México, como vimos la pasada semana en esta misma columna, atraviesa una situación complicada. Esa recuperación a la que todos hacían alusión hace meses, hoy comienza a mostrar síntomas de debilitamiento. Y ello, teniendo en cuenta que México es una de las economías más descolgadas, y que aún no ha alcanzado los niveles que mostraba el país en el 2019, preocupa a unos economistas y una ciudadanía, que ven cómo su economía se desacelera en tanto en cuanto precisa crecimiento económico para salir del atolladero en el que se ha visto inmersa estos últimos años.

En otras palabras, México se enfrenta a una situación en la que las medidas que precisa para combatir una problemática, a su vez, alimentan otra. Las presiones inflacionarias, que precisan de la actuación de los bancos centrales, siguen siendo muy persistentes, y la economía, debido a esa actuación por parte de los bancos centrales, comienza a notar los efectos de una relajación del consumo que, como muestran numerosos expertos, podría ser el comienzo de una próxima crisis. Como puede apreciarse, no mentíamos al tildar la situación de “complicada”.

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Para entender esta situación, debemos saber que cuando se produjo la reactivación de la demanda, que fue muy pronunciada cuando atendemos a los indicadores, esta contrastó con una oferta bastante escasa como para poder hacerle frente. Ello, como estudia la ciencia económica, derivó en una escasez que acabó disparando los precios, generando una situación de inflación muy elevada. Y hoy, con una inflación que escala a máximos nunca vistos, el crecimiento se encuentra amenazado por unos bancos centrales que se han visto en la obligación de tomar medidas para garantizar esa estabilidad de precios por la que velan.

Como bien debemos saber, combatir la inflación no es una tarea sencilla, pues requiere de mecanismos que, en un momento como el actual, pueden ser peligrosos. En este sentido, para combatir la inflación se requiere la actuación del banco central, el cual recurre a una retirada de estímulos, o lo que es lo mismo, una política económica restrictiva que, con el fin de relajar la demanda, acaba relajando la inflación. Pero como hemos señalado en este mismo párrafo, esa relajación de la demanda, que equivale a una relajación de la actividad económica, trae consigo desaceleración económica y, de alargarse en el tiempo, estancamiento económico.

Dicho de otra manera, las medidas que utilizan los bancos centrales para combatir la inflación inciden de forma directa en el crecimiento económico. Al restringirse el crédito, se espera que la demanda comience a relajarse, provocando que esas tensiones en los precios comiencen a remitir. Sin embargo, esa relajación de la demanda, que, recordemos, equivale a un menor consumo, hace que la economía crezca menos, y ello, prolongado en el tiempo, puede llevarnos a un estancamiento. 

Teniendo en cuenta que estamos recuperándonos y que todavía no lo hemos hecho, hablar de medidas que favorecen el estancamiento es, como poco, preocupante.

Esta es la situación en la que se encuentra México. La inflación nos obliga a subir los tipos de interés y a relajar una demanda que, hasta ahora, no remitía; sin embargo, la situación que atraviesa la economía mexicana, que lleva meses registrando crecimientos prácticamente insignificantes, preocupa por el hecho de que hablamos de una de las economías más descolgadas de América Latina, y, además, de las economías que más tarde prevé recuperar los niveles previos a la pandemia. En otras palabras, México precisa combatir la inflación, pero requiere hacerlo de una manera en la que el crecimiento, teniendo en cuenta la situación que vive el país, no se vea amenazado.

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En estos momentos, el incremento de la tasa de interés referencia en México de 75 puntos básicos, anunciada el jueves por el banco central, representa el alza más grande desde que se instauró la política monetaria vigente en 2008. Esto coloca la tasa en 7,75%, cerca del máximo histórico 8,25%. Si se cumplen los pronósticos de los analistas, que esperan que el Banco de México aplique otro incremento de 75 puntos en su decisión en agosto, la tasa alcanzaría el nivel más alto en su historia. Teniendo en cuenta esto, hablamos de una actuación muy contundente por parte del banco central.

Sin embargo, de no remitir los precios como se espera, teniendo en cuenta el duro shock de oferta al que nos hemos enfrentado estos meses atrás, esta contundente actuación podría ser el comienzo de una mayor desaceleración, la cual podría condenar a México, en el peor de los escenarios, a una estanflación de la que podría ser muy difícil salir. Pues hay que decir que lo esperado es que la inflación remita, pero en economía pueden darse escenarios no contemplados previamente que pueden dejarnos maniatados y al borde del precipicio.

En resumen, la elevada inflación ha provocado que la autoridad monetaria no haya tenido más opciones que poner un freno al crédito barato como medida para “enfriar” la economía. Sin embargo, ese “freno” preocupa, y mucho, por las consecuencias de un estancamiento previo a la recuperación.  Veremos cómo se suceden las cosas y en qué deriva esto, pero hablamos de una encrucijada determinante para el futuro de una economía que sigue sin ver la luz al final del túnel.

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