Algunas de las ficciones más famosas de la historia tienen un tema en común: se tratan de conflictos entre familias. La Guerra de las Galaxias es la historia de Darth Vader, padre y a la vez enemigo Luke y Leia, rebeldes que pretenden destruir el Imperio. En El Padrino II, Michael Corleone asesina a su hermano menor cuando se entera de que este lo traicionó. En Juego de Tronos, Jon Snow termina su relación amorosa con Daenerys Targaryen cuando descubre que ella es su tía, destruyendo así la alianza más poderosa del mundo. En el Origen, película de Christopher Nolan, un grupo de mercenarios se infiltra en la mente del heredero de una corporación multimillonaria para convencerlo de clausurar la empresa de su padre, quien nunca lo trató con cariño. En Hamlet, el protagonista decide fingir que se ha vuelto loco como parte de una estrategia para desenmascarar a su tío, pues está convencido de que este asesinó a su padre para casarse con su madre. 

Que la familia sea parte importante de las historias que más nos apasionan no es coincidencia: los lazos familiares son fuertes en cualquier dirección: así como nos unen, también pueden destruirnos. Esto también sucede en las empresas familiares. Además de lidiar con las presiones del mercado, las empresas familiares deben superar los conflictos que se dan entre los miembros de la familia empresaria, algunos tan poderosos que terminan deshaciendo a la empresa familiar. Mucho se habla que no hay que llevar los problemas personales al negocio, pero ¿qué hacemos entonces con ellos? Muy sencillo: llevarlos a terapia. 

3 argumentos de peso para ir a terapia

A mi generación nunca le gustó ir a terapia. Algunos piensan que es de mal gusto ventilar los problemas de la familia, otros piensan que lo único que hace el terapeuta es culpar a los padres por las falencias de los hijos. La realidad, afortunadamente, es otra: la terapia es un espacio seguro, donde no nos hacemos daño ni le hacemos daño a nuestros seres queridos, donde podemos desahogarnos y trabajar los problemas emocionales que no permiten que nos relacionemos saludablemente con los demás. Es un espacio para la reflexión, para el autoconocimiento y el autocuidado. Es una forma de dar mantenimiento a nuestra mente, de la misma forma en la que fortalecemos nuestro cuerpo al ir al gimnasio y al alimentarnos sanamente. ¿Quién se sentiría avergonzado de ir al nutriólogo?

Ir a terapia también es una cuestión de valentía: no es fácil aprender a ser vulnerables y mostrarnos como somos, incluso nuestras partes más sensibles. Pero hay razones de peso (no solo personales sino empresariales) para intentarlo, y aquí me gustaría ahondar en tres que me parecen prioritarias.

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Porque no podemos ser expertos en todo: Así como nadie es experto en todas las áreas de la empresa (para eso contratamos personal calificado), es normal y válido no ser expertos en lidiar con problemas emocionales. Sin la guía de un experto, la curva de aprendizaje es demasiado larga y solitaria. En cambio, trabajar los problemas emocionales con el apoyo de un especialista cambia el panorama. Recordemos que un buen terapeuta nunca nos dice qué hacer, sino que nos guía, nos da las herramientas para que podamos valernos por nosotros mismos. Además, apoyarnos de un tercero que no tiene conflictos de interés, que no tiene partido en los problemas que estamos viviendo, permite recibir un punto de vista más confiable y objetivo.

Porque necesitamos resolver los pleitos y rencores antes de que sea tarde: En mi experiencia, los conflictos entre familiares no se hacen en la empresa familiar, sino que existen desde mucho antes. Los clásicos conflictos entre hermanos, por ejemplo, se arrastran desde la infancia, y si estos crecen, transforman en enemigos a quienes deberían ser aliados. Imagínense a Caín y Abel utilizando su posición en la empresa para sabotearse mutuamente. Una riña mayúscula entre familiares puede acabar con la empresa mucho más rápido que una recesión. “Cuando las discusiones que debieran haberse solventado en la mesa del comedor llegan al consejo de administración, el camino hacia la ruina está servido”, asegura la consultora norteamericana Florence W. Kaslow.  

Porque las habilidades blandas son más importantes que las duras: Una familia enfrentada no puede trabajar en equipo, no se comunica bien y no sabe estar en desacuerdo sin pelearse. No sabe compartir en los tiempos de bonanza ni colaborar en los tiempos de escasez. Las habilidades blandas rara vez se enseñan en la escuela y, otras veces, tampoco en la familia. Aprender a gestionar las emociones también es una habilidad ejecutiva, por lo que puede ser aprendida. Dejar los problemas de casa en la casa se dice fácil: el qué es obvio; el cómo, en cambio, es un tanto más difícil de hacer.

¿Te hacen sentido estos argumentos? Recordemos que vivimos en una época donde la salud mental es uno de los activos más preciados, y la familia empresaria necesita invertir en ella, especialmente cuando tiene que hacerle frente a las grandes responsabilidades que la ponen a prueba. Además, la salud mental es una prioridad para toda cultura empresarial y laboral: podemos encontrar varios estudios, con datos como los que nos comparte Yahoo Finance en este artículo, que hablan de que los millennials prefieren renunciar a su trabajo antes que sacrificar su salud mental. En suma, en pleno 2022 ya no debería haber un tabú relacionado a la salud mental y a la terapia. Pedir la ayuda de un profesional en la materia debería ser tan natural como contratar a un auditor externo, un financiero, un experto en ventas o un despacho de abogados. 

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