Así, al menos, lo recuerdo yo: Érase una vez una mujer con un collar tan bello, tan bello, que podía volver mágico todo lo que tocaba. Pero resultó que, cada día, el collar era distinto y, en el mundo mágico que ella había fundado, el arte era de pronto el artista y el artista era, ya siempre, el arte. La mujer del collar existe, claro, y se llama Patrizia Sandretto Re Rebaudengo.

Dice la Real Academia que “patricio” es “un individuo que, por su nacimiento, riqueza y virtudes, sobresale entre sus conciudadanos”, así que resulta que, a veces, los nombres nos pertenecen y esta Patrizia, ésta mecenas que acaba de recibir de manos de la Reina Doña Sofía uno de los “Premios Iberoamericanos de Mecenazgo 2023” que otorga la Fundación Callia, no es sino una alquimista que ha conseguido fundar un mundo propio no sólo reconocido (presente en la lista de los “100 de ArtReview”), sino reconocible.

“El arte me ha ayudado a hablar menos y escuchar un poco más”

Patrizia Sandretto

LONDRES, HACE MÁS DE 30 AÑOS…

Según cuenta ella misma, su “Érase una vez” sucedió en un Londres de hace más de 30 años, cuando, en 1992, entró con su marido, Agostino, y una amiga coleccionista en el estudio de Anish Kapoor. “Por el suelo”, recuerda como si lo estuviera viviendo en este mismo instante, “se encontraba toda esta escultura cubierta de pigmentos que parecen terciopelo… amarillo, rojo, blue… Fue increíble”. En ese momento decidió que quería empezar a comprar obras de esos artistas y, sobre todo, a conocerlos.

Partía de cero, reconoce: “Yo no conocía… yo no comprendía el arte; me había licenciado en Ciencias Económicas”. Así, pues, empezó un proceso de atenta escucha “a los artistas, pero también a coleccionistas, a los galeristas, a los comisarios…”

No es fácil entender qué hace tan especial como mecenas a Patrizia Sandretto, pero para mí todo cambió un día que la vi paseando sola por la Fundación, en silencio, y noté esa sensación (que me es ya tan familiar) de asombro ante el arte, sus entornos y sus protagonistas. Me impresionó, recuerdo, ese momento mágico, porque siempre la había visto de una forma muy distinta: cuando Patrizia llega a su fundación parece una gran mamma italiana que lo conmociona todo; no deja de ir de un lugar a otro, de una actividad a otra, siempre rodeada de gente, de jóvenes, de adultos, de niños, de estudiantes (que se reúnen en una sala u otra con sus profesores), de personas con algún tipo de discapacidad (que asisten, asombrados, a conocer la colección) y, claro, de los artistas.

Patrizia Sandretto
Foto: Giorgio Perottino

Ella, casi siempre, está rodeada de artistas, conversando, escuchando, planificando, “enseguida supe”, me dice ahora, “que la colección no podía estar guardada en un almacén o sólo [exhibida] en nuestra casa… que tenía que ser compartida y viajar”. Primero lo hizo a Boadilla, en el Centro Santander, en España; luego se trasladó a Quito, en el Centro de Arte Moderno de Ecuador; posteriormente a Shanghai… Nunca se ha detenido.

Me interesa mucho hacerte una pregunta muy mía: Como ser humano, ¿en qué te hace crecer el arte?

No quiero decir exactamente que el arte ha cambiado mi vida, pero sí la ha cambiado conocer a los artistas, empezar a encargar nuevas obras, a comisionarlas, a vivir con ellos y a comprender lo que ellos necesitaban, lo que se podía hacer para ellos.

El arte, me ha ayudado a escuchar más y hablar un poco menos. Me ha enseñado a ser más abierta, ¿cómo te diría?… a ser tolerante, a comprender mejor. Hicimos una exposición de la colección de la Whitechapel Gallery, de Londres y el título era “Think Twice”, piensa dos veces. Creo que es eso: el arte me ha enseñado que, antes de hacer o decir algo, es mejor pensarlo una vez más.

Cuando veo la Fundación llena de niños que miran las obras con los ojos maravillados, pienso que he hecho algo bueno con mi vida. Lo mismo me sucede con personas con ceguera o sordera o con Alzheimer, a las que veo disfrutar del arte. Creo que estoy agradecida con los artistas por lo que me han dado y por la suerte de poder darlo, a mi vez, a los demás.

¿Recuerdas las primeras obras que adquiriste? ¿Los coleccionistas se parecen a sus colecciones? ¿En qué te pareces a las obras que has ido adquiriendo?

En tantas cosas… Yo creo que te pareces a tu colección. Creo que sí. Ante todo, ¡no vendo!, pues las obras forman parte de mi biografía. Y sí, claro que recuerdo cuando compré las primeras obras, en Londres; en especial, una de Maurizio Cattelan, “La pequeña ardilla suicida”.

Si mi colección se parece a mí o yo me parezco a ella, ¡eso ya no lo sabría! Lo que sí sé es que nunca he comprado una obra para “decorar” mi casa.

Coleccion Sandretto Re Rebaudengo
Aspecto de la colección Sandretto Re Rebaudengo, en el Patio Herreriano de Valladolid. Foto: Fondazione Sandretto Re Rebaudengo

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En 1995 creas la fundación. ¿Por qué?

Para mí, coleccionar no era suficiente. Mi idea era poder trabajar con los artistas y compartir su trabajo. Te hablo de un momento en el que, prácticamente, no había nada en este sentido en Italia… Estaba el Museo del Castello di Rivoli, en Turín y en Prato… y no había más. Piensa que el Museo Nacional de Roma no se inaugura sino hasta 2010, 20 años después.

¿Y por qué una Fundación?

Bueno, como te dije antes, yo no vendo arte; eso es algo que no hago. Lo que hago es trabajar para los artistas y con los artistas. Y aquí quiero dejar claro que los aspectos económicos siempre se tratan con la galería. Hay que respetar a los distintos actores del mundo del arte.

Por otro lado, gracias a esa relación con los artistas, intento acercar el arte contemporáneo al mayor número de personas posible, de la mejor manera posible.

¿Un ejemplo…?

Los programas para niños desde los dos años, los programas para profesores (porque el arte no se enseña mucho en la escuela italiana y queremos ayudarlos a explicárselo a sus alumnos), abriendo los jueves hasta las 11 de la noche para que los adultos participen y dialoguen en workshops, con mediadores culturales, como Ana María… Hay una carta de la presidenta de la Fundación Nacional de Ciegos de Italia donde agradece que, por Ana María, pudieron ver obras de Gerard Richter. Y las obras de Richter no son precisamente algo que se pueda percibir al tacto. Imagínate lo que sentí.

***

A estas respuestas, que desbordan como un volcán en erupción, es a lo que me refiero como la “particularidad” de quien ha creado “mediadores culturales” que participan con los artistas en los montajes. Son ellos mismos los que, luego, responden las dudas de los visitantes. Insiste: “Nunca me olvido de que, cuando empecé, no comprendía nada.

El arte contemporáneo no es fácil y no creo que una institución como la mía tenga que hacerlo fácil, pero sí debe darle la oportunidad a todo el mundo de llegar a comprenderlo”.

Otra pregunta muy mía: ¿Un momento en el que hayas sentido, como mecenas, “la suerte de dar”?

Tantos… Uno increíble ocurrió con Doug Aitken, un videoartista norteamericano, un amigo. Lo conocí cuando tenía 28 años y yo 33. En 1999, cuando fue invitado por la Bienal de Venecia, produjimos (con la Fundación) la obra que presentó: “Electric Earth”. Ganó el Premio Internacional y, después, el de la Bienal del Whitney. La Serpentine Gallery, de Londres, lo invitó a hacer una exposición y, como necesitaba ayuda económica, decidimos dársela. Yo no pude ir a Londres hasta la inauguración, y recuerdo que, al entrar en la Serpentine, mi emoción se parecía a cuando mis hijos presentaban un examen difícil y yo quería saber cómo les había ido.

Claro que confiaba, pero, hasta que no has visto una obra, pues… no la has visto; y, de pronto… ¡era maravillosa! Pensé: “He hecho algo bien en la vida”. Años más tarde, en 2007 (cuando expuso en el MOCA de Los Ángeles), el título que le dio a la exposición fue Electric Earth. Ahí sentí lo que era la suerte de dar.


Para Patrizia, la mujer del collar maravilloso y mágico, su colección no es cuestión de nombres: “Importa la obra; es la que mejor explica la intención del artista. A través del arte hablamos de los temas más importantes, y puede que así podamos entender el mundo… desde otro punto de vista”.

Amén, maestra.

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