Por Daniela Ortega Sosa*

Resulta por demás natural que, al tomar la decisión de iniciar una nueva familia, se establezcan los valores y principios intrínsecos que regirán su existencia, más allá de lo establecido en la ley o definido por nuestras creencias. Estos valores y principios son los que nos dan un sentido de unidad y permanencia dentro de este núcleo social; que nos orientan en nuestras decisiones diarias y que nos caracterizan como grupo; con independencia de que se tengan o no por escrito.

De la misma manera, en el caso de la empresa, resulta indispensable definir las reglas y comportamientos que deben regir el actuar de los empleados y directivos de la empresa, sin importar el número que la conforme. Por lo general, estas reglas y comportamientos se recopilan en un código de ética o conducta que sirve como documento rector del comportamiento esperado por parte de los empleados y directivos en sus relaciones internas y con el exterior y articula la misión y visión de la empresa, así como sus valores y principios.

De ética empresarial a solvencia organizacional

Indudablemente, hay empresas que por regulación y/o práctica de mercado (por ejemplo, por cotizar en bolsa) requieren contar con un código de conducta.  Sin embargo, sostengo que aún en supuestos en los que éste no sea requerido, existen claros beneficios para las empresas que deciden adoptar uno.

Estos beneficios incluyen:

• Comunicar a los empleados cómo se espera que actúen; es decir, cuales son los comportamientos deseados en el ambiente de trabajo, así como cuáles no son tolerados. Asimismo, les otorga un punto de referencia o marco contra el cual evaluar el desempeño individual en el ámbito conductual. • Empoderar a los empleados para manejar dilemas de ética, proporcionándoles guía y herramientas para facilitar la toma de decisiones y proporcionándoles canales de comunicación para disipar y aclarar dudas. • Promover el comportamiento ético dentro de la empresa, apoyando la creación de la cultura organizacional de la misma y fortaleciendo, en este sentido, la reputación de la empresa, al distinguirla como una compañía confiable. • Ayudar a prevenir violaciones inadvertidas de ética por parte de los empleados, al definir estándares y expectativas que orientan y sensibilizan a los empleados de cómo actuar en situaciones no tan obvias o claras o, en su caso, a quién contactar. • Proporcionar guía de cómo enfrentar potenciales violaciones de ética, en caso de materializarse, incluyendo las posibles consecuencias para los empleados que hayan incurrido en las mismas. • Constituye una herramienta de mercadotecnia con prospectos de empleados, clientes, proveedores y demás terceros, al mostrar el compromiso público de la empresa por hacer negocios de forma responsable y bajo altos estándares de integridad y buena conducta. • En el caso de empresas con operación en varias regiones o países, proporciona un marco común de comportamiento aplicable de forma estandarizada a todos sus empleados, fomentando la unidad e identidad común.
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Un código de ética no basta

Contar con un código de ética o conducta no asegura por sí solo que no se presenten riesgos conductuales dentro de la empresa, pero sí mitiga su existencia. Por eso es importante tomar en cuenta las siguientes recomendaciones al desarrollarlo:

• Redactar de forma simple y sencilla, evitando términos legales, teniendo como meta que su contenido sea comprendido por todos los empleados, sin importar su nivel de preparación. • Establecer y mantener mecanismos de consulta para los empleados en caso de dudas, así como canales seguros y confiables para el escalamiento de potenciales violaciones al código que aseguren su seria y responsable investigación. • Difundir de manera amplia, preferiblemente a través de mecanismos y canales en los que participe o esté presente el director general (CEO), para demostrar su importancia para la organización, desde la alta dirección. • Asegurar que el código no sea letra muerta, fomentando su referencia y utilización frecuente, dando el ejemplo desde la alta dirección, de forma tal que pase a formar parte de la cultura de la empresa y no simplemente un documento que se hace leer a los empleados una sola vez, durante su contratación. Es de suma importancia que los empleados noten consistencia en el comportamiento diario de la empresa y los valores y principios recogidos en el código, evitando que exista una ‘doble cultura’. • Exigir su cumplimiento, designando a un directivo o área responsable de supervisar su acatamiento, definiendo y aplicando consecuencias para los eventuales infractores. • Implementar mecanismos de difusión y capacitación que fomenten la mejor comprensión del contenido del código, utilizando preferiblemente ejemplos y casos prácticos, que permitan relacionar lo allí establecido, con sus actividades diarias.

No debe subestimarse el valor del código de ética o conducta como importante marca personal de la identidad de la empresa.  En este sentido, no solo sostengo que toda empresa requiere un código de ética o conducta, sino que recomiendo que se difunda públicamente en sitios externos, como la página web, de forma tal que tengan acceso no solo los empleados sino también otros interesados, como prospectos de clientes, reguladores, accionistas, clientes, proveedores, activistas y sociedad en general.

*La autora es especialista con más de 20 años de experiencia en temas de cumplimiento regulatorio, control interno y gobierno corporativo.

Las opiniones expresadas por la autora son personales e independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

Contacto: [email protected]

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