“Cuando se llega a cierto grado de miseria, lo invade a uno algo así como una indiferencia espectral”.

Los miserables de Víctor Hugo

Hay una mirada que va más allá y llega más lejos. Los conceptos mirar y ver pueden ser concebidos como sinónimos y eso no es una apreciación correcta; aunque apelen al mismo sentido, son muy diferentes. El ser humano ve porque no tiene otra opción: solo le basta abrir los ojos y lo hace porque se le ha dotado del sentido de la vista. Mirar implica una actividad diferente. Entre el ver y mirar existe la observación. Una persona ciega no puede ver, pero puede mirar. En otras palabras, el mirar es el ver con voluntad, es detenerse a contemplar y fijarse qué está pasando. Mirar a profundidad implica entendimiento. Es desatar amarres y trascender fronteras. Entender es abrir la capacidad de analizar y ver pros y contras en un asunto determinado.

Cuando era niña, viaje mucho en carretera. A mi padre le gustaba manejar y todo pretexto era bueno para tomar el volante e irnos rodando sobre la cinta asfáltica. Los recuerdos de esos años son preciosos y me son preciados. Siempre pedía sentarme junto a la ventanilla porque podía asomarme y ver profundo, lejos, admirar la inmensidad del campo. El paisaje urbano con los muros de la cotidianidad de la casa, las bardas de las calles, el obstáculo de los edificios obligaba a mirar cortito, ver a unos cuantos metros y ya. En cambio, con mi padre al volante, con la emoción de mi madre y mis hermanos, me sentía segura al mirar profundo. Cada que la memoria vuelve a ese punto, se dibuja una sonrisa que me llega de una oreja a la otra y alcanza el espacio en el que se encuentra mi alma. Alargar la visión siempre me ha parecido una maravillosa oportunidad que hace germinar posibilidades.

Por supuesto, me sorprendí mucho cuando mi hermana me contó que a ella sentía miedo cuando salíamos a carretera. ¿Por? Ella no recordaba los campos sembrados ni los colores de las flores silvestres del camino. Sus recuerdos la llevaban a una ocasión en la que pasamos por las barrancas de San Roberto en el estado de Tamaulipas. Yo también me acuerdo de ese viaje. Era una noche oscura sin luna, la carretera es muy angosta y muy poco transitada. Mi hermana cuenta que en el trayecto iba apretando los dientes todo el tiempo y sudando frío. Le asustaban las profundidades de esos desfiladeros, de esas tinieblas y le mortificaba que mi padre cabeceara y perdiera el control del auto. Yo tenía hundido ese recuerdo y cuando ella lo reavivó, un escalofrío recorrió el caminito que va desde el sacro hasta el cráneo.

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Claro, mirar profundo tiene sus requerimientos, de ello no hay duda. Si pongo la mente en el recuerdo de aquellos campos sembrados de trigo, de las montañas verdes, de los huertos de peras, naranjas, manzanas y de los animales pastando pacíficamente, es fácil y agradable mirar profundo. En contraste, si recuerdo las barrancas de la carretera de San Roberto, la cosa cambia. La profundidad toma otro cariz y el ombligo se retrotrae, se pega a la espalda, se quiere esconder. Mirar profundo implica poner atención y hacernos cargo de lo que podemos encontrar. No todo son oportunidades, también hay advertencias.

Mirar profundo implica poner atención. Claro, estamos acostumbrados a enfocarnos en lo que nos gusta, nos resulta agradable y jala nuestro interés. No es tan fácil permanecer atento cuando algo nos parece aburrido o nos abruma o nos asusta. El primer impulso nos lleva a voltearnos a otro lado. Para mirar a profundidad hace falta valor. Hay que atreverse, concentrarse y continuar atentos a pesar de las circunstancias.  Hoy, parece que eso es pedir demasiado. Vivimos en tiempos de mucha distracción. Puede que no estemos enfocados y que nuestra concentración sea tan frágil como la de un colibrí que vuela de un lado al otro, o bien, que nos aburramos con facilidad o que la repulsión nos lleve a orientarnos a otros temas.  

La mirada profunda es la que corresponde al entendimiento, a la percepción de la realidad que se tiene de uno mismo, de los demás y de su entorno. Ésta permite otorgar una visión que está ligada con la percepción de la realidad de cada uno, esta mirada depende de la capacidad y perspectiva de cada uno para razonar y examinar las situaciones y/o personas. Hay que tener en cuenta mirar a profundidad depende de la voluntad de hacerlo. De otro modo, nada más estaremos viendo. La mirada profunda ayuda a cada ser humano a querer mejorar en sus debilidades mediante el autoconocimiento, que los llevaría a fortalecer sus cualidades, y prosperar en las circunstancias de cada uno. Es el abono que requerimos para germinar en lo individual y en los proyectos. 

Florecer no es fácil y puede ser doloroso. Mirar profundo a veces puede parecer sencillo, como cuando miraba el campo desde la ventanilla del coche de mi papá o muy doloroso, como el recuerdo de mi hermana en la autopista de San Roberto. La mirada profunda y la proactividad trabajan en sincronía para alcanzar un mismo ideal. Se llega a la meta a partir de la autorreflexión que permite a cada uno contemplar la mejor versión de nosotros mismos. Es decir, se aprecian los claros y también los oscuros, lo próspero y lo adverso. Si no hay mirada profunda, no se sabrá en qué hay que sumar esfuerzos para ser proactivos. La clave para vencer el miedo de la mediocridad es tener una perspectiva más amplia de nuestro entorno. Es decir, tener una mirada profunda. Tal vez, por eso Víctor Hugo habló del espectro que se filtra en el ánimo y se vuelve indiferencia. Nadie ha dicho que mirar profundo fuera un sendero pavimentado y sin baches o un campo sembrado de flores silvestres de muchos colores. También hay acantilados y tinieblas. Para arrancar, hace falta valor.

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