Por: Mtro. Juan Carlos Zepeda

Desde la tradición filosófica grecorromana la palabra video, que entre los romanos simplemente significaba “ver”, ha tenido una importancia social relevante. En nuestros días podemos decir que las relaciones y nuestras interacciones con el resto del mundo es mucho -pero mucho- más visual, y la manera en que aprendemos, trabajamos, nos relacionamos e interactuamos cada día y en casi cada contexto es mediante la imagen, principalmente gracias a la presencia en todos los campos de nuestra vida de unos elementos que hasta hace unos 25 años solamente los encontrábamos en el cine y la televisión: las pantallas. 

Nos hemos orientado en los últimos años a hacer de las pantallas el punto de encuentro de la civilización. En el siglo XIX lo hacíamos en las novelas y los relatos; en el XX mediante el auge de las ciudades y el imperio de la televisión, pero ya en el siglo XXI el uso del internet y la ubicuidad de las pantallas están definiendo nuestras relaciones, trabajos, emociones y entretenimiento. 

A partir de la pandemia de Covid-19 se aceleró de manera significativa nuestra inmersión en las pantallas: ante la irrupción de las aplicaciones de video conferencias y otras plataformas para mantener reuniones a distancia, el mundo del trabajo se transformó a una velocidad inimaginable.

Un estudio publicado en medio de la pandemia por la Universidad Autónoma de Puebla refleja muy bien lo que en nuestro país pasó en este ámbito: 81% de la gente que laboraba en home office consideró que trabajaba más y no tenía descanso suficiente, y más del 85% de los encuestados consideró que desde el inicio de la contingencia tuvo que desarrollar habilidades digitales necesarias para trabajar a distancia que antes no tenía.

Y es justamente en el ocio y en el entretenimiento donde estos cambios pueden generar diversas afectaciones para las personas en todos los sectores: se han transformado de ser un aspecto secundario en la economía o la política, a estar presente como un elemento que define y orienta toda nuestra actividad. 

El empleo del tiempo libre. En los últimos años, las fronteras que delimitan el trabajo, la convivencia en familia o las relaciones personales se han ido borrando hasta el hecho de ser muy difícil determinar si estamos teniendo un momento de ‘tiempo libre’ o estamos haciendo otra cosa. Debido al celular o la computadora, podemos estar en varias actividades, y el peligro es no profundizar realmente en ninguna de ellas. 

La distracción. La curva de nuestra atención ha disminuido claramente gracias a los esfuerzos de las plataformas y redes sociales en competir por mantener nuestros ojos en una pantalla en una avalancha de contenidos inmediatos, divertidos y llamativos. Cada vez es más complicado enfocarnos, reflexionar y analizar. ¿Cómo se transformarán entonces los procesos educativos en los próximos años?  

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La evasión del aburrimiento. En las grandes urbes es fácil que nuestros ojos se encuentren con pantallas todo el tiempo. Publicidad, contenidos y anuncios de toda índole se nos presentan de manera permanente en prácticamente todo el espacio público: desde los autobuses hasta los letreros nos ofrecen la experiencia de fijar nuestra atención por unos segundos en lo que las marcas o los políticos quieren decirnos. Todo con tal de no “aburrirnos” y aprovechar los tiempos de una manera aparentemente entretenida, recibiendo información que no solicitamos y que a veces, no necesitamos en nuestras vidas. 

El grado de inmersión. La tecnología, la Inteligencia Artificial y el Metaverso avanzan a pasos agigantados y con su crecimiento, nuestra relación con las pantallas no hará sino incrementarse. Ante ello, vale la pena reflexionar en cómo cambiaremos en los próximos años y si nos adaptaremos con efectividad en un mundo hiperconectado, donde las pantallas serán tan vitales como los recursos naturales. 

Resulta por demás revelador y hasta contradictorio el llamado reciente que han hecho tecnólogos a frenar el desarrollo de la IA al considerarla una “amenaza para la humanidad”, donde se menciona el riesgo de desaparición de al menos 300 millones de empleos, aunado a los cambios nativos que pueden generar estas tecnologías en la sociedad en muy corto tiempo. 

El dictado del algoritmo. Desde la música que oímos en Spotify o los videos que nos aparecen en el feed de Tik Tok, las redes están plagadas de “nuestros gustos”, preferencias y costumbres, lo que solo reafirma lo que usualmente consumimos como contenido. Por lo tanto, somos más proclives a utilizar durante más tiempo las pantallas, ya que estamos en un espacio hecho a la medida, donde de alguna manera nos encontramos “seguros” y reafirmamos nuestras creencias y visión del mundo.

Incluso hoy es muy factible que estos famosos algoritmos puedan definir con mucho mayor seguridad que nosotros mismos si estamos con ansiedad, atravesando un periodo de duelo o si necesitamos un descanso en nuestro día, y a partir de ello, nos ofrezcan las soluciones para ello. 

Pero el gran problema es justo ese: este efecto que Eli Pariser denomina el “filtro burbuja”, que evita justamente que la persona reciba estímulos que le ayuden a pensar diferente, a discernir, a conformar un juicio crítico y pueda tener diferentes opiniones para moldear sus juicios y decisiones. 

La falta de diversidad y la polarización en la sociedad que promueven ciertos sistemas tecnológicos para su propio beneficio generan distorsiones de la realidad y evitan que podamos tomar mejores decisiones colectivas.

Las pantallas (de tu celular, tableta, computadora, televisor, auto o reloj, entre otras muchas) que hoy nos conectan con el mundo, paradójicamente están siendo las mismas responsables de aislarnos, de mantenernos en la burbuja y de hacernos creer que el “aburrimiento” es el enemigo, cuando en realidad éstas mismas podrían serlo en el largo plazo. 

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Contacto:

Mtro. Juan Carlos Zepeda, Socio Director de FWD Consultores. Consejero del Instituto de Reputación Digital

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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