Por Luis Gerardo García

Si bien estamos lejos de las enormes salas de procesamiento donde una sola computadora requería un edificio completo y la ejecución de cálculos se extendía por jornadas que duraban horas o incluso días, tampoco hemos llegado a esos oníricos escenarios de futuro que predecía la ciencia ficción. Sin embargo, a veces soslayamos la importancia del cómputo en nuestras vidas, como si no tuviéramos un pequeño ordenador en el bolsillo, la muñeca o la mochila.

Incluso cuando la estadística auguraba un destino pesimista para el cómputo personal, la industria dio un volantazo: mientras que a finales de 2019 se estimaba una caída del 2.6% anual en la venta de PCs, las cifras del 2021 reflejan un comportamiento mucho más positivo al registrar las ventas más altas del segmento desde 2012.

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La cuestión es que el cómputo actual va mucho más allá de la dicotomía de portátil o escritorio, hablamos de una era donde los datos y la digitalización van más allá del usuario personal. En un mundo donde 44% de los negocios planean arrancar o consolidar proyectos de automatización en los próximos tres años, el cómputo cobra un valor mucho más relevante.

Tras la pandemia, tanto personas como empresas vieron en la palabra “resiliencia” un concepto crítico, un parámetro de supervivencia y recuperación ante tiempos de crisis. Este término proviene de la jerga informática, refiriendo a la capacidad de los sistemas, pero de cara a una realidad desafiante se hizo camino al universo de lo social; en una etapa de reconstrucción, reinvención y crecimiento, nosotros vemos en “adaptabilidad” la palabra clave por excelencia.

Y es que es justo en esa capacidad de flexibilizar y adecuarse, de afrontar los retos de forma estratégica, en que vemos características muy humanas. Una transición inversa, donde la tecnología necesita ser tan versátil como las personas.

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Es ahí donde la promesa del cómputo adaptativo tiene cabida, donde la innovación y la adaptabilidad marcan la pauta del futuro. El cómputo cuadrado y estricto del pasado quedó atrás, sin embargo, hoy vemos las especificaciones, poder y experiencia inmersos en diferentes aspectos de nuestras vidas: desde el smartphone en nuestras manos hasta las terminales de pago en la cafetería, pasando por los grandes centros de datos que habilitan el streaming en el que reproduces tu serie favorita.

Durante el último año, cada minuto en internet se enviaron 90,100 millones de mensajes de texto, se mandaron 197,600 millones de correos electrónicos, se descargaron arriba de 414,764 millones de aplicaciones móviles y se subieron más de 500 horas de contenido en video. Naturalmente, eso produce grandes volúmenes de información, al grado que se estima que al cierre del 2022 el tráfico de datos alcanzará los 97 zettabytes, es decir, 1,392% más de lo que se producía 10 años atrás.

Es en este panorama donde observamos un auge no solo de dispositivos, sino de infraestructuras y plataformas digitales diseñados para generar, almacenar, intercambiar y procesar complejos universos de datos. La raíz misma del cómputo, aplicada, adaptada a diferentes modalidades y propósitos. Y, para impulsar estos sistemas, los semiconductores se convierten en el motor de un nuevo paradigma y en jugadores claves de la economía.

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El boom de la economía de datos requiere un gran poder de procesamiento, tanto operativo como gráfico, para generar, transmitir y analizar dicha información; con una amplia variedad de dispositivos, aplicaciones y entornos virtualizados, nos encontramos en la era dorada de los semiconductores: más pequeños, más poderosos e inteligentes cada día. Esto ha ampliado la gama de soluciones en que estos componentes se integran, incrementando también la demanda de servidores, cómputo personal y arquitecturas virtualizadas.

Están en los sensores inteligentes de las fábricas, las consolas de videojuegos, las bandas que miden las calorías que quemas cuando haces ejercicio, en los servidores que hospedan las aplicaciones en que navegamos, en las cámaras de seguridad que monitorean parques y calles.

Por rebuscado que suene, la pregunta no radica en ¿qué podemos hacer por el cómputo?, sino en lo que el cómputo puede hacer por las personas. Y ha demostrado que, con un liderazgo innovador y una estrategia clara, aún tiene un inmenso potencial para seguir creciendo y generar nuevas experiencias para todos: en la nube, en la PC, en el gaming. El cómputo no ha muerto, se ha diversificado.

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Contacto:

Luis Gerardo García, General Manager de AMD para México, Centroamérica y el Caribe*

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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