En la historia del mercado del arte, existe un período conocido como el Primer Gran Boom. Esto ocurrió en la década de 1980 y se le llamó así debido a un aumento en el número de coleccionistas, obras vendidas y precios récord. John L. Marion, quien fue presidente de Sotheby’s Nueva York desde 1975 hasta 1994, relaciona este fenómeno con la venta en 1983 de la propiedad de Doris Havemeyer, una destacada miembro de la alta sociedad neoyorquina. Sin embargo, a principios de la década de 1990, sufrió un declive dramático.

Imaginemos la década de 1980 en Wall Street. Es importante tener en cuenta que, en ese momento, las empresas de tecnología japonesas y las multinacionales europeas, consolidadas después de la guerra, contaban con capitales astronómicos y su actividad en la bolsa de valores se disparó. Pensemos en la cantidad de millonarios que se convirtieron por primera vez en billonarios. La euforia y la locura en los mercados bursátiles y la avidez con la que la gente quería invertir en cualquier cosa para obtener retornos rápidos y hacer crecer sus capitales de manera exponencial. En ese momento, el arte era atractivo porque, además de considerarse una inversión con grandes retornos, tenía beneficios fiscales apetitosos. Los incentivos para donar a museos eran significativos y las deducciones se realizaban sobre el valor de mercado total de las piezas, no sobre el valor de compra.

Otro factor que alimentó este Gran Boom fue que las subastas ya no se realizaban en lugares tranquilos y sótanos desangelados, sino que se convirtieron en eventos sociales a los que asistían celebridades y socialités. Los récords se anunciaban en primera plana de los periódicos, y cada vez más personas querían formar parte de esta élite desenfrenada y extravagante, similar al ambiente de Studio 54. Las fiestas que organizaba Simón de Pury, el reconocido subastador, eran legendarias, y lo siguen siendo. 

En las subastas, los precios de las obras de grandes maestros, especialmente de los impresionistas, alcanzaron cifras nunca antes vistas en el mercado del arte. De hecho, en la actualidad, la mayoría de estas piezas son prácticamente imposibles de encontrar en el mercado secundario. Don Thompson, profesor, economista y reconocido coleccionista, autor de varios libros superventas sobre el mercado del arte, sostiene que esto sólo sucede cuando se cumplen alguna de las “3 D”: “Debt, Divorce or Death” (deuda, divorcio o muerte). Esto condujo a un frenesí, y muchas personas se dejaron asesorar por corredores de bolsa para invertir en arte, aunque estos asesores eran expertos en números, no en arte. El problema de las falsificaciones se intensificó, ya que muchos de estos asesores desconocían los criterios de valoración de las obras, entre otras deficiencias que, durante las “vacas gordas”, parecían no importar.

Todo cambió en 1986, cuando el gobierno estadounidense se dio cuenta de la cantidad de dinero que escapaba de sus arcas y decidió modificar las leyes fiscales. Ahora, las deducciones se basaban en el precio de compra en lugar del precio de venta, el cual sería exponencialmente mayor y por lo tanto representaría una mayor deducción. Esto desanimó a los coleccionistas y llevaron sus acervos al mercado secundario a través de subastas. Se vieron lotes y lotes que no alcanzaban ni siquiera el precio de reserva. Todos aquellos que habían invertido en arte no entendían lo que estaba sucediendo, sólo veían cómo su inversión se desvanecía.

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La recuperación de los años 90

Afortunadamente, esta caída fue recuperada hacia finales de los años 90. Varios aspectos dentro de los museos comenzaron a experimentar una profesionalización, incluyendo el papel del curador. Aunque Harald Szeemann fue un precursor de esta figura en la década de 1970, no fue hasta dos décadas siguientes que la función del curador adquirió mayor relevancia y notoriedad dentro de los museos. Ya no se limitaba simplemente a custodiar las obras en exposición, sino que se desempeñaba como un especialista activo que generaba contenido.

En cuanto a los asesores, ahora estaban bien informados sobre el arte y comprendían las complejidades de su mercado. Reconocieron que el valor de las piezas residía en su potencial histórico, y para identificarlo en las obras, debían ser principalmente expertos en arte, además de comprender el comportamiento de los precios, la oferta y la demanda.

Por otro lado, si bien en la década de 1970, el alemán Willi Bongard, editor de Die Zeit, creó el primer ranking anual de las personalidades más influyentes en el mundo del arte, llamado Kunstkompass, con el Internet surgieron las primeras versiones de rankings en línea, como artprice.com, creado por Thierry Ehrmann en 1987, mismos que se fortalecieron aún más a fines de los años noventa. Además, comenzaron a proliferar las ferias de arte, y el público en general, incluyendo algunos con un alto poder adquisitivo, comenzaron a coleccionar en forma.

Con este resurgimiento, comenzó a ocurrir otro fenómeno. El precio de las obras de grandes maestros y del período de posguerra había alcanzado sumas tan exorbitantes – si es que se podían encontrar disponibles- que los coleccionistas se dieron cuenta de que era más rentable adquirir obras de arte contemporáneo de alta calidad que piezas mediocres de grandes maestros. A medida que avanzaba la década de 2000, artistas como Damien Hirst, Maurizio Cattelan y Andreas Gursky alcanzaron precios que antes sólo se veían en obras de artistas fallecidos. A los artistas cuyas obras alcanzaban o superaban el millón de dólares se les denominó “Blue Chip”, al igual que las inversiones costosas pero seguras en el mercado bursátil. Este término no sólo se aplicaba debido a su alto precio, sino también porque ofrecían una mayor liquidez, algo extremadamente inusual en el mundo del arte.

El arte ultracontemporáneo

Así, podemos observar cómo el mercado del arte se asemeja a una lámpara de lava cuya sustancia asciende, se divide en dos y luego la que descendió vuelve a subir, repitiendo este ciclo una y otra vez. El escenario del mercado del arte actual se asemeja mucho a aquellos años. Afortunadamente, se han aprendido muchas lecciones de los errores del pasado, lo que ha mantenido el mercado estable, incluso en constante crecimiento. 

Sin embargo, hace unos años, ocurrió algo similar: famosos raperos, reguetoneros, actores de cine, influencers y otros comenzaron a publicar obras de artistas en redes sociales. Los propios artistas comenzaron a ganar seguidores y a convertirse en influencers y así, artistas como KAWS fueron el centro de atención en 2019, representando un arte fresco y divertido que todos querían poseer. Muchos pudieron comprar piezas coleccionables, como los art toys, que eran relativamente “accesibles”. Sin embargo, el mercado de KAWS ha experimentado una caída importante en la actualidad, y como él hay muchos. 

El artículo “What Happened to KAWS?” Publicado el año pasado en el portal MutualArt, afirma que según sus datos, 1764 lotes de KAWS entraron en subasta en 2021, más que nunca antes, inundando su mercado, pues el 80% de sus obras se vendieron por debajo de los $10,000 USD. ¡Fuerte! Pues ese 80% representa menos del 5% de su valor total en el mercado secundario. Por eso vendió casi un 50% más de obras en 2021 que en 2019, por no llegar ni siquiera a un tercio del valor total, ya que en 2019 más de 20 de sus obras se vendieron por más de un millón de dólares. 

Por otro lado, la información sobre el arte ya no se limita a los museos y las escuelas, sino que se ha diseminado de tal manera que hoy en día existen innumerables canales de YouTube, podcasts y perfiles en TikTok e Instagram dedicados al arte. Algunos son más informativos que otros, pero en última instancia, se ha creado una generación de personas más enteradas (no necesariamente conocedoras) y, por lo tanto, más dispuestas a exigir que el lenguaje del arte se vuelva más accesible y se explique en términos comprensibles para todos. Es decir, de la profesionalización que mencioné anteriormente en los años noventa, especialmente en lo que respecta a los curadores, ahora se espera una disminución en la pomposidad del lenguaje del arte, ya que los museos han tenido que adaptarse a las expectativas de un público más diverso, exigente y sí, tal vez menos academizado. 

Entonces, de manera similar a cómo en los años noventa la figura del curador ganó notoriedad (habiendo comenzado a tomar forma dos décadas atrás), surgió un perfil profesional relevante en el ámbito de las artes: El mediador. Este especialista en audiencias se enfoca en análisis de públicos y en la creación de contenido destinado a facilitar la comprensión de las exposiciones. Aunque la mediación comenzó a desarrollarse en los años noventa, no fue sino hasta hace un poco más de una década que comenzó a establecerse como un departamento de educación altamente especializado y fundamental dentro de los museos.

Asimismo, el fenómeno del asesor corredor de bolsa de los ochenta, se repite en forma de asesor influencer, que tampoco guía al coleccionista a tomar buenas decisiones y eso se ve reflejado en tendencias pasajeras, como KAWS, justamente. Aunque también hay buenos asesores que hoy en día siguen trabajando desde el arte, con la diferencia que entienden ahora mucho más del espectro financiero; el truco es saberlos reconocer.  

Por último, el efecto de la lámpara de  lava, se repite también con los artistas contemporáneos establecidos, más los que en esos años se empezaban a considerar Blue Chip y que hoy son simplemente inalcanzables. Así como en su momento dejaron de perseguir grandes maestros, hoy los reportes indican que los coleccionistas noveles prefieren invertir en un buen artista Ultra Contemporáneo (artistas menores de 40 años), que en una edición o pieza chica e insignificante de Damien Hirst, Takashi Murakami o Jeff Koons. 

Por todos estos paralelismos y semejanzas me pregunto ¿Podría este ser un nuevo Gran Boom?

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