Sus ojos son dulces, son los ojos de la esperanza en un mañana mejor. Nancy, al igual que su compañera de esquina, tiene 9 años. Usa cabello largo sujetado en una coleta enmarañada que parece que extraña el cepillado de mamá.

Con una sonrisa muy dulce estira su manita en las ventanas de los automovilistas que cruzan el semáforo que a Nancy le toca trabajar. En medio de la lluvia, o del frío de las mañanas, sin cubrebocas Nancy está ahí, desde hace años. Su pequeña vida se ha ido en el mismo lugar y con el mismo abandono. De repente, se queda mirando un punto fijo, sentada en el camellón y parece que imagina viajar en alguno de los autos que ve al pasar.

Su historia es la historia de millones de niñas que en México y en el mundo viven en condiciones de calle. Y que, tristemente, la indiferencia de las megalópolis hace que sean sólo historias que ocurren, pero que no se atienden.

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El 11 de octubre de cada año Naciones Unidas hace un llamado a los gobiernos de la comunidad internacional para que recuerden el compromiso declarado en las Metas del Milenio con Nancy, con su compañera de semáforo y con los 1.1 mil millones de niñas alrededor del mundo que no van a la escuela, son maltratadas, explotadas sexualmente, obligadas a casarse, o utilizadas en algún conflicto armado.

El Día Internacional de la Niña, se asoma dentro de la apretada agenda internacional para dejar ver que el camino hacia la equidad de género aún está en construcción y que dentro del diseño de las políticas públicas debe generarse el espacio de atención a este grupo tan vulnerable de la población mundial.

Son muchos los organismos no gubernamentales que buscan palear los efectos del abandono social que sufren los cerca de 900 millones de niñas que viven en situación de extrema pobreza (viviendo con menos de $1 dólar al día).

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Sin embargo, el mayor obstáculo es la discriminación institucionalizada, y en muchos casos, la discriminación secularizada. En ambos casos, el tejido social se permea y valida diferentes formas de marginación, maltrato y/o explotación. Replicando así, el patrón que conlleva a la inalcanzable equidad.

Según el Informe del Estado de la Población Mundial 2020 revela que la crisis ocasionada por el Covid-19 alrededor del mundo ha acentuado las prácticas nocivas contra las niñas del mundo, que cada día son desdeñadas, desamparadas o anuladas. Los efectos del desequilibrio originado por la discriminación y el maltrato hacia las niñas agrava los problemas de violencia de género, la trata de personas, las violaciones infantiles, la deserción escolar, el matrimonio infantil y todas aquellas prácticas que vulneran los derechos humanos.

Actualmente hay 140 millones de niñas consideradas como desaparecidas alrededor del mundo y la comunidad internacional continúa con esfuerzos para que esta condición cambie. Pero aún falta que se sumen gobiernos, como el de México, que quieran comprometerse con la voz de las niñas, con un futuro común.

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Urge rediseñar un mundo mejor, un mundo en el que las niñas se sientan seguras, valoradas, motivadas, en el que sean reconocidas y en el que se invierta en ellas; en su cuidado, en su salud y en su educación.

Un mundo en el que eso que Nancy mira desde el camellón, sea una realidad porque cada uno de nosotros hemos dejado de lado la indiferencia social, hemos regresado a los valores más básicos de convivencia y porque somos corresponsables del desarrollo de nuestra propia sociedad.

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