Con más de 30 años en la política italiana, Giorgia Meloni llega al poder italiano como la primera mujer en convertirse en primera ministra, pero también como el emblemático regreso de la ultraderecha que no gobernaba desde los tiempos de Benito Mussolini.

Cobijada por Fratelli d’Italia, prometió poner primero a los italianos, dejar de lado el sentido globalista y hacer grande a Italia otra vez (¿dónde hemos oído eso?).

La Meloni, como la llaman en Italia, inicia su gobierno en medio de muchas complejidades. Los efectos de la pandemia, el poco crecimiento económico, la crisis del gas natural y una recesión global que no cesa.

Sus vínculos políticos con Silvio Berlusconi y con Mateo Salvini preocupan, sobre todo por la estrecha relación que ellos han tenido con el presidente ruso y la postura que cada uno tuvo respecto a la migración, el empleo y la participación de Italia con la Unión Europea.

Sin embargo, la preocupación de los liderazgos de la Unión Europea respecto a la llegada de la ultraderecha al gobierno italiano refuerza la preocupación generada por la fuerza que esta ideología política tiene en Europa occidental, basta con ver el caso de Francia, Suecia, Polonia y Hungría donde pareciera que el peso de la historia se ha aligerado y poco a poco se abrazan las ideologías tóxicas que tanto daño hicieron a la humanidad.

Los discursos neo-populistas cargados de ultranacionalismo hacen que los nuevos personajes políticos se vean como cercanos a los más vulnerables y aparentemente empáticos con las causas justas; sin embargo, detrás de la retórica que se comparte desde las plazas públicas, los ultraconservadores tienen una agenda plagada de sesgos.

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El combate a la desigualdad y a la pobreza no debe comenzar por consignar la migración, eso ya pasó en la primera mitad del siglo XX y ya sabemos lo que pasó. Meloni, invoca el lema de Mussolini en su plataforma política: Dios-Patria-Familia pasando por alto los efectos que el fascismo dejó a su paso. 

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, en Italia se llevó a cabo el referéndum que permitiría a la población decidir el rumbo de una nueva nación, que resurgiría de los estragos causados por la ultraderecha y su radicalismo. ¿Monarquía o república? La gente escogió la República, gran herencia de la Revolución Francesa que acababa con los absolutismos y prometía igualdad, libertad y fraternidad. 

Desarrollar un plan de gobierno que regrese el esplendor económico en tiempos de recesión global es todo un reto, la nueva primera ministra italiana lo sabe, quizás por eso ha iniciado el diseño de programas asistencialistas que bajo un aparente esquema de Estado benefactor, generará dádivas y simulado bienestar, mientras que endurece su política migratoria, fortalece el proteccionismo y marca una agenda estricta e intolerante hacia temas sensibles para la población en materia de inclusión y diversidad.

El resurgimiento económico italiano depende más de la tecnologización y la educación que de la retórica y los radicalismos que hoy inundan su panorama político.

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