“No somos castigados a causa de nuestros pecados, son ellos los que nos castigan”. Jennifer Donnely

El formar una empresa familiar puede convertirse en el paraíso: lograr la abundancia de lado de los que amamos haciendo algo en lo que creemos. ¿Qué puede ser mejor? Lamentablemente, pocos empresarios que lanzan un negocio familiar llegan ahí. Se estima que únicamente el 10% de los negocios familiares llegan a su tercera generación.

Así como los pecados que en vida cometemos nos niegan la entrada al paraíso, los pecados que realizan los empresarios (ya sea por acción o por omisión) evitarán que nuestras empresas lleguen al paraíso. ¿Y cómo se ven estos pecados? Sorpresivamente, muy parecidos a los que ya conocemos.

El primero y, quizás uno de los más obvios, es la avaricia. Hablar de avaricia en el contexto empresarial es complejo. Ningún empresario se encontraría en medio de problemas relacionados a fundar y mantener empresas si no hubiese un incentivo económico. Sin embargo, la búsqueda de la rentabilidad solo puede ser uno de los varios pilares de la empresa.

Elementos como los valores, el compromiso con la calidad y el servicio, así como la responsabilidad hacia los colaboradores y la comunidad deben complementar los cimientos de nuestros negocios. En el momento en que estos puntos se ignoran, se comprometen la integridad y la ética, y se arriesga la integridad de toda la empresa solo para incrementar ganancias. Es en ese momento cuando se peca avaricia.

Cuando el empresario mira con envidia “al negocio de al lado”, puede quebrantar los fundamentos de su empresa. Pero esto también puede ocurrir si existen resentimientos entre pares dentro del equipo. Quizás un par de primos o de hermanos compiten por quedarse con el liderazgo, o uno de ellos quisiera tener la posición que tiene el otro. La competencia sana es necesaria para el crecimiento de las empresas y las que laboran en ellas, pero tomar decisiones desde la envidia puede nublar el juicio y llevar al declive de los fundamentos mencionados.

Cosas similares suceden cuando la soberbia ataca al fundador de la empresa. Si este cree que nadie puede liderar la empresa más que él, hay un problema en su percepción. Pero es también posible que en cierta medida tenga razón y esto es alarmante. El pecado aquí es que el no delegar responsabilidades estanca a las empresas. Cuando digo que un líder tenga razón en que nadie puede hacer su trabajo, no quiero decir que nadie tenga las habilidades para hacerlo, sino que es posible que el conocimiento lo guarde para sí mismo y que nadie más tenga acceso a toda la información necesaria para manejar la empresa ni haya sido propiamente entrenada para hacerlo.

Se ha encontrado que en las empresas familiares el líder retiene su posición por hasta el triple de tiempo que un director general en una empresa pública. Esto significa que no solo el fundador se expone a un exceso de carga laboral, sino que priva a la empresa de la posibilidad de adoptar nuevos procesos y herramientas tecnológicas. Y, claro, si la única persona que puede manejar la empresa de un día para otro ya no puede, ¿qué sucedería entonces?

A veces la incapacidad de un líder para soltar puede venir no solo de la soberbia, sino de que la empresa forma una parte fundamental de su autoconcepto. Cuando la empresa define a la persona y a su proyecto de vida, se vuelve sumamente difícil soltarla. Esto es tanto en el largo plazo como en el corto. Se consumen horas de trabajo y se acaparan roles y tareas, a veces para justificar nuestra identidad como el gran empresario que hemos llegado a ser; la única persona que lamentablemente muchos dueños de negocios saben ser con el paso del tiempo.

Este consumo y acaparamiento es una forma de gula. Pero otra forma de este pecado puede ser tomar las ganancias y hacer un gasto excesivo de ellas. Como con la comida y el resto de placeres de la vida, la clave está en medirse. Cuando después de interminables jornadas y años de esfuerzo, el empresario ve los frutos de su trabajo, es merece un descanso, un premio. Nadie lo niega. Es importante, sin embargo, hay que saber premiar  responsablemente: no despilfarrar en grandes explosiones, sino nutrirnos de a poco a lo largo de todos nuestros días, metiendo momentos que se sientan como pequeños premios de manera recurrente. Esta es la medida sana en todos los sentidos.

Ya que hablamos de salud, hablemos de la pereza. Es obvio que el dueño de una empresa que no está dispuesto a trabajar y a perseverar no verá a su empresa triunfar. Pero me atrevo a agregar que un empresario que no está dispuesto a invertir tiempo y energía en su familia, en actividades recreativas y físicas, también peca de pereza. Esta falta de inversión no solo merma la salud física, sino también la mental y emocional, lo cual se refleja directamente en nuestra habilidad de liderar la empresa y en la forma en la que cualquier líder dirige a sus equipos de trabajo.

“Ninguna empresa, como ninguna persona, está completamente libre de pecado”.

Y, hablando de equipos, es importante que tomemos un momento para considerar aquellos pecados que los empresarios llegan a cometer hacia nuestros empleados. Trabajar con familiares puede devenir en privilegios, pero también estas relaciones pueden permitir que problemas personales surjan en el ámbito laboral. Un conflicto marital, resentimiento entre padres e hijos, conflictos entre hermanos… Estos son problemas comunes, pero no todos tienen la carga adicional de enfrentar a esa persona en casa y al día siguiente en la oficina. El manejo de estas relaciones amerita una discusión por sí sola, pero debo dejar en claro que la ira y cualquier emoción negativa que ocurra en la familia no puede entrar al ámbito laboral y viceversa. Si una familia no está lista para asumir lo complicado de la separación de roles que un negocio familiar implica, el fracaso es prácticamente seguro.

Y bueno, quizá está demás decir que la separación de lo profesional y lo personal debe practicarse con cualquier otro empleado, esté o no en familia. La frustración puede venir; los errores y malos momentos llegarán, sin duda, pero permitir que la frustración se convierta en ira, que a su vez se traduzca en falta de respeto hacia cualquier miembro de una empresa es una gran falta.

Pocas veces le damos la atención al ambiente laboral que este merece a pesar de que conocemos el costo de la rotación laboral. Además de la ira, la lujuria es otro pecado que puede afectar el ambiente de manera profunda. No hay una sola forma correcta de manejar relaciones interpersonales en una empresa, mucho menos en una familiar, pero permitir faltas de respeto y acoso sexual destruye por completo el ambiente laboral y es una falta directa a la integridad de quienes resultan víctimas. Es importante predicar con el ejemplo y establecer políticas rígidas al respecto.

Al final, es importante reconocer que ninguna empresa, como ninguna persona, está completamente “libre de pecado”. El verdadero pecado capital, en mi opinión, está en reconocer que pecamos y no hacer algo al respecto. El que llega al paraíso es aquel encuentra los errores y los corrige antes de que sea muy tarde.

Contacto:
Twitter: @mariorizofiscal

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

Sigue la información sobre los negocios y la actualidad en Forbes México

 

Siguientes artículos

Consumo responsable
Tendencias ESG desde Davos
Por

En 2024, la tendencia hacia la divulgación climática obligatoria seguirá cobrando fuerza. Es decir, las organizaciones a...