Por Víctor Alarcón Olguín* A partir de los resultados generados por los comicios federales de 2018 y los locales de 2019, así como por las tendencias demoscópicas que se proyectan para los procesos de 2020 y 2021 en México, resulta muy fácil afirmar que el surgimiento de un nuevo partido predominante como Morena constituye un fenómeno que podría modificar profundamente al sistema político, si se le compara de entrada con lo que acontece en otras partes de la región latinoamericana, donde se evidencia la presencia de gobiernos frágiles surgidos de elecciones fragmentadas y en constante riesgo por las presiones de polarización ideológica, coaliciones multipartidarias y liderazgos personalistas que pretenden colocarse por encima de los actores, de cara a las crisis de gestión, protestas sociales y bajos desempeños económicos. Una pregunta surge entonces: ¿Dónde ha quedado entonces la oposición, y qué puede articularla dentro un marco de acción como el que se presenta actualmente? Si nos atenemos a una definición de corte teórico, dentro de las democracias establecidas y consolidadas, una oposición debe atender a la demanda de presentarse como una alternativa clara frente al gobierno, pero también haciéndolo de manera institucional, responsable y responsiva ante el electorado. Bajo la modalidad de oposición partidaria, que cabe verla distinta a la existencia de las movilizaciones frontales de carácter amplio que se desarrollan cuando ya hay ausencia evidente de condiciones institucionales, como podría verse en casos recientes como Nicaragua o Venezuela, o que han conducido a crisis de gobernabilidad que derivaron en caídas de sus gobernantes como las sucedidas en la presente década en Guatemala, Honduras, Perú o Brasil, ello nos revela entonces que el vacío de la oferta partidaria de oposición se convierte en un factor riesgoso para la propia continuidad democrática de los regímenes políticos, porque lanza un mensaje engañoso como por  ejemplo, la idea de que pueden tomar decisiones ilimitadas y proceder en contra del desmantelamiento de las instituciones o los mecanismos que se consideren ineficaces, costosos y / o fuentes de corrupción. A partir de lo experimentado en los meses recientes, la oposición partidaria mexicana ha mostrado sus carencias en tres aspectos importantes: a) no ejercer sus atribuciones de control y revisión constitucional en la revisión de leyes y actos de gobierno; b) no ser capaces de contrastar los programas de gobierno con propuestas que demuestran la viabilidad o no de los mismos, los cuales puedan ser comunicados de manera puntual y didáctica a la opinión pública y la población en general. Pero, sobre todo, c) reconstruir sus propias bases militantes y programáticas a partir de ejercicios de los cuales puedan surgir nuevos liderazgos. Las fuerzas partidistas otrora principales del sistema que se heredó a partir de 1996 y la primera alternancia en el poder (PAN, PRI, PRD), hoy se debaten justamente en medio de álgidos procesos de “renovación”. Atrapados en mecanismos clientelares y falta de circulación entre sus elites, los cambios recientes en sus liderazgos hablan de situaciones pragmáticas e inmediatistas, alejadas de lo que les convendría generar en términos de acciones audaces si desean sobrevivir. Una excepción interesante parece ser el MC, pero ello implica que superaran a sus figuras patriarcales como Dante Delgado o Enrique Alfaro. Por desgracia, la inercia de priorizar el acceso a las prerrogativas públicas o las estrategias de golpeteo mediático, en la espera de que los errores vengan desde el propio gobierno; u peor aún, mimetizarse para ser ahora simples comparsas dispuestos a sacar tajada del propio gobierno, parecen ser los signos evidentes de una claudicación vergonzosa para subirse al carro de la “Cuarta Transformación”, al autonombrarse “aliados críticos”, como acontece con el PT, el Partido Verde y los diputados del extinto PES, hoy en proceso de búsqueda para renovar su registro. El panorama tampoco mejora en nada si dirigimos nuestra mirada hacia el proceso de formación de los nuevos partidos. Todas estas fuerzas sin excepción son encabezadas por políticos profesionales que se escindieron o dirigieron a otras en el pasado (Elba Esther Gordillo desde las Redes Sociales Progresistas; el binomio Margarita Zavala / Felipe Calderón con México Libre; César Augusto Santiago para el caso de Alternativa; y desde luego el ya referido PES). La vía independiente quedaría nuevamente como la única opción, pero sigue siendo costosa y desigual en las reglas que rigen su desarrollo. Sin embargo, cabe advertir un incipiente activismo promovido por ciudadanas /os que comienzan a reunirse en tertulias y grupos a lo largo y ancho del país con el interés de preguntarse si no hay más opciones; o con la idea de corroborar si su voto fue o no bien emitido entre aquellos que apoyaron al gobierno actual, y que ahora ven con desconcierto la falta de consistencia de sus políticas y resultados. Y otros tantos, consideran que es tiempo de regresar a la política ante la persistencia de la inseguridad, la violación sistemática a las libertades públicas y la integridad personal de mujeres y hombres en todo el país. Por ello tampoco se pueden minimizar las expresiones del EZLN contra el Tren Maya, la labor informativa de medios y periodistas, de segmentos del empresariado y clases medias saliendo a las calles; o de los colectivos de Derechos Humanos, desaparecidos, feministas o usuarios de servicios de salud, que se presentan como una mezcla difusa de procesos que están moviéndose si bien no poseen un eje de coincidencia. ¿Hacia dónde vas oposición? Esa es la pregunta que debe responder con urgencia nuestra democracia mexicana, hoy en riesgo de convertirse en una “república deformada”. *Doctor en Ciencias Sociales. Maestro en Gobierno y Estudios Internacionales, Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública e integrante del Seminario México.   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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