Maripina, como llaman a María Josefina Menéndez, CEO de Save the Children México, hace algunos meses hizo un viaje a Tijuana con el objetivo de inaugurar un consultorio médico. Este proyecto, recuerda, fue posible gracias al financiamiento que se recibió por parte de la embajada de Japón.

“Construimos el consultorio en medio de dos albergues de migrantes […] La condición migratoria en el país es brutal. Llegamos a los dos albergues, yo creo que [son] los más grandes de Tijuana… Todo el camino es un espanto, miles y miles de migrantes caminando, sin acceso a los albergues, que tienen que hacer lista de espera […] Las familias que lo logran, porque tienen la esperanza de algo, de salir, ceden el camastro y entran las siguientes familias”, dice Maripina, en entrevista para Forbes México, desde la oficina sede en la Ciudad de México.

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Ella platica que, de las aproximadamente 2,500 personas que se encuentran en uno de los albergues, hay unos 580 niños. En otro, se calcula que habrá como 200. “El mundo es gris; entras a un mundo gris”. Sin embargo, describe, dentro de uno de los albergues existe un centro de lactancia, que fue creado por la asociación que ella preside: “Está lleno de color, de luz; es algo fuertísimo. Por lo menos algo de luz hay ahí”. Más al fondo, describe, se podía observar una fila de niños: eran como 80. Esos niños son atendidos por un equipo promotor. Algunos promueven la lactancia materna entre las mujeres migrantes, y otros atienden a grupos de 18 niños, cupo máximo de aquel lugar, para realizar actividades que forman parte del programa de sanación a través del arte. 

“Un día, se acerca una niñita, Ana, con el cuaderno que les damos. Entonces voltea y me dice: ‘Oye, ¿tú eres la jefa de esto?’ Y le digo: ‘No, es el pastor’ [líderes de diversas órdenes religiosas como católicos, cristianos, testigos de Jehová, entre otros, suelen atender los albergues], pero finalmente le dije que sí. Y le pregunté: ‘¿Tienes una queja? Ana me dijo: ‘Sí’. Entonces me agaché para escucharla mejor: ‘Es que sólo están viniendo cinco días a la semana, y sólo cabemos 18. A mí me toca una vez cada dos semanas, y yo quiero que abras más esto. A mí me toca el martes que viene, y a lo mejor ya no voy a estar aquí’”. 

Cuenta Maripina que es muy duro observar a niños como Ana, que han tenido que atravesar todo el país, y que seguramente han vivido y visto cosas que ningún niño tendría que ver. De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Migración, durante 2022, hasta el mes de octubre, se identificaron 31,907 personas migrantes irregulares. Durante el mismo periodo, pero del año 2021, fueron 25,155 personas. Y entre enero y agosto del año pasado se contabilizaron 1 millón 436,387 ingresos terrestres. 

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Foto: @ Francisco Vega / Getty Images

Escuchar desde el silencio

“Yo creo que fui una niña muy privilegiada. En la prehistoria”, dice entre risas, “vivíamos en el Centro Histórico, en la calle de 5 de Febrero. Mi primera escuela estaba en la calle de Mesones. Vivir en el Centro en aquel entonces tenía cosas muy hermosas; también tenía sus cosas feas en el contexto de pobreza. Yo te diría que tuve el privilegio de estar en un lugar que tenía un peso histórico muy importante en el país, que estaba lleno de ruidos… pero de ruidos mágicos” 

A Maripina se le iluminan los ojos cuando recuerda los pregones de los vendedores de tamales, empanadas y camotes; los festejos de Semana Santa en la calle 20 de Noviembre, la visita de las Siete Casas, cuando iba al Zócalo a ver la ceremonia de Independencia, cuando compraba dulces, jugaba en las calles, veía los desfiles de los presidentes de la República y cuando vio al presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy: “Fue un fenómeno cuando llegó a México”, dice, refiriéndose a aquella visita de 1962. 

Sus padres eran españoles. Su padre, a los 16 años, perdió el oído en la Guerra Civil. Su abuela materna (quien también vivía con ellos), de joven, perdió un bebé, lo que también le originó una profunda sordera: “Fue un aprendizaje de vida. Aprendimos a hablar fuerte. Mi papá alcanzó, en los últimos años de su vida, a leer los labios; tardó mucho. Desarrollamos [sus dos hermanos y ella] un poco el lenguaje de señas, pero mi abuela no. Ella pudo usar aparato”. 

Sus padres tenían una panadería en el Centro. Maripina recuerda que, cuando cerraban en la noche, su padre sacaba unas canastas enormes del pan que no se había vendido. Su mamá preparaba atole y recibían a decenas de personas de escasos recursos. “Si tú me preguntas sobre la primera relación que tuve con la compasión, con la bondad, ésa vino de mis padres […] Para mi papá era muy importante su vida en la panadería; sentarse, vernos, y tratar de oírnos, ver lo que hacíamos. Era muy conmovedor […] Desarrolló ese instinto de escucharnos desde el silencio”. 

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Maripina estudió Sociología en la Universidad Iberoamericana. Ella confiesa que le hubiera gustado inscribirse en la UNAM, como uno de sus hermanos. No obstante, explica, aprovechó al máximo la oportunidad. Además, cuenta que, en aquellos años, entre 1976 y 1979, la UNAM vivió una severa crisis que resultó en la salida de grandes intelectuales y científicos, a quienes la Ibero abrió sus puertas: “Eso me toca a mí; se me hace espectacular […] Veías a los grandes teóricos en los pasillos de las bibliotecas y las librerías… y eran tus maestros”. 

Comenzó su carrera laboral como consultora en temas relacionados con desarrollo urbano y vivienda (una de las áreas en las que se especializó mientras estaba en la universidad, además de educación). “Me explotaban. Trabajaba horas y horas y me pagaban poco; había acosadores […] Yo era muy joven”. Recuerda que, cuando tenía aproximadamente 21 años, comenzó a trabajar en un proyecto político que consistió en desarrollar planes parciales de desarrollo para las zonas de Pedregales y Culhuacán, en la Ciudad de México. Esto, con el objetivo de contribuir a mejorar la infraestructura y el equipamiento de aquellas zonas.  También se desarrolló en la Secretaría de Asentamientos Humanos y Obras Públicas, bajo la dirección de Pedro Ramírez Vázquez: “Tuve muchas oportunidades de establecer un diálogo con los grandes. Ése es otro privilegio que hoy no se tiene. Hoy no sé dónde están los grandes”. 

Maripina también trabajó para Banobras y para el Fideicomiso Fondo de Habitaciones Populares: “Ahí desarrollamos el tema de estudios socioeconómicos para conjuntos habitacionales. Recorrí el país, formamos comités para los conjuntos, recopilamos información sobre si las viviendas tenían fallas o no, y para establecer acuerdos con las constructoras. Honestamente fue un trabajo intenso y muy bonito, hasta que llegaron los sismos de 1985”. 

En aquel evento, recuerda, tenía 28 años. La unidad Nonoalco Tlatelolco dependía de Banobras y del Fondo de Habitaciones Populares. Se vinieron abajo dos de los tres módulos del edificio Nuevo León. “Mi jefe me envió con una brigada. Cuando llegué, se cayeron los módulos 2 y 3 frente a mis ojos. Era un trabajo que originalmente era para atender a los damnificados, darles alimentos. Pero terminé coordinando la emergencia en Nonoalco Tlatelolco. Durante tres meses, la crisis institucional fue muy fuerte […] Para mí fue una experiencia brutal”. Este periodo fue de grandes lecciones para ella. Pudo conocer, de primera mano, acciones heroicas de muchas personas, pero también la oscuridad de otras tantas. 

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Foto: @ Carlos A. Moreno / Anadolu Agency via Getty Images

Al cabo de un par de años, la Unicef en México comenzó a buscar a un especialista en temas de reubicación de damnificados y desarrollo urbano: “La verdad es que fue una oportunidad extraordinaria para mí”. Por supuesto, Maripina ocupó esta posición. Parte de sus actividades era llevar a cabo las reubicaciones de algunas familias, detectar fallas arquitectónicas y revisar lo relacionado con desplomes. “Entonces, empezamos a desarrollar una estrategia de planeación urbana y construcción de vivienda con un enfoque donde la niñez era lo más importante”. Algunas de las viviendas que se construyeron a raíz de este proyecto estaban en el Centro Histórico. 

Después, Maripina fue contratada por la Fundación para el Apoyo a la Comunidad (FAC), que en aquel momento dirigía el sacerdote Enrique González Torres (años más tarde, sería rector de la Ibero). Para esta fundación, Maripina también planteó diversas acciones de desarrollo y mejora del espacio urbano. Además, comenzó a realizar las evaluaciones de un programa que consistía en que el gobierno mexicano, para los procesos de reconstrucción, dedujera deuda externa y aportara recursos a la rehabilitación de vivienda, mejoras y trabajo en el desarrollo comunitario. “Se daban esos recursos a las organizaciones, y me contrataban para hacer la evaluación con el gobierno mexicano y con la organización de la Arquidiócesis de México”. 

Una de las instituciones evaluadas por Maripina fue la Fundación de Apoyo Infantil, filial, en aquel momento, de Save the Children. Esta organización, un par de años después, sufrió intensos cambios y abrió la oportunidad de dirigir una de las regiones de esta organización (se dividía en cinco). “A mí me contratan para dirigir la región de la Ciudad de México […] Cuando entré, había nueve centros de desarrollo infantil que atendían a niños en horarios prolongados; sin apoyo de la SEP, ni apoyo de nadie […] Ahí desarrollamos una alternativa para apoyarlos económicamente, y fortalecer su condición profesional y académica”. Posteriormente, le ofrecieron coordinar las cinco regiones de la fundación. Su meta era reordenar, reorganizar y mejorarla. Durante esos tiempos, comienzan a darse algunos cambios a nivel internacional y se toma la decisión de ya no ser una filial, sino ser Save the Children México. Eso fue hace 28 años. 

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Encuentro con el presidente

Maripina comenta que ha tenido dos reuniones con el presidente Andrés Manuel López Obrador. Una fue cuando él era candidato: “Le pedimos a todos los candidatos que firmaran el documento ‘Alianza México’. Éramos cinco o seis organizaciones, y le hicimos una propuesta […] Eran nueve puntos que abarcaban desde el hecho de ofrecer condiciones para la política migratoria o fortalecer las procuradurías para atención de niños y niñas, hasta campañas permanentes con familias y docentes”. Otros temas fundamentales que se trataron fueron el embarazo infantil, la falta de atención médica adecuada y muchos otros. “La verdad es que fue una reunión extraordinaria. Nosotros tuvimos como una hora y cuarto de conversación con él. Le dijimos que él podía ser el presidente de la infancia, el presidente de la niñez, de las mujeres; se lo dijimos. Y bueno, al entrar al gobierno, cuatro meses después, una de las primeras políticas fue la desaparición de las estancias infantiles…” 

Save the children en la actualidad

La organización, hoy, tiene en sus filas 490 personas, y alcanzan un presupuesto cercano a 300 millones de pesos, con lo que beneficia a 390,000 niños a través de diversos programas. 

Durante el año 2021, la organización tuvo presencia en 20 estados de la República, con acciones a favor del aprendizaje, la salud comunitaria, la migración y la protección y respuesta humanitaria por Covid-19, entre otras. Se impactó de manera positiva a 483,559 personas, se mejoró la infraestructura de escuelas, se capacitó a educadoras, se entregaron kits educativos para proyectos de robótica. También se capacitó a miles de jóvenes en habilidades para la vida y la empleabilidad, y en educación financiera y emprendimiento, entre muchas otras acciones. 

“Cuando voy a los estados y veo a esos trabajadores de Save the Children o de los DIF estatales, veo que no todo es burocracia. Hay gente muriéndose en la raya; jóvenes, trabajadores sociales, doctores a quienes les pagan una miseria y que están atendiendo niños […] Es una generación de jóvenes de 30, 40 años que están salvando al país. Debemos tener esperanza. Y eso es lo que toca”, dice.

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