En un reciente documento de trabajo presentado por el MIT, John Van Reenen y sus coautores documentan una clara tendencia global hacia la caída de la participación de las rentas del trabajo en la renta total. Durante decenios, y como predecía el modelo económico más sencillo al respecto, el reparto de la renta entre capital y trabajo fue constante: en Estados Unidos, donde los datos históricos son más fiables, dos tercios de la renta fueron rentas del trabajo y un tercio de rentas del capital durante las cuatro décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En los últimos años, esta constancia se ha roto. Desde hace algo más de dos décadas, en todos los sectores de actividad y en la gran mayoría de los países occidentales, la participación de las rentas del trabajo en la renta nacional ha caído de manera significativa y constante. Dada la generalidad del resultado en todos los sectores, no parece que tenga relación directa ni con el comercio internacional ni con la robotización (ya que afectaría a unos sectores y no a otros), aunque sí puede ser una consecuencia indirecta de ello. Para saber por qué está obteniéndose este resultado, es útil entender tres importantes observaciones recientes muy relacionadas: Van Reenen y sus coautores muestran que, en casi todos los sectores de actividad, las grandes empresas representan una proporción creciente de las ventas. Es decir, en cada segmento (coches, computadoras, tiendas, banca) se produce una concentración creciente de la actividad, de manera que el gran “monstruo” (por ejemplo, Zara o Bimbo) acumula una proporción mayor que antes de las ventas totales. Por otro lado, como comenta Luis Garicano, este incremento de la concentración está relacionado con la caída de la renta del trabajo: cuanto mayor es el aumento de la concentración en un sector, mayor es la caída de la participación del factor trabajo en la renta global. Sin embargo, esto no parece deberse a incrementos de los salarios. Un reciente equipo de la OCDE, liderado por Chiara Criscuolo, muestra que, sector por sector, crece fuertemente la brecha de productividad entre las mejores empresas y las empresas con desempeño medio: las mejores están cada vez más distanciadas de sus perseguidoras. Por ejemplo, en la industria, los mejores tuvieron, entre 2000 y 2013, crecimientos anuales de productividad total de casi el 3%, mientras que los demás se quedaron en el 0.6%. En servicios, los mejores vieron su productividad crecer al 3.6%, pero el resto sólo alcanzó 0.4%. Este reparto del crecimiento de la productividad explica, en parte, el mal comportamiento reciente de la productividad en todo Occidente y la crisis en que nos hallamos sumidos. ¿Cómo explicamos estos datos? ¿Por qué sube la productividad de las mejores, ocurre la concentración de las ventas y cae la participación del factor trabajo? ¿No puede haber Pymes competitivas? Los tres fenómenos parecen estar relacionados y pueden reflejar un impacto indirecto, un cambio tecnológico en la producción: en muchos sectores industriales, las ventajas de ser grande y estar bien gestionado cada vez son mayores. Y son los grandes los que, dados los costes fijos existentes, tienen una menor proporción del factor trabajo en la renta. Estos cambios pueden, perfectamente, ser temporales: hay nuevas tecnologías; las empresas están aprendiendo a aprovecharlas y, poco a poco, aprenderán todas. Pero puede ser que se esté produciendo un cambio secular en los niveles de competencia en los mercados. En muchos de ellos hay economías de red, que suponen que cada consumidor quiere consumir el servicio con mayor número de consumidores. Si esto sucede, cabe esperar un crecimiento del poder de mercado de las grandes empresas, y una continuación de la caída de la participación de las rentas del trabajo en la renta global. Es necesario crear políticas públicas en apoyo a las Pymes para compensar estos efectos del mercado. Si no, la terrible desigualdad mundial y nacional no hará otra cosa que crecer. Y si hay algo que debemos por lo menos intentar que aumente es el fantasma de la inequidad empresarial. Ojalá nuestros políticos tengan más originalidad que los candidatos a gobernar el Estado de México para resolver estos problemas. ¿Será?   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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