Preocupa mucho que los “nacionalismos emergentes” resurjan en el horizonte social y cultural actual. Esos que revierten el camino andado, que nos regresan al punto de partida más primitivo: la violencia; provocando odio, rechazo al otro, intolerancia y negación al diálogo. La humanidad no ha aprendido la lección y, mientras tanto, las expresiones políticas avanzan peligrosamente.

Algo está sucediendo con el resurgir de los nacionalismos que han despertado el lenguaje del odio y del rechazo al otro. Sobran los discursos “anti-todo”, sean anti-inmigración, anti-mexicano, anti-indigenistas y un larguísimo etcétera. Ciudadanos de a pie, gobernantes y políticos han adoptado lenguajes de odio y de rechazo. ¿Será que estamos ante nuevos fundamentalismos nacionales?

LA NEGACIÓN DE LO PROPIO

El insulto se ha convertido en la primera expresión de ese nacionalismo basado en la negación del contrario, alejándose de la afirmación de lo propio. Por ejemplo, llama la atención el hecho de que un buen número de latinos pudieran votar por Trump en las próximas elecciones estadounidenses, a pesar de las amenazas de construir un muro de separación con México y todo el sur del continente.

Muchos latinos que piensan votar por el actual presidente de los Estados Unidos no estarían afirmando una convicción ni una posición, menos aún, una conciencia de lo que culturalmente representan en aquel país. Con su eventual voto afirmarían lo que no son, desligándose de sus orígenes y de esa causa histórica de señalamientos y marginación. Algo parecido a lo que ha pasado en México con las comunidades indígenas, que han sido objeto de marginación y odio, no por las clases acomodadas ni por los descendientes directos de la cultura europea o hispana, sino por los propios mexicanos mestizos y grupos de bajos recursos.

Una forma lamentable de crear “la conciencia nacional” es afirmar ‘lo que no se es’. Al negar a una persona indígena muchos pretenden marcar una línea divisoria que deje claro que quien así lo hace ‘no es indígena’, de tal modo que no hay una afirmación de su ser nacional, sino una negación y un rechazo hacia ‘lo que no quiere ser’. No en vano hay por lo menos dos generaciones de hijos o descendientes de migrantes mexicanos o latinos que han olvidado el español y solo hablan inglés en el país del norte. 

A lo largo de la historia una manera de expresar lo propio, lo nacional, lo autóctono, ha sido proscribiendo y atacando lo opuesto, es decir, todo aquello que pueda poner en riesgo el anhelo de nación o que quiera crear un espejo en el que no quiera reflejarse. Es, ciertamente, la forma más básica de afirmar lo nacional. Tan básica que fácilmente se confunde con un juego de apariencias centrado en la derrota de quien represente el color opuesto. 

RACISMO PRESENTE

Se trata de la forma de diferenciación social más primitiva: el racismo. Decimos primitiva porque dentro del proceso cognitivo del ser humano la etapa inmediata es la percepción sensitiva y, en concreto, la que sólo capta la vista, por ejemplo, el color del enemigo. En teoría política se dice que los populismos de derecha añaden un elemento que no suele presentarse en los de izquierda; esa forma tribal de identificar a los otros por la mera apariencia.

Si asumimos que el ser humano es un animal, condicionado como todos los animales por el mundo exterior, por la inmediatez, por el entorno, el clima, el hambre, etcétera, entonces ¿qué le hace diferente del resto de los animales? Evidentemente la capacidad de remontar esa inmediatez, para colocarse racionalmente por encima de las apariencias y entender lo que hay detrás de ellas; esto es la expresión animal racional. De tal manera que, si una persona o un grupo humano afirma su ser negando los colores y rasgos aparenciales de lo que no es, a través de rechazar a los que son diferentes que él, no está racionalizándose sino colocándose en el mismo nivel que cualquier otro animal que reacciona solo por alteridad, por estímulos corporales primitivos. 

NACIONALISMOS EMERGENTES

Eso es quizá lo que más preocupa de los “nacionalismos emergentes” que resurgen en el horizonte social y cultural actual. Esos que revierten el camino andado, que nos regresan al punto de partida más primitivo: la violencia, el odio, la intolerancia y el rechazo al diálogo. Esos que olvidan que la humanidad ha tenido que sufrir guerras internacionales y, no hace mucho tiempo, un terrible holocausto en el que millones de personas fueron privadas de la vida en aras de “ideologías nacionalistas”. Lección no aprendida.

Y es que, cuando parecía que había triunfado el cosmopolitismo de la cultura global y la sana convivencia intercultural e interracial, el mundo da un paso atrás para volver al étnico-político, situándonos en el extremo contrario de la axiología universal, dividiendo frenéticamente a la humanidad. Ese tipo de nacionalismo es el que preocupa, y mucho. No es el sano patriotismo que despierta legítimas actitudes de autoestima en las personas y en las naciones.

Sin que haya una relación causal de necesidad, lo cierto es que cuando las sociedades tienden a cerrar sus fronteras y a encerrarse en sí mismas, se suscitan tendencias a la agresión hacia el otro en la forma más primitiva, pretextando el color de la piel o la religión, la procedencia o el idioma.

El término “raza” se ha empleado a lo largo de la historia para designar, no solo la diferenciación genética o biológica de un grupo determinado, sino también la cultura. Recordemos que, cuando José Vasconcelos acuñó el lema universitario de la UNAM, “por mi raza hablará el espíritu”, no se refería a la raza mestiza sino solo de manera indirecta. Aludía más bien al sentido cultural de la raza quinta: “la latinoamericana”, que después se recoge en símbolos en el escudo de la UNAM, tal como aparece hasta hoy. No fue sino en la década de los sesenta cuando se incorporó al lenguaje político y se le empleó como instrumento de cohesión, dándole así un sentido más biológico y más radical para denominar a un determinado sector social. 

VIOLENCIA EN TODOS LOS SENTIDOS

Sin embargo, por raza se entiende hoy generalmente la expresión de contraposición y adversidad, ajena a culturas políticas incluyentes y universales. Se ha convertido hoy en tema central de la política, desde donde en no pocas ocasiones el racismo, implícita o explícitamente, fluye en los discursos.

El racismo provoca siempre violencia, por una razón muy simple: se mueve en los límites de ‘la inmediatez’, en esa forma primitiva del animal humano, por tanto, es incapaz de comprender la otredad de los otros. Recordemos que las políticas de globalización tendían a niveles más elevados de recta razón, tolerancia y convivencia pluriétnica, pero han quedado en desuso. Hoy resurgen peligrosamente los nacionalismos emergentes.

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