El uso electoral de la influencia es tradicional en la política. A fin de probar su calidad moral, afectos, empatías y bondades desde hace mucho tiempo se recurre a las celebridades para generar arrastre en las masas. Ya sea por contrato, pactos, alianzas o simulación una foto, un testimonial, una entrevista y hasta una boda con el personaje de moda representa potencialmente votos.

  • La comunicación política digital. Se puede decir que el Covid-19 limitó la capacidad de los partidos para movilizar a sus bases de apoyo y estar en contacto con los electores, pero la verdad es que propuestas, debates y eventos de campaña se reducen a contenidos secundarios para apuntalar tendencias.

La propaganda y los medios de publicidad electoral más efectivos son aquellos vinculados a las redes sociales. Los segmentos mayoritarios de la población y del padrón electoral se concentran en los rangos de edad que más usan redes sociales, los que consumen, opinan, comentan, replican, siguen, perciben, se informan y se forman en ellas.

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Hasta en las poblaciones rurales y más recónditas, acceder a los electores es mucho más sencillo y efectivo recurriendo a los medios digitales y -por supuesto- las audiencias de estos medios son mucho más sensibles y receptivas a los mensajes y opiniones de las personalidades que siguen.

Por si fuera poco, las nuevas herramientas y tecnologías de la información hoy nos permiten acceder a modelos de persuasión tan efectivos que incluso pueden pasar desapercibidos por los electores, hacer política sin hacer campaña. Emociones, gustos, preferencias, simpatías y opiniones se pueden moldear subrepticiamente a base de bots, memes, frecuencias y suscriptores.

Por ejemplo, con los modelos de inteligencia artificial resulta muy sencillo micro-segmentar y aún los influencers con audiencias pequeñas son rentables porque se pueden sumar sectores de pequeña escala a movimientos, narrativas, contenidos y descripciones sin orientación electoral o política que vayan sembrando actitudes, datos y detalles considerados útiles o claves a la hora de votar. 

  • Nuevos epicentros de la política. La personalidad, carácter y liderazgo, están borrados desde hace rato; la gente se cansó de las mentiras, los discursos insulsos, no quiere saber de políticos ni de sus partidos. Actualmente, son lXs influencers quienes poseen la capacidad de mover, motivar, concientizar, provocar e incidir en el pensamiento y la moral de sus seguidores.

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Los partidos políticos son marcas desgastadas, acarrean peso negativo, arrastran todo el rechazo y el desprestigio, están ligados a las malas experiencias, no pueden desligarse de sus figuras y nombres ingratos; cargan con los resentimientos y las promesas incumplidas.

LXs influencers no tienen que lidiar con esas objeciones, sus devotos lXs consideran personajes auténticos, legítimos, ordinarios, incapaces de someterse ni venderse a una organización política y que ejercen su derecho de opinión de manera libre e independiente.

Las virtudes más estratégicas de un líder político se focalizan ahora en estos caracteres que pueden usufructuar la credibilidad, emotividad y certidumbre y que -obviamente- pueden ser comercializadas.     

  • Un influencer es una vía corta de decisión. El carisma rinde las resistencias, envuelve, seduce y permite gozar de la confianza de lXs admiradorXs; para estXs ultimXs seguir a un influencer representa sumarse a la inercia, la tendencia mayoritaria y estar del lado correcto de las posturas políticas.

Algunos seguidores ven a sus influencers como señales de referencia; sus comentarios ofrecen la claridad y evitan las complejidades para ejercer el sufragio. Consideran que seguramente están mejor informados y si se inclinan por algo o por alguien es porque ahí están la certeza y la verdad.

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  • La obsesión por gustar, ser aceptado y formar parte de algo más grande mueve y conmueve. Cuando la cultura cívica no da para la reflexión ni el debate, votar es simplemente ir con la ola, rendirse a la “orientación abreviada” y dejar que una decisión individual se convierta en un acto de agregación a la comodidad grupal, sin complicaciones y con la posibilidad de obtener likes, el reconocimiento o pulgares arriba.

Los seres digitales no se diferencian mucho de sus antecesores primitivos, buscan la protección de la tribu, el ponerse en movimiento al cobijo de la masa, prefieren el sentido de pertenencia antes de revisar, informarse, comparar o decidir por si mismos.

En el espíritu del bien común y la democracia el sufragio es un acto solidario, altruista, social, masivo, cuantitativo, mayoritario, emocional que debe ser guiado por quienes nos ilustren con su sabiduría. Si logramos extender la aceptación de esa definición no hacen falta ni partidos ni candidatos.

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  • El control de lo viral. Credibilidad, confianza, admiración, fama, respeto, aceptación, los modelos a seguir se desplazaron a las esferas de lo virtual. Los sectores mayoritarios del electorado prefieren los chistes, los bailes, alguna ocurrencia, un meme o algún atajo simplista para formar su criterio y orientar sus preferencias políticas.

Mientras la cercanía de un influencer se mantenga en campaña, su capacidad de movilización y atracción alcanzan para hacerla entretenida, mantener la audiencia; tapar la incompetencia, precisar sus declaraciones, legitimar propuestas, defenderlo de sus rivales y desviar la atención de las carencias de un candidato.

Hoy en día, para los políticos resulta una pesadilla enfrentarse con influencers de alto impacto, llevan las de perder por el contagio de una percepción digital negativa.

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