El año de 1996 marcó a Paola Longoria, ya que fue cuando, estando en un campamento, tuvo su primer acercamiento con el ráquetbol. Dos años después, calificó a su primer campeonato (en Los Ángeles, California) y, desde entonces, supo que quería practicar día con día (e, incluso) horas extra, ese deporte.
Aunque cuenta con muchos títulos, hay dos que, asegura, han marcado un antes y un después en su carrera. El primero fue su debut con una selección mayor para los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011; y luego el primer US Open que ganó a los 18 años. “Fue el torneo que me abrió el panorama de que podía llegar a ser la número uno”.
En ese largo camino para ser la mejor raquetbolista del mundo, la potosina se enfrentó a la falta de apoyos para participar en competencias. Pero eso no bastó para detener sus sueños. Ya había sacrificado mucho tiempo de su niñez y adolescencia como para dejarse vencer por las circunstancias.
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Para Longoria, hacer frente a estos retos la llevó a madurar.
“El ráquetbol me ha permitido alcanzar cosas maravillosas y extraordinarias. Poder gritar que hay una mexicana encabezando el ranking profesional fue uno de mis grandes retos y logros… Y, otro, mantenerme en la cima por más de una década. Ya son 11 años como número uno y, la verdad, no ha sido nada fácil”.
Refrendar su título mundial, tanto en singles como en dobles, y consolidarse nuevamente como la máxima medallista en unos Juegos Panamericanos es una de sus metas deportivas. En lo profesional, se visualiza en las esferas políticas: “Me encantaría dirigir el deporte mexicano, estar al frente de la Conade, o quizá alguna diputación”.
Longoria, quien alguna vez también se imaginó como diseñadora de modas o médico pediatra, llama a niños y jóvenes a encontrar su verdadera pasión y creer en ellos mismos. “Luchen por sus objetivos. Aquí está el ejemplo de una mexicana que se atrevió a soñar en grande, a trabajar por sus metas, a construir día con día, paso a paso, pequeñas o grandes metas”, dice, con el entusiasmo de saberse una ganadora
