es fructífero en términos de inversión, sino que está lleno de eventos, gente y conversaciones interesantes. Como dijo el escritor y académico Norman McClean “No es que coleccionar sea más noble que los demás empeños del hombre, simplemente es mucho más divertido”.

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Contacto:

Catalina Restrepo

IG @catalinarestrepo.artoffice 

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