En estos últimos meses he venido explicando en este espacio como la banca comercial tradicional necesita obligatoriamente reinventarse. Son tres los factores básicos que explicarían esta necesidad perentoria. En primer lugar, la existencia de bajísimos tipos de interés globales. Unos tipos tan reducidos que en algunos casos y contraviniendo la lógica económica tradicional son incluso negativos, lo que lleva a situaciones tan aparentemente ilógicas como que la deuda pública de cada vez más países y con vencimientos cada vez más lejanos en el tiempo se emitan con tipos negativos o lo que es lo mismo los inversores pagarán porque Estados muy endeudados acepten tomar su dinero a cambio de la adquisición de títulos de deuda. En este momento nada hace pensar que esta situación cambiará a corto plazo y ello entre muchas otras consecuencias supone que la banca operará con unas márgenes de intermediación mucho más bajos de lo que lo hacía hace un par de décadas.

En segundo lugar, estaría la irrupción en los mercados financieros de números competidores como sería el caso de las fintechs u otro tipo de compañías que aprovechando su posicionamiento en el mercado arrebatan a los bancos proveedores de servicios financieros universales aquellas partes más rentables de lo que venía siendo su negocio tradicional. Es el caso de las transferencias internacionales o la compraventa de divisas en donde se puede ver como continuamente entran en el mercado nuevas empresas oferentes de estos servicios a precios cada vez menores y con una agilidad en la ejecución de transacciones muy superior a la que venían ofreciendo los bancos comerciales.

Estos nuevos oferentes de servicios financieros centran sus esfuerzos en que la experiencia del cliente sea excelente y para ello se apoyan en las últimas tecnologías y en que los costes que repercuten por sus servicios sean muy reducidos. Estas nuevas empresas tienen muy poco personal y su infraestructura física en comparación con la de la banca comercial tradicional es mínima. Cuentan, por tanto, con una estructura de costes que podríamos catalogar como ridícula en comparación a la de la banca convencional y ellos les permite ser muy agresivos en su política de precios.

El tercer factor básico que explicaría esta necesidad de reinvención de la banca tiene que ver con la digitalización y con la diferente aproximación al uso de servicios financieros que tienen las nuevas generaciones. Los jóvenes viven completamente enganchados al iphone y su vida está de una u otra manera conectada con ese dispositivo y, por tanto, no entienden que para poder acceder a determinados servicios financieros sea necesario acudir a oficinas bancarias físicas con la pérdida de tiempo que ello les supone. 

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Por estos y otros factores la banca tradicional tiene que hacer un enorme esfuerzo por reinventarse y adaptarse a las condiciones actuales del mercado si quiere seguir existiendo en las próximas décadas. Uno de los puntos en los que debe incidir especialmente es en el de la reducción de costes y es que como he comentado en los puntos anteriores una de las grandes ventajas que tienen sus nuevos competidores es que cuentan con una estructura de costes mucho más reducida. Los bancos, por el contrario, son estructuras pesadas y con unos costes fijos elevados que de alguna u otra forma deben repercutir a sus clientes.

Una de las medidas que podrían adoptar para reducir estos costes sería la de compartir servicios. Esto es algo que hace unos años sería imposible de plantear pero que en un contexto como el actual tendría todo el sentido. ¿Por qué dos o tres bancos no pueden compartir, por ejemplo, sus servicios de compraventa de divisas? Cada banco mantendría su propia y diferenciada identidad pero algunos de sus servicios serían compartidos con otras entidades lo que supondría una forma de reducir costes. El operar con mayores volúmenes daría aún más margen de negociación a estas sociedades conjuntas al mismo tiempo que podrían operar con plantillas más ajustadas y con una inversión en tecnología menor al ser esta compartida.

Puede parecer que esta idea carezca de lógica pero si nos ponemos a pensar vemos que esto mismo ocurre en muchos sectores industriales. Es el caso, por ejemplo, de los fabricantes de automóviles o de computadoras que comparten varios proveedores y, sin embargo, al final sus productos tienen una completa diferenciación de marca. Lo mismo podrían hacer los bancos.

Si a este compartir servicios le unimos la posibilidad de deslocalizarlos en geografías donde sea más eficiente producirlos el ahorro de costes sería aún mayor. Esto mismo es lo que hacen la gran mayoría de las empresas industriales con sus cadenas de producción globales. ¿Por qué no lo podrían hacer los bancos?

Podemos pensar que el compartir servicios supone también compartir información y que eso al final supondría abrir una puerta a la pérdida de clientes. Ello podría llegar a suceder si el proveedor de servicios compartidos fuera una empresa totalmente controlada por uno de los bancos embarcados en el proyecto. Sin embargo, si el proveedor de estos servicios conjuntos fuera un tercero sin vínculos de control por parte de ninguno de sus clientes este escollo podría quedar solucionado. Igualmente, este tercero podría ser una sociedad creada a partes iguales por los bancos participantes pero con un estatuto de absoluta independencia frente a estos. Este proveedor de servicios compartidos podría ser incluso alguna de las fintech que están apareciendo en el mercado y que podrían firmar un acuerdo de exclusividad para ofrecer sus servicios a dos, tres o cuatro bancos o incluso estos bancos podrían ser uno más de sus muchos clientes.

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