Por: José Segarra Silva

Existe un gran debate con respecto a si estamos o no en una recesión. La definición no es clara y hay argumentos sólidos tanto a favor como en contra. Más allá de la semántica, es relevante analizar cómo llegamos aquí y hacia dónde nos dirigimos. 

Sin duda estamos viendo una fuerte desaceleración del crecimiento global, que el año pasado fue cerca de 6%, el más alto desde 1973. Esto fue resultado de la reapertura de la economía y de la gran respuesta de gobiernos y bancos centrales del mundo, los cuales impulsaron a la economía con más de 20 billones de dólares, 5 veces el valor anual de todas las economías latinoamericanas juntas. Todo financiado con deuda. 

El impulso funcionó, pero también provocó una inflación históricamente alta que asemeja lo que se vivió en Estados Unidos en los setentas. El fin de la convertibilidad de los dólares en oro en 1971 provocó una explosión de creación de dinero y deuda similar a la reciente. Luego, en 1973, hubo un shock de oferta parecido al actual por el embargo petrolero árabe; una respuesta al apoyo de Estados Unidos a Israel en su guerra en Medio Oriente. Esto provocó un alza de precio de 2.9 a 11.65 dólares por barril de petróleo. Hoy nos enfrentamos a un escenario similar, pero más enfocado en la falta de gas. 

Europa, que representa cerca del 15% de la economía global, podría quedarse sin gas para su actividad industrial durante el invierno por el cierre indefinido del gasoducto Nord Stream 1. Muchos minimizan el impacto al verlo como temporal, mientras que una sola institución global de renombre concede que la recesión es un hecho; el Banco Central de Reino Unido. Este ya incorpora una recesión con duración de 5 trimestres en su comunicación y da el aviso a su gente de prepararse para un fin de 2022 y un 2023 muy duros, con una contracción superior al 2%.

Aun en este escenario sombrío, los bancos centrales tienen que seguir aumentando coordinadamente sus tasas de interés para combatir la alta inflación. Esto no solo para que baje en 2022, sino para que no se vuelva un fenómeno que dure una década como pasó en los setentas. Hace unos días, Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, remarcó en su discurso del Simposio Jackson Hole: “Debemos seguir así hasta que el trabajo esté hecho.” Esto provocará pérdida de empleos para disminuir la demanda por bienes y servicios, buscando que los precios en la economía se estabilicen.

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Mientras tanto en México, aunque tuvimos un crecimiento positivo en el segundo trimestre, seguimos viviendo un largo estancamiento. Lamentablemente, el país no ha podido regresar a los niveles de inversión fija bruta que vimos en 2018, mientras que el impulso para la recuperación post-pandemia fue dejado en manos de la respuesta de otros países. Buena parte del estímulo fiscal de Estados Unidos, que totalizó más de 5.2 billones de dólares, terminó entrando a México en la forma de remesas, que crecieron de 36 mil millones de dólares en 2019 a 52 mil en 2021; un salto enorme que las llevó a ser casi el 5% del producto interno bruto nacional. ¿Qué pasará ahora que los impulsos acabaron? ¿Hay una estrategia para suplirlos?

Entonces… ¿estamos en recesión? Depende de la definición que usemos; pero si no estamos en una, pronto lo estaremos. Un momento adecuado para administrar riesgos y ser cautelosos, pero también para estar atentos. Como decía John Templeton, uno de los inversionistas más exitosos de la historia: “El momento de máximo pesimismo es el mejor momento para comprar.” 

Ese momento se acerca.

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Contacto:

José Segarra Silva es Asesor independiente en inversiones y creación de negocios. CFA charterholder y miembro de CFA Society Mexico. José Segarra Silva, CFA, FRM

Twitter CFA Society Mexico: https://twitter.com/CFAMEXICO

https://www.cfasociety.org/mexico/es/Pages/default.aspx

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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